Los pasados 19 y 20 de mayo los tomé como merecido descanso. Habiendo estado imbuido en infinidad de ajetreos en las semanas anteriores, decidí sumergirme por entero en la lectura y dejar a un lado el revuelto acontecer político del país. La fraudulenta elección presidencial que se escenificó este domingo 20 pasó entonces a la condición de incordio ajeno.

La simple casualidad me condujo a escoger entre dos libros de Elías Canetti: La lengua absuelta Masa y poder. Ambos textos los leí parcialmente hacia el año 2000, habiéndome fijado la tarea de leerlos de cabo a rabo, como hay que hacer con las obras de los grandes autores. Por razones obvias, el elegido fue el primero, un texto de carácter autobiográfico que se lee como una gran novela psicológica y realista. El segundo, por tratarse de un clásico asociado a la naturaleza