“Usted personifica todo lo que nosotros admiramos en un líder político”, le dijo John F. Kennedy a Rómulo Betancourt el día 19 de febrero de 1963 con ocasión de la visita de este último a la Casa Blanca. En el mismo discurso, el joven presidente le reconoció al estadista venezolano que su lucha por la democracia lo había convertido en el enemigo más importante de los comunistas en América Latina.

Fidel Castro se había empeñado en apoderarse del petróleo venezolano y extender su modelo marxista-leninista a Venezuela. Encontró apoyó en el Partido Comunista y en el Movimiento de Izquierda Revolucionario, escisión del ala marxista de Acción Democrática. El intento de revolución fue hecho por la burguesía, y no por la clase trabajadora como lo proclamaba Marx.

Luego de la visita de Castro a Caracas, en enero de 1959, Rómulo Betancourt fue percibiendo el riesgo que representaría el dictador cubano para Venezuela. Uno de los rasgos que puso en guardia al líder adeco fue la negativa de Castro de llevar a cabo elecciones. La revolución cubana había llegado para quedarse, y en sus planes no estaba hacer votaciones, salvo que pudieran maquillarlas una vez consolidado Castro en el poder. El comunismo no cree en elecciones libres porque se trata de un sistema basado en la lucha de clases, que requiere el aniquilamiento del “enemigo”, y no en el sufragio. Esto fue advertido tempranamente por Betancourt.

En la medida en que la revolución va avanzando, Castro decide convertir a Cuba en un satélite soviético y pasa a ser una amenaza permanente para la democracia venezolana. El régimen castrista se convierte en una carga económica para los soviéticos; razón por la cual Castro arrecia sus ataques contra Venezuela, con la mira puesta en su petróleo. La agresividad de Castro fue desbordada. La injerencia fue permanente, al punto de llevar a cabo la invasión de Machurucuto en mayo de 1967 y ofrecer entrenamiento, armas y adoctrinamiento a los guerrilleros.

Pese a las amenazas, y a que Castro vivía su momento de esplendor, el demócrata venezolano lo enfrentó y derrotó en todos los terrenos: militar, político e ideológico. En cada uno de ellos el dictador comunista fue vencido y el prestigio de Betancourt quedó sellado a perpetuidad con tinta indeleble.

Betancourt estaba asediado por los intentos de golpes de Estado. El primero fue el de Castro León, el 20 de abril de 1960 en San Cristóbal; luego los golpes de Carúpano y Puerto Cabello organizados por el Partido Comunista. A esto se suma el atentado lanzado por Trujillo desde República Dominicana, en junio de 1960, poco después del alzamiento de derecha de Castro León. Sin embargo, el vigoroso líder de la democracia resultó vencedor.

La derrota del castrismo fue posible, además de las habilidades políticas de Betancourt, por la unidad de los distintos sectores del país en torno a la defensa de la democracia. El papel de la Fuerza Armada de la época resultó determinante. El compromiso del poder militar con la democracia quedó evidenciado en esa larga lucha contra la violencia y el terrorismo.

Es conveniente recordar también el papel relevante del ministro de la Defensa de la época, general Antonio Briceño Linares, al darle apoyo al sistema democrático. Su nombre debe ser recordado, pues su aporte a la democracia fue determinante El prestigio, popularidad y reconocimiento de las Fuerzas Armadas Nacionales había alcanzado entonces su nivel más elevado.

La Fuerza Armada venezolana debe recordar estos episodios y el perfil de los jefes militares comprometidos con la libertad y la democracia. Esta institución debe ser siempre una referencia para la estabilidad y el progreso de Venezuela.

La cultura política, el coraje, la probidad y la vocación democrática de Rómulo Betancourt permitieron derrotar a Fidel Castro. Esos fueron los valores que John Kennedy declaró admirar en Betancourt. Con un liderazgo de estas características y el sentido de compromiso con la libertad del poder militar, será posible lograr pacíficamente la paz, la convivencia y la democracia en Venezuela.


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