Los Reyes Magos no encontraban el camino que debía llevarlos a Belén para honrar y regalar oro, incienso y mirra al niño que acababa de nacer en un establo entre animales de granja. Preguntaban por el camino a Belén porque una nube ocultó la estrella que los guiaba. Le pidieron a una anciana que les señalara el camino y los acompañara, pero la vieja se negó. Mas tarde, arrepentida, llenó una cesta de dulces y procedió a llamar a todas las puertas animada por la esperanza de que un niño pudiese ser el que buscaban los Reyes. ¡Aquella anciana se llamaba Befana!

Ivonne Rivas en su deslumbrante libro Diálogo entre el cielo y la tierra, que yo abusivamente habría titulado Las Puertas del Tiempo, se refiere al 6 de enero. Y así, de pronto, hace que me tope con la Befana. ¡Es la epifanía!, exclama Ivonne. “Dios se presenta ante los hombres y se celebra el día cuando los Reyes Magos fueron a adorar al Niño. Se festeja en muchas ciudades del mundo, especialmente de la cristiandad. En Italia –dice Ivonne– es el día de la Befana”.

La Befana es la bruja buena que reparte juguetes y regalos a los niños el 6 de enero. Es italiana y se siente orgullosa de no ser ningún San Nicolás, Niño Jesús, Papá Noel o el gordo Santa Claus que lo único que se le escucha es su risa convertida en Jo Jo Jo. La Befana es un ícono y su figura está asociada a los Estados pontificios, donde la Epifanía se celebra con mayor importancia.

Yo acostumbro agregar a mi firma el dibujo infantil de una brujita parada o sentada sobre una ballena. La brujita puede ser el amor, la amistad, el nombre de la niña, la adolescente, la mujer madura que recibe el autógrafo y la ballena es el techo del mundo. Pero, secretamente, esa brujita, ¡mi brujita!, es mi bella hija Valentina. También es la Befana asociada a la Epifanía que significa “manifestación de la divinidad” y algunos sugieren que es descendiente de la diosa sabina llamada Strenia, diosa de la buena salud y de la buena suerte, que daba el nombre del primer día del año como señal de buen augurio. La fiesta, antigua, se celebraba en Roma pero yo, personalmente, la celebro donde me encuentre ese día.

Al conocer a Belén Lobo y hacer una vida monógama junto a ella durante más de cincuenta años, descubrí a tiempo y para mi propia gloria que igualmente era mi Befana porque sin necesidad de la escoba ella cruzaba el aire en cada jeté en avant, en el prodigio de la promenade o en el furor de la danza moderna solo con el impulso de su espíritu, el batir de las alas de su alma espolvoreada de luz. Como buena Befana y bailarina, Belén contribuyó a dar privilegio y veracidad a la definición de danza o de ballet: “Es lo que queda en el aire después de que el bailarín pasó por él”. Y la Befana pasa a horcajadas sobre su escoba desde los más antiguos tiempos precristianos, sin asustarnos, sin volvernos temerosos de su insólita e imposible presencia y al barrer desde edades pretéritas las calles de Roma con su propia escoba de bruja impenitente lograba que todos los adultos que la veían se volvieran niños enternecedores.

Se sabe que toda madre terrible arrastra consigo la imagen de la muerte; de allí que el regreso a la madre significa morir y esa madre terrible puede ser bruja mala y hechicera, volar sobre una escoba; asomarse a la ventana convertida, si así lo quiere o le apetece, en hermosa doncella moviendo una cabellera de oro y transformarse luego en la sucia chavista que es y descender lentamente por la escalera con una palmatoria en la mano mientras caen afuera los rayos de la tormenta y se escucha en la noche de unos inventados Cárpatos el aullido de los lobos en las siniestras montañas de Transilvania.

Me entero de que para Jung la bruja es la proyección del ánima de la mujer, es decir, el aspecto de la mujer primitiva que sobrevive en el inconsciente del hombre. Ella no puede evitar su odioso y repugnante aspecto, ¡pero posee fatídicos poderes! Nuestra imaginación nos describe la imagen de una decrépita mujer con podrida dentadura removiendo alguna pócima dentro de un caldero ennegrecido, en un antro asediado por el terror. Las tres brujas de Macbeh, escribe Astrana Marín, no son las divinas Euménides, aquellas deidades de la venganza; divinidades violentas cuya misión es la venganza del crimen y, en especial, los cometidos contra la familia. Estas brujas, dice Astrana son vulgares e innobles instrumentos del infierno, pero la manera como las pintó Shakespeare es verdaderamente mágica. Una de ellas, cerca del páramo de Forres, degüella cerdos mientras sus hermanas lanzan maléficas profecías y las tres desaparecen.

Bajo influjo del cristianismo se consideraba a las brujas como seres perversos porque eran tiempos en los que lo humano y lo divino se confundían. Muchas brujas, algunas bellas y jóvenes, llevadas a la hoguera eran mujeres que sufrían tal vez de epilepsia o trastornos mentales, pero se las acusaba de estar poseídas por el demonio o inclinadas hacia una deliberada perversión. Los “justos”, inquisidores y frailes redentores, sometían el cuerpo de los desdichados a espantosos castigos solo para salvarles el alma. Villiers de L’Isle-Adam describe de manera admirable el tormento en el relato titulado “La esperanza”, contenido en su libro El convidado de las últimas fiestas.

¡Pero Befana no transita por tan despiadados comportamientos! Por el contrario, en enero, mostrando su físico poco atractivo ofrece a los niños dulces y regalos.

¡Hay que reconocerlo! Escuetamente, en el siglo XX, Santa Claus terminó llamándose Santa; en la medida en que su presencia benévola y protectora de los niños se fusionó con la poderosa corporeidad capitalista. ¡Es emblema navideño del capitalismo salvaje! Puede tocar la campana en la calle, recibir algunas monedas, sonreír y decir Jo, Jo, Jo, pero su verdadero espacio, su consagrado lugar está reservado dentro de la poderosa tienda por departamentos, la empresa y el comercio navideño, mientras la Befana anda por la vida fea y mal vestida, vieja y gris con su retorcida escoba pero alegrándose al ver a los niños como si ella misma fuese un niño agradecido.

Santa se empeña cada vez más en aparecer más gordo y grato a todos. Belén no hizo ningún esfuerzo para lograrlo; ¡Valentina y la Befana tampoco lo hacen! ¡Y las adoro!


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