Las casandras, pitonisos y demás aberruntadores mal agüero se han ensañado con Maracaibo para sustentar sus profecías y vaticinios. Su desencuentro con la razón es tan grande que se atreven a afirmar que los destrozos ocasionados por los delincuentes que operan con el nombre de colectivos son apenas una muestra de lo que les espera a quienes residen en las urbanizaciones de clases alta, media y baja –empobrecidas todas– si mantienen su renuencia a aceptar a Nicolás Maduro como el presidente legítimo de Venezuela, entre otras amenazas similares o peores a las que en el año 2002 proferían Freddy Bernal, José Vicente Rangel, Juan Barreto y el difunto Eliézer Otaiza: “La gente de Catia no dejará piedra sobre piedra en el este de Caracas”.

Desconocidos y siniestros personajes que sospechosamente cuentan con cientos de miles de seguidores en las redes sociales se atreven a dar las razones por las que Estados Unidos habría desistido de involucrarse en una acción militar, sea unilateral o multilateral, en Venezuela. Una sería que teme que los grupos anarcoterroristas, con respaldo de Irán, Rusia y China, emprendan una guerra de tierra arrasada que empeoren los sufrimientos y penurias de los venezolanos.

Sugieren en sus infundios que cualquier intervención –sea diplomática, humanitaria o como las ejecutadas en Panamá o Haití– dejaría a la población civil a merced de desalmados como los que en la Guerra federal violaban mujeres y niñas, incendiaban iglesias y haciendas, ahorcaban a los hombres sin mostrar paz con la miseria.

En predicciones tipo horóscopo claman porque la oposición sea sensata y evite males peores, como si el desastre en que ha devenido el país no tuviese responsables con nombre, apellido y mazo dando, y solo dependiera de la inacción opositora que no se siga agravando. Farsantes.

Si las bandas de hampones, asesinos y malvivientes que cometen sus tropelías uniformados de colectivos cuentan con el beneplácito de los cuerpos policiales y militares, no han recibido una respuesta adecuada hasta ahora, no es precisamente porque los civiles, los ciudadanos, o los escuálidos, como les gusta llamarlos, sean una manada de cobardes, incapaces de defenderse, que entregarían sus vidas y propiedades sin oponer resistencia. Todo lo contrario. Ha prevalecido la razón y la sensatez. No han querido despertar los demonios que convirtieron la guerra de independencia en una de las más cruentas y salvajes de la humanidad.

En una población de 900.000 habitantes, casi 230.000 perdieron la vida entre 1811 y 1821. En la otra guerra grande, la Federal, que duró 5 años, la cifra fue mayor, 260.000, y también la crueldad, las vilezas y el salvajismo. En las otras guerritas –la Liberadora, la Restauradora, etcétera– abundaron las muertes y los actos vergonzosos y procaces como cortarles el pene a los soldados muertos y metérselos en la boca. El venezolano puede llegar a ser muy cruel, sanguinario y despiadado. Fueron muchos los crímenes y desmanes cometidos por ambos bandos, por patriotas y realistas, por federales y centralistas, por liberales y conservadores.

Hasta ahora los tiranos, que conocían la historia patria y nunca pusieron en duda su nacionalidad, se cuidaron de despertar esos demonios que anduvieron realengos en el país –por la libre, dicen los asesores cubanos– en el siglo XIX y en algunos episodios del siglo XX. Sabían las consecuencias y para evitar “derramamientos de sangre” renunciaban a seguir en el poder, se montaban en la Vaca Sagrada y adiós. En el presente, hacen caso omiso de la historia y hasta utilizan una frase de guerra de la etnia caribe (“Ana Karina Rote”, solo nosotros somos gente) para defender y preservar las iniquidades y abyecciones que han ocasionado (hambre, oscurana, hiperinflación, desempleo, enfermedad y sed).

Nadie con buen tino desea una guerra civil; además, para que haya enfrentamientos se necesitan dos contendientes y, hasta el momento, solo las fuerzas del gobierno –hampones y militares– tienen el monopolio de las armas y de los ataques a la población indefensa. Los sabotajes y actos terroristas son parte de la propaganda gubernamental, de las trapisondas comunicacionales para ocultar ineptitudes y corruptelas, no actos defensivos-ofensivos de la oposición. Pero eso no significa que si los colectivos atacaran las urbanizaciones, los hogares, serían recibidos con flores y un coro de niños. El derecho a la defensa propia no ha proscrito y nadie tiene el monopolio del valor, llámese bolas o tabaco en la vejiga. Cerrado por asedio delictivo.


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