En los años cincuenta se estrenó una película en España, llamada Bienvenido Mr. Marshall, que ha pasado  a ser un clásico del cine español y cuyo guion y dirección corrieron  a cargo de Luis García Berlanga. En ella los vecinos de un pueblo de la sierra madrileña se esfuerzan en dar la bienvenida a unos diplomáticos estadounidenses que son parte del Plan Marshall para la recuperación de Europa, devastada por la Segunda Guerra Mundial. Si bien en cierto modo es una  crítica a la prepotencia norteamericana, es, sobre todo, una sátira a la atrasada España de aquellos años. Al final, tal como ocurrió en la vida real –pues el país hispano no se vio beneficiado por dicho plan debido a la posición asumida en la guerra–, los estadounidenses pasarán de largo y no pararán en el pueblo.

Me ha venido a la mente esta película al observar el clima social que se vive actualmente en el país, donde los ciudadanos se desesperan y no entienden por qué, si existe un reconocimiento mundial de la crisis humanitaria que vivimos, no llega la ayuda ofrecida tantas veces. Ansiosos, aspiran a que todo termine de una vez y que la dictadura llegue a su fin; es decir, que haya una señal definitiva de los acomodados militares o que las fuerzas internacionales terminen de entrar finalmente. Poco a poco han entendido que los estadounidenses no parecen estar dispuestos  deponer a Maduro, tal como hicieron en su momento con el general Noriega en Panamá; que los tiempos son otros y que no se puede invadir al país de la forma que se hizo, por ejemplo, con la Isla de Granada en 1983,  cuando  Ronald Reagan dio instrucciones de irrumpir en ese territorio porque un general llamado Hudson Austin había dado un golpe militar con el apoyo del gobierno cubano. La operación Urgent Fury (Furia Urgente), como se denominó  dicho asalto, duró 4 días y dejó aproximadamente 1.000 detenidos y varias decenas de soldados cubanos muertos; muchos de los cuales se dice que fueron degollados al ser capturados –,algo que seguramente tendrán hoy en la mente algunos de los muchos que están desperdigados por todo el territorio nacional haciendo labores de espionajes para el G2 y amenazando a nuestra tropa–.

Así, pues, “aunque todas las opciones estén sobre la mesa” (Trump dixit) parece razonable pensar que la estrategia para echar a estos imitadores de “vietnamitas” no esté centrada esta vez en una invasión y apunte más bien a la ayuda humanitaria que llegará pronto al país. Seguramente el régimen verá sus últimos días cuando dicha ayuda  comience a entrar al territorio y a los militares venezolanos no les quede más remedio que plegarse a los acontecimientos, permitir el abastecimiento y aprovechar para desertar. Es probable que el mismo Nicolás Maduro, traicionando incluso a los suyos, ya haya concertado su exilio – pues a decir verdad lo tiene más fácil que sus compañeros de viaje– y  todo lo dicho al mediático Jordi Évole no hayan sido más que bravuconadas y pantallerismo.

Sea de una manera o de otra, creo que no pasarán muchos días sin que el pueblo venezolano tenga un nuevo motivo para festejar. Entonces, al dar la bienvenida a la ayuda, comprenderemos que valió la pena la espera.


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