Al final, ganó Bolsonaro. Perdieron Haddad, Lula y el mal llamado Partido de los Trabajadores. La mayoría del pueblo brasileño decidió despedir el socialismo y dar la bienvenida a un cambio de verdad, que respete la propiedad privada y una mayor libertad para los ciudadanos.

Como dije la semana pasada, me parece que Bolsonaro hizo unas declaraciones detestables y tiene varias ideas de lo más peligrosas, como la pena de muerte. Sin embargo, la reacción internacional no ha sido criticar solo estos puntos, sino hacer que Bolsonaro sea visto como una amenaza para la democracia brasileña. Estas mismas personas y medios de comunicación callaron cuando Lula da Silva y Dilma Rousseff arruinaron Brasil con políticas socialistas o, mismamente, cuando el ex candidato Haddad propuso hasta el final de la campaña la continuidad de medidas similares a las de Da Silva.

Parece que la amenaza es simplemente la ruptura de la hegemonía de la izquierda en Latinoamérica y en Europa, continentes en los que mucha gente se ha cansado de lo políticamente correcto. Al fin, tras ver cómo la “compasión” con dinero ajeno destruía el continente, los latinoamericanos están despertando y se decantan por acabar con el socialismo o, al menos, con un socialismo tan intenso como el brasileño o el de la era Kirchner en Argentina.

Mirando los índices de libertad económica de los institutos Heritage y Fraser, podemos ver cómo esta es un requisito fundamental para la prosperidad de cualquier nación. Parece una lista desde el país más rico del mundo en el número uno hasta el más pobre en el último. Brasil, junto con numerosos países latinoamericanos y africanos, ocupa un puesto que dista mucho de estar entre los diez primeros. Chile, en cambio, es el país latinoamericano que más alto se sitúa en ellos y, curiosamente, es la mejor economía de Suramérica. Parece que muchos creen que Brasil debe quedarse en el bando equivocado de la historia y seguir aplicando las mismas políticas que Venezuela y Cuba. Por suerte, el que un día fuera pensamiento único no ha calado más en Brasil.

A partir de lo anteriormente dicho me hago una pregunta, ¿Copiarán los demás países latinoamericanos y europeos a quienes abandonan la izquierda para devolver la libertad a los ciudadanos o, por el contrario, seguirán aumentando un Estado de proporciones colosales que ya es un lastre para el progreso moral y económico? Se debe abandonar la idea del Estado garante de miles de derechos. Todo derecho exige un deber y ningún deber debe ser impuesto. No puede haber, por poner un ejemplo cualquiera, viviendas públicas sin que el Estado le arrebate a quienes producen riqueza el dinero suficiente como para financiarlas o, lo que es incluso peor, que el Estado se endeude, es decir, que los no nacidos se vean obligados a pagar la irresponsabilidad de los actuales gobernantes. Es algo que en muchos países es un tema tabú. Pueden intentar silenciar a los disidentes, pero no pueden eliminar la verdad. El crecimiento sin límites del Estado está matando la libertad individual. Por eso mismo, me parece una gran noticia que haya gobernantes que desafíen los dogmas impuestos y la corrección política que se apodera cada vez más de nuestras vidas.

La forma en que muchos “intelectuales” y medios de comunicación han informado sobre Bolsonaro es vergonzosa. Sí, tiene frases que dan verdadera vergüenza, pero lo más importante de los gobernantes no son las palabras, sino los hechos. Y es un hecho que Lula da Silva y Dilma Rousseff fueron un lastre para Brasil, como también es un hecho que Fernando Haddad representa la continuidad de las pésimas ideas del Partido de los Trabajadores. A pesar de no ser el candidato perfecto, Brasil ha elegido al mejor presidente que pudo, y quienes hasta ahora callaban sobre la situación brasileña y con tanto temor contemplan la victoria de la derecha, han sido desenmascarados.


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