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Glenn Gould en concierto

De la vasta obra de antropología cultural de Joseph Campbell, tomé prestado hace años un pensamiento que repaso con frecuencia porque define muy bien el concepto de iluminación que místicos y ascetas de algunas religiones pretenden o logran a través de diversas prácticas: “El objetivo en la vida es hacer que los latidos de tu corazón coincidan con el latido del universo, para que tu naturaleza coincida con la naturaleza”. Eso mismo es lo que me inspira o, mejor dicho, lo que me transmite la música de Johann Sebastian Bach (1685-1750). Dotada de una “armonía perfecta”, su música ha conducido a pensar que Bach es el traductor del lenguaje divino a los humanos. “Al oír la música de Bach tengo la sensación de que la eterna armonía habla consigo misma, como debe haberle sucedido a Dios poco antes de la creación del mundo”, así se expreso Goethe de su música.

Otros encuentran en las composiciones de Bach modelos matemáticos. Para el compositor Mauricio Kagel (1931-2008), en Dudar de Dios, creer en Bach, “la notación de Bach cumplió la exigencia impuesta al arte acústico, la de no sustituir al lenguaje sino dirigirse a nosotros con la misma exactitud” (La Nación, Argentina, 2011).

Un escéptico compulsivo como Emil Cioran, en una entrevista concedida en 1989 a la revista Newsweek, expresó lo siguiente: «He dicho que Dios le debe todo a Bach. Sin Bach, Dios sería un personaje de tercera clase. La música de Bach es la única razón para pensar que el Universo no es un desastre total. Con Bach todo es profundo, real, nada es falso o fingido. El compositor nos inspira sentimientos que a la literatura le es imposible transmitir, porque Bach no tiene nada que ver con el lenguaje. Sin Bach yo sería un perfecto nihilista”.

Gould con su silla dirigiéndose a los estudios Sony en Nueva York

El prodigio

El antónimo de un nihilista es un creyente, de allí que hablemos de Glenn Gould (1932-1982), virtuoso pianista canadiense que en las décadas de 1950 y 1960 abordó la música de Bach con una perfección nunca antes alcanzada, en especial su magistral interpretación de las Variaciones Goldberg, ícono de la historia de la música para piano. Gould fue un personaje controvertido que siempre utilizó para sus interpretaciones una silla de poca altura y una posición extravagante frente al teclado.

Fue iniciado en el piano desde niño por su madre, quien era profesora de música. A los 10 años componía sus propias partituras, por lo que ingresa al Conservatorio de Música Real en Toronto, donde estudió con el pianista chileno Alberto Guerrero. En 1946, Gould hizo su primera aparición con la Orquesta Sinfónica de Toronto, interpretando el Concierto para piano número 4 de Beethoven, siendo considerado a los 14 años de edad un pianista prodigioso.

Alberto Guerrero le enseñó la técnica de hacer descender y acompañar las teclas sin percutirlas desde cierta altura, que Gould perfeccionó durante el resto de su carrera al hacer afinar el piano al máximo de la resistencia de las cuerdas, de manera de apenas rozarlas para obtener el sonido deseado.

En 1955, a los 25 años, debutó en Nueva York con tal éxito que el productor del sello Columbia Masterwoks, que pasaría a denominarse después Sony Classical, lo invitó al día siguiente a una sesión en sus estudios. Así se originó su famosa primera grabación de las Variaciones Goldberg, importante álbum cuya reedición de 1992 conservo y disfruto casi a diario y en las que se escucha canturrear y a veces conversar consigo mismo a Gould a través de la ejecución.

Las Variaciones Goldberg fue denominada originalmente por Bach como Aria con variaciones diversas para clave con dos teclados (Aria mit verschiedenen Verænderungen vors Clavicimbal mit 2 Manualen), la obra fue compuesta en 1741, solo para ser interpretada por el clavecinista Johann Gottlieb Goldberg. Las Variaciones, escritas en la tonalidad de sol mayor y de sol menor, se componen de un tema único, un aria construida de forma simétrica, seguida de treinta variaciones y un reprise del aria o aria da capo. Lo que entrelaza a todas es un fondo de variaciones armónicas con un tema constante en la línea del bajo ostinato del aria. Fue concebida originalmente para un clave con dos teclados, por lo que ejecutarla al piano implica una gran dificultad porque Bach indicó a Goldberg que debía repetir cada sección, pues de no hacerlo destruiría la perfecta simetría de la obra y sus proporciones, cosa que Gould superó, de allí su genialidad.

La silla de Gould

A los 20 años de edad y siendo ya reconocido como un virtuoso del piano, Gould le pidió a su padre le construyera una silla con dimensiones muy particulares, que fuera flexible y transportable. Si tomamos en cuenta que la altura media desde el suelo hasta la superficie de las teclas blancas de un piano es de 71 a 72 cm, los bancos para pianistas oscilan entre 47 a 56 centímetros de altura, proporcionando una posición faraónica frente a la partitura. La silla de Gould medía 33 cm de altura, lo que situaba su pecho al ras del teclado, de allí que en los conciertos se le viera en posición fetal durante sus interpretaciones.

