Jhon Lobo llevó dentro de sí el espíritu vital del movimiento. Bailarín esencial, hizo de su desempeño artístico, además de una profesión, un modo irrenunciable de existencia. La suya fue una vida corta, demasiado breve para sus deseos de vivir y de ser. A pesar de ello, llegó lejos. Su indeclinable decisión de bailar lo llevó hasta cimas no siempre fáciles de alcanzar.

Intérprete de sorprendente versatilidad, no discriminó nunca entre los distintos géneros de la danza escénica. Con igual convicción, determinación y seguridad abordó tanto las manifestaciones populares dentro de las cuales destacó por su histrionismo y espontaneidad festiva, como las disímiles tendencias de la danza contemporánea que dominó a plenitud en sus dimensiones técnicas y expresivas, y hasta algunas incursiones eventuales realizó dentro de los rigores de la danza académica.

Su proverbial ímpetu lo caracterizó como un bailarín vehemente y arrojado. Pero también podía vivir en él un intérprete reposado y profundo, siempre perfeccionista de los códigos y las formas del cuerpo estético. Su inquietud lo llevó además a explorar incipientemente en los caminos de la creación coreográfica. Igualmente, formó parte de las primeras generaciones de bailarines formados dentro de la educación universitaria en danza en el país, convirtiéndose en uno de sus más elevados resultados.

Jhon Lobo perteneció por varios años al elenco de la Compañía Nacional de Danza. Entre muchas otras obras, destacó como intérprete en La cantata criolla de Mariela Delgado, sobre el enfrentamiento entre contrarios contenido en la leyenda de Florentino y el Diablo; La consagración de la primavera de Claudia Capriles, el ritual primitivo y colectivista abordado desde la perspectiva de una renovada modernidad, y Azul, blanco, sepia de Rafael González, recreación en términos de abstracción de las etapas reconocidas en la obra pictórica de Armando Reverón y su revelador tratamiento de la luz en cada una de ellas.

Recientemente, la Compañía Nacional le rindió un tributo artístico al bailarín fallecido. En los Talleres de Realización del Teatro Teresa Carreño se escenificaron títulos de incorporación reciente al repertorio de la compañía, en cuyos procesos de creación Jhon Lobo tomó parte: Oraciones de Graciela Henríquez, personal recreación de mitos y ritos de la religiosidad popular latinoamericana orientada por un humor agudo y un desenfado extremo; En nombre del padre de Claudia Capriles, discurso contemporáneo de remisiones a dimensiones ancestrales y originarias, a la vez que indagación sobre las gestualidades y las energías corporales masculinas, así como sus sutiles modos de relación; y Zoociedad de Julie Barnsley, alegato presentado con aparente banalidad y desaprensión sobre los valores o la ausencia de ellos en individuos y conglomerados de la actualidad.

Jhon Lobo configuró un ideal de intérprete, múltiple, virtuoso y comprometido. Vivirá siempre en la danza.


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