Tengo detractores que no me quieren porque en 1492, casi sin querer, descubrí un nuevo mundo.

Entré por Macuro a Venezuela. Los indios estaban echadotes a la orilla de la playa como disfrutando de unas vacaciones. Me imagino que como era 12 de octubre tenían el día libre.

Las indias, de exótica y aborigen belleza, ataviadas con un taparrabo que casi no les tapaba el rabo, exhibían sin sostenes el orgullo de su poder. Algunos varones rallaban yuca para preparar casabe. Los niños, como no habíamos llegado todavía, se fastidiaban con juegos autóctonos: fútbol con tapara y peleas de bachacos.

Llegué a estas tierras con un grupo de hombres verriondos que no habían visto ni siquiera la teta de su mamá, pues en esa época ningún europeo osaba mirar a una mujer desnuda, ni siquiera a la propia. Y hablando de mujeres, la mía me echó tremendo vainón. No me empacó ni un solo pantalón. Me puso falditas marrones cortitas y medias panty, y eso me trajo muchísimos problemas con la tripulación, pues, desde que me vieron, comenzaron con una mamadera de gallo: —¡Ayyyyy … papá! ¡Esas piernoootas!

Otras veces, me cantaban:

—¡Desss-paaa-cito…!

Lo cierto es que cuando llegamos a la playa de Macuro, emocionado, dije:

—¡Los descubrí! –para colmo se me fue el gallo.

Los indios, jodedores, dejaron de hacer nada y en su lengua nativa, gritaron:

—¡Ay, sí! ¡Descubriste América!

Han pasado 525 años y desde un lugar que se llamaba Paseo Colón escucho cómo el gobierno hace recaer sobre mí la culpa de acabar con la cultura indígena de América. Me acusan de exterminio. De convertir a los indios americanos en esclavos.

En Caracas, en mi antiguo pedestal, colocaron la horrible escultura de un supuesto cacique, tan mal esculpida que ofende a estos nobles pueblos indígenas que la revolución dice defender. Mi ahora intangible estatua ve a estos indígenas venezolanos, enfermos y con hambre, pidiendo limosna, revisando la basura y arrastrándose por las calles de Venezuela.

¡No me echen la culpa! Yo ahora no existo. El verdadero culpable de este infortunio de país que se resiste a morir tampoco existe.

Hoy los responsables son quienes, teniendo el poder, permiten que nuestros indios se humillen, respiren el desprecio de aquellos que los ignoran y, acorralados. acurruquen su vida en la desdicha. ¡Esa miseria está muy lejos de ser la dignificación revolucionaria de los indígenas!

La verdad es que yo los traté mucho mejor de lo que ellos los tratan ahora.


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