Sobre esto último sostuve una conversación con Sandrah Silvio, del Conservatorio de Música de París, a quien le manifesté mi interés por este singular personaje. Le comenté que en 1956 Gould fue invitado a grabar en los estudios Sony, pero al probar el piano no quiso utilizarlo sino que pasó todo un día con el experto afinador de la casa Steinway de Nueva York, probando todos los pianos que allí se encontraban, hasta dar con el que brindaba sus requerimientos de sonido y después de grabar la primera interpretación, considerada por el asesor musical de Sony como la obra perfecta jamás grabada, Gould pidió que la borraran porque se había adelantado 3 segundos. También le pedí me ilustrara sobre la posición que adoptaba Gould en sus conciertos. Esto fue lo que me respondió Sandrah Silvio: “Glenn Gould siempre estuvo obsesionado por el “sonido ideal”.  En este sentido, siempre estuvo en la búsqueda de un piano ideal y pienso que nunca estuvo satisfecho de los instrumentos que utilizó. Mantuvo con sus pianos verdaderas historias pasionales: primero con el Steinway Modelo CD 174, que lamentablemente sufrió un accidente irreparable en uno de los viajes, así como con el Steinway Modelo CD 318, que encontró en la tienda Eaton de Toronto y que según Gould poseía un «sonido traslucido”. En relación con su estilo, pienso que Gould buscaba en sus interpretaciones de Bach un sonido muy articulado, sin legato, muy luminoso, para ello tenía la costumbre de tensar el piano y así obtener además mucha rapidez en la ejecución. La manera de sentarse en posición baja del cuerpo, casi fetal, con las manos y muñecas relajadas, le impedía tener un sonido fuerte y poderoso como hubieran requerido las obras de Rachmaninov o Liszt (repertorio que el detestaba). Esta posición, en cambio, le ayudaba a obtener un sonido prístino, ligero y flexible muy adecuado para el repertorio de Bach y Beethoven”.

Un universo que se expande al compás de la música

Como decía Milan Kundera, “nuestra propia imagen es nuestro mayor misterio”. Por más que se escriba sobre Gould, este genio encarna un enigma insalvable que comprende su existencia meteórica. Lúcido, neurótico y ensimismado a la vez, sus pocos amigos y allegados, incluyendo a su amante, una pintora alemana, coinciden en que tenía una personalidad compleja y un comportamiento excéntrico, en especial cuando se le veía llegar a la sala de concierto o al estudio de grabación portando su desvencijada silla, vistiendo un traje arrugado, sin peinarse y con una expresión inescrutable. Algunos piensan que padecía del síndrome de Asperger debido a sus obsesiones y capacidad de concentración, característicos de esta afección, otros lo califican de hipocondríaco, neurótico y maniático ya que, entre otras rarezas, no estrechaba la mano de nadie, protegiendo las suyas con un sinnúmero de guantes y antes de cada concierto las sumergía en agua caliente por 20 minutos, amén de las 25 diferentes medicinas que engullía a diario.

Gould no se veía a sí mismo como ejecutante de Bach, cosa que hacía a la perfección,  sino como “un recreador de sus obras” que interpretaba provocando el éxtasis a sus audiencias. Del compositor se expresaba con devoción: “Mi amor por Bach me hizo músico. Todo mi interés fue moldeado por él. Bach es el más grande inconformista de la historia de la música. La paz y el recogimiento de sus últimas fugas son sobrecogedoras. No modula nunca en un sentido convencional, pero deja la impresión de un universo expandiéndose”.

Antes de cada concierto sumergía sus manos en agua caliente

El asceta

Antonio Bustamante, arquitecto español y diseñador de sillas ergonómicas para pianistas, se refiere a la silla de Gould como un instrumento de autotortura: “Un pianista sentado en la banqueta debe experimentar equilibrio y comodidad, especialmente al inclinar el cuerpo lateralmente (punto conflictivo) para tocar en los registros agudo o grave. Un pianista toca siempre desde una postura que él compone con su asiento y su piano, aunque a veces, como en el caso de Gould, este virtuoso necesitó adoptar una postura patógena para expresar su arte desde un medio autodestructivo que él mismo ha creado (su silla y su postura), como si estuviera encerrándose en una burbuja de conexión entre él y su piano para tocar mejor, aun a costa de su salud”. Paradójicamente el “espiritual pianista” cuenta para su trabajo con su cuerpo físico, que en este caso, fue tratado con desdén, como un asceta que inflige rigores a su cuerpo buscando trascender a una dimensión fuera del mundo profano o quizás utilizaba su silla como un talismán que le evocaba el amor paterno y que le daba sostén en su búsqueda iluminada al haber comprendido el mensaje cifrado de Bach.  

En 1964, a los 32 años, Gould ofreció su último concierto en Los Ángeles. A partir de esa fecha se dedicó a perfeccionar las grabaciones de sus conciertos. Esto lo combinaba con viajes por las carreteras del norte equipado con un Nagra y un micrófono direccional, obsesionado por grabar las conversaciones de la gente en los paraderos de carreteras: las promesas de amor de una pareja de adolescentes, la ruda conversación de camioneros o la cacofonía de voces anónimas en esos lugares de paso las colocaba en diferentes layers o capas que al mezclarlas en el estudio en diferentes tiempos, producía sinfonías a base de voces que posteriormente emitía en un espacio radial, su último reducto vital donde se comunicaba en solitario con el mundo. La filosofía de Gould y el núcleo de su identidad se revelaron claramente en ese programa de radio titulado La idea del norte, que para él representaba la búsqueda espiritual, la independencia y el rigor. En 1982, a los 50 años, un derrame cerebral provocado por una infección mal atendida, agravada por el exceso de pastillas que ingería en todo momento, causó la imprevista muerte de este asceta del piano.

Gould en plena grabación

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