Una vez alguien dijo, palabras más, palabras menos: “Juzga a un Estado por la manera como trata a sus presos”. Imaginen entonces el veredicto del que sería merecedor un Estado que no solo no cumple con las más mínimas garantías frente a su población penitenciaria, sino que encarcela inocentes y estos inocentes mueren bajo su control y custodia. La libertad y la vida constituyen los derechos más fundamentales, su privación es permitida en condiciones excepcionales. Todos sabemos que el monopolio de la justicia y la violencia legítima corresponden al Estado, pero para conservar precisamente esa legitimidad, las instituciones que hacen parte de este tienen que cumplir obligaciones bien estrictas. En su ausencia no podríamos hablar de detención sino de secuestro, tampoco simplemente de muerte, sino de asesinato.

Lamentablemente para los venezolanos, nuestro país representa siempre la peor ilustración en lo que respecta a los derechos humanos y la institucionalidad. El caso Fernando Albán es tan solo uno de numerosos casos en los que el papel del Estado venezolano es duramente cuestionado.

Fernando Albán no solamente nunca debió morir en las condiciones en las que murió, sino que nunca debió estar preso, por no decir secuestrado. A Albán le cobraron una factura que ni siquiera le pertenecía, a través de él el régimen pretendía golpear a quien por ahora ha identificado como su más acérrimo enemigo: Julio Borges. Lo que más causa impacto de este caso es que en el lugar de Fernando pudo haber estado cualquiera de nosotros y no porque haya razones, no las hubo con él, sino porque así son las dictaduras, si no pueden contra ti, van contra tu entorno, si tu entorno se les escapa, no les importa ir contra quien sea si con eso logran golpearte.

Hay más de cuatrocientos presos políticos bajo control y custodia del Estado venezolano. Pero también la vida y la libertad de millones dependen de ellos. En esta ruleta rusa que significa el juego macabro de la represión, nadie es suficientemente libre, ni su vida está suficientemente protegida. Vivimos y somos libres hasta que nos toque a nosotros ser objeto del capricho de quienes desde el poder actúan como verdugos. Todos tenemos un número en la frente, como si se tratará del bingo de la muerte, cuando la mano macabra del poder te señala, no hay gran cosa que puedas hacer.

Libertad para todos los presos políticos, justicia para nuestros mártires.

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