I

Simplemente, ya estoy acostumbrada. Dedicarme más de un año a investigar hemerográficamente los acontecimientos reseñados en el documental La peste del siglo XXI me ha servido para darme cuenta de que si en algo son poderosos y han invertido los chavistas es en tergiversar la verdad. Tienen la escuela cubana para ello.

Como periodista, asistí muchas veces al Panteón Nacional a actos ceremoniales. Me precio de tener una memoria fotográfica muy desarrollada (me fue muy útil para el documental), y recuerdo claramente que el niño del pueblo del cuadro gigante de Tito Salas que adorna el plafón identificado como “Dios” no tenía esos rasgos. Era un precioso negrito. Desde hace unos años para acá es un adefesio muy parecido al intergaláctico.

Cuando la profesora de Historia del Arte llevó a su grupo de alumnos a este recinto hace unas semanas, se los mostró. Una aberración impresionante. Es conocida la genialidad del pintor, el uso de las sombras y las luces, la épica con la que representó la vida del Libertador. Lo que me niego a creer es que fuera clarividente.

Decidida a escribir sobre el tema, me di cuenta de que no es nuevo, que en su momento mucha gente lo dijo. Las restauraciones comenzaron con los trabajos del mausoleo-antojo del difunto y su heredero. Gabriel Guevara Jurado se encargó de “recuperar” tres lienzos del gran pintor en 2013 y en 2014 los demás. Allí está otro detalle, las nubes son rosadas chicle, los cielos turquesa, pigmentos que nunca usó Salas. Todo eso lo contó la profesora a sus alumnos.

II

Quise comprobar lo que la docente decía en cuanto llegó a mis oídos y me fui el sábado 18 al Panteón Nacional. Primer batazo.

No pude contener mi grito, los vigilantes me vieron acusadoramente porque rompí el silencio del lugar. Chávez carajito sosteniendo un casco de conquistador español y viendo directamente al espectador. Un espanto, un aparecido, un fantasma venido directamente del averno. No, Tito Salas fue incapaz de hacer eso.

Para hacer este artículo me tomé la molestia de buscar en Internet el original, comprobar que lo que vi con mis ojos es realmente una tergiversación, y entonces me sorprendí una vez más con la escuela cubana: no encontré foto alguna ni reseña histórica del Panteón Nacional con el cuadro antes de semejante “restauración”. Son especialistas en borrar todo rastro de verdad, de manipular y de imponer la propia. Me niego, yo sé lo que vi, lo que tengo grabado en mi memoria.

Seguro que si me dedico unas semanas encuentro una foto original. Pero la mayoría de la gente no hace eso, así que dará por sentado que Salas vio al intergaláctico en un arrebato de inspiración.

No había entrado al mausoleo, pero mi molestia iba en aumento al constatar que el mármol de las paredes del antiguo altar al padre de la patria se resquebrajó y lo repararon con un emplaste pintado en tono similar. Me detuve a observar una serie de calcomanías con código QR que había en las paredes.

Al principio parecen una travesura de niños que pegan cosas donde les provoca, pero no. Esa fue la manera de resolver la ficha técnica de las esculturas que aún se conservan y la información de los homenajeados. Será para llenarse la boca diciendo que están a la vanguardia. No he visto eso en ningún museo del mundo. Otro espanto.

III

Pero el batazo mayor estaba por venir. Sábado antes del apocalipsis. Sábado antes de la reconversión. ¿Vamos a merendar? Mientras nos alejábamos del centro de la ciudad, fuimos testigos del avance del terror.

Los comercios en el centro ya estaban sospechosamente cerrados, pero conforme nos movíamos hacia el este, la desolación crecía. Queríamos merendar. Entramos a tres sitios con estantes vacíos. Panaderías sin un dulce y con poca oferta de bebidas.

Heladerías desoladas, restaurantes sin nada que servir. El mundo detenido a media tarde. En el único establecimiento que tenía panes, cachitos y dulces el dependiente nos advirtió: “Agárrense de la baranda cuando pregunten los precios”. Agradecimos su buen humor, pero huimos. Segundo batazo.

Regresamos a casa e hicimos lo que la mayoría, nos encerramos hasta que pasara la hecatombe y la estocada final: revisar el saldo en la cuenta bancaria.

Ahora entiendo la expresión de secreta satisfacción del niño del pueblo restaurado con cara de intergaláctico: desde el fondo de su corazón, nos sentenció a muerte.

 


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