Mientras eran cerrados los pasos fronterizos entre Venezuela y Colombia, a través de los puentes Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander y Las Tienditas, alguien estaba bailando al son del crepitar de las llamas que consumían las medicinas y alimentos el pasado sábado 23 de febrero, cuando eran atacados por grupos afectos al oficialismo los camiones que transportaban la ayuda humanitaria.

Entretanto se desvanecían detrás del fuego las esperanzas de muchos necesitados, las cenizas representaban las conclusiones de la barbarie más abyecta; sin embargo, se continuaba bailando.

La acción perpetrada en la zona fronteriza, viola de forma flagrante, con alevosía y premeditación el protocolo de Ginebra, donde se especifica de forma clara y concisa que destruir la ayuda humanitaria es un crimen de lesa humanidad, que no prescribe.

Al mismo tiempo, por los lados de la frontera con Brasil, específicamente en el estado Bolívar, la represión no se quedó atrás, donde nuestros hermanos de la etnia pemón, fueron atacados vilmente por efectivos militares cuando trataban de preservar el paso para el ingreso de la ayuda humanitaria. Escenario que fue cubierto con heridos y muertos, pero en la capital se seguía bailando.

Los personeros del proceso bolivariano calificaron la bestialidad y la brutalidad de sus actuaciones de una victoria, por haber impedido el ingreso de la asistencia tan necesaria para muchos compatriotas. ¿Victoria? En qué cabeza cabe pensar de esa manera, que mantener en los umbrales de la miseria y a veces de una segura muerte al pueblo, sea una victoria. Pero para eso hay que hacer memoria, cuando una vez el difunto Hugo Chávez, en una de sus tantas alocuciones dominicales, tuvo el atrevimiento de decir que “ser revolucionario es estar por encima de la esencia humana”.

Es verdad, a los comunistas les falta esencia, alma y corazón porque no tienen sentimientos, vendiendo mentiras como verdades a través de una ideología que resalta la ilusión de vivir sin trabajar, convirtiendo en parásitos cargados de rabia para quienes son exitosos con esfuerzo, mérito y dedicación, donde prevalece el rencor y la penuria. Lo que les importa es el poder por el poder, enriquecerse con erario público y enviar a los pendejos a gritar consignas, jugar con el hambre de la población con la entrega de unas bolsas de alimentos de dudosa calidad y enviar a su guardia pretoriana a defenderlos, realizando las labores más crueles para mantener inalterada la realidad, mientras ellos disfrutan del dinero que se han robado, bailando. 

No les importó mostrarse frente al mundo, a través de la censura por parte de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones, Conatel, evitando el día anterior, es decir, el 22 de febrero, la transmisión del concierto Venezuela Aid Live, bloqueando Youtube, Google y Bing, al mismo tiempo sacando de la parrilla de las cableras del país canales de televisión como Antena 3 y NationalGeographic (NatGeo) del servicio satelital DirecTV, Intercable y Supercable, por haber osado dar cobertura al megaconcierto organizado por la oposición con la única finalidad de recolectar fondos para la ayuda humanitaria.

Lo que se logró hilvanar con la realización de ese evento fue una maravilla de las relaciones públicas, al transmitir un sólido mensaje a los venezolanos en particular y al mundo en general, que no estaban muy bien informados de la situación que atraviesa nuestro país, que no es otra cosa que estamos en dictadura y se está luchando para conseguir de nuevo la libertad.

Pero el 23 de febrero se convirtió en el punto de quiebre para el régimen, ya que de forma definitiva rompieron relaciones con la humanidad; a pesar de que tratan de ahogar el grito de libertad, los vientos de esperanza para Venezuela no tienen vuelta atrás. En este momento todos saben quien es quien, sin máscaras ni disfraces. Ya no vale hablar de democracia, tolerancia y diálogo por parte de un gobierno que no respeta al que piensa diferente, porque persigue y encarcela al que ose levantar la voz en contra del régimen.

La salud democrática de Venezuela se encuentra en terapia intensiva, porque desde hace tiempo está proscrita la diversidad de opiniones, la libertad de expresión y el espíritu crítico de sus diversos medios de comunicación. Con el pasar de los años, la revolución lo justificaba todo, desde la sumisión y la mentira, la esclavitud de sus pensamientos y la acción perversa del engaño. Hoy en día todo eso terminó, porque sus verdades se convirtieron en falacias.

Quiero hacer énfasis hasta el cansancio en que, en un conflicto, nunca habrá triunfadores. No hay reconocimientos por destruir. No se otorgan medallas ni trofeos por haber usado la violencia para imponer una verdad, porque se tiene miedo a los ideales de los demás. En un enfrentamiento no hay ganadores, todos pierden.

No debemos ni podemos asumir la retórica de la violencia, porque marcará la forma de ser del venezolano, presionando de manera profunda en el deterioro y la destrucción de nuestra sociedad.

Estamos obligados a ver más allá de nuestras conveniencias, para poder diseñar un futuro que pase la frontera del oportunismo. No es cambiando la dirección del viento, solo debemos ajustar las velas para llegar juntos como hermanos venezolanos al mismo destino, que no es otra cosa que la libertad.

Por cierto, no olvidemos, ¡vamos bien, muy bien!


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