Wifi Ralph se enciende, como película, cuando los protagonistas ingresan en la red social para comprar en “E Bay” el volante de plástico de un videojuego, sin el cual no puede operarse el mundo virtual en el que Vanellope coexiste.

Unos niños rompieron el aparato dentro de un arca de consolas de los años ochenta. Hasta ahí llega un pequeño módulo de Internet con el fin de modernizar el espacio y facilitar la comunicación de su dueño, un señor de bigotes. La casa Disney construye así otro de sus espejos de la realidad contemporánea.

El reflejo, por supuesto, complace el gusto del gran público, al tiempo que lo lleva a pensar y a formularse preguntas de mayor complejidad sobre el estado de la conectividad en la globalización de hoy.

El filme pertenece, por derecho propio, a la generación post “intensamente”, aquella en la que los personajes racionalizan, codifican y deconstruyen la moraleja a viva voz, para obviar la comprensión del mensaje a la audiencia mainstream.

Los críticos, por tanto, volverán a extrañar la época en que la casa productora lograba desarrollar su doble discurso, para adultos y chicos, a través de estrategias menos didácticas y pedagógicas, arriesgándose con el lenguaje de la imagen en lugar de bajar la línea editorial con la saturación de palabras.

Wifi Ralph puede estar en un punto medio, combinando el acento de la clase infantil con la abstracción de antaño.

Al entrar en su universo paralelo, de la web, los personajes se sumergen en diferentes problemas que son nuestros: tener que comprar un artículo de consumo en un mercado atiborrado de spam; comprender cómo se surfea y navega en el mar de opciones de la net; vender el alma al diablo de la fama efímera de Youtube al buscar monetizar las muecas banales de Ralph; sortear los peligros de los sitios que hospedan a los haters y los trolls; combatir la plaga de un virus que se alimenta de las inseguridades de los habitantes del sistema digital.

En el trayecto, los héroes enfrentan múltiples riesgos y pruebas que los hacen crecer, descubrirse y transformarse.

El drama del guion se centra en el dilema de la evolución de Vanellope, una niña que va conociendo su libertad de adolescente bajo la tutela de un Ralph que asume posiciones de príncipe salvador y de padre postizo, las cuales debe matizar o suavizar de cara a las exigencias de su amiga centennial, a la que brinda afectos y atenciones de hija.

En tal sentido, el subtexto alberga la clásica reflexión edípica de aprender a cortar el hilo umbilical, dejando que los jóvenes evolucionen por su cuenta en un ambiente de caos controlado, que es el de la cinta de los creadores de la fusión de Pixar con el Ratón Mickey.

De acuerdo con la profesora Malena Ferrer, Jonathan Lasseter figura en la cima de los créditos, despertando suspicacias entre quienes consideramos que la pieza se adapta a la línea del empoderamiento femenino de los últimos años.

Por cuestiones de lógica inversa, los hombres siguen diseñando el pensamiento de las mujeres en los trabajos de la fábrica de sueños.

Wifi Ralph engrana un argumento de una sugestiva crítica a los nuevos medios, ampliando la guerra fría que divide a Hollywood ante la competencia del Valle de Silicón.

Ambos bloques unen esfuerzos en la edificación de la empresa audiovisual, proyectando las marcas y las aplicaciones que enganchan a los infociudadanos de la actualidad.

Pero la tensión se palpa en el ambiente que se respira alrededor de la historia, compartiendo las visiones distópicas y de pesadillas de series como Black Mirror, solo que en su versión de control parental de Disney.

Saturada de publicidad por emplazamiento, un largometraje que se sirve de las técnicas del marketing de guerrilla, para conducirnos a las entrañas del laberinto de Google.

Un universo que es tan gozoso y colorido como presto a capturarnos en su Matrix para siempre, olvidando el calor humano. Disney apuesta por el encuentro y la reconciliación en su agenda de corrección política.

Por un lado, ofrece una secuencia magistral de desmitificación del entramado musical de sus princesas bucólicas. Por el otro, cierra por la vía del canon de Toy Story, unificando sus negocios de la nostalgia retro y camp.

Al final del día, Wifi Ralph es como irse de shopping por una plataforma que te promete el paraíso al alcance de un clic, pero que puede convertirse en un pequeño descenso a los infiernos.


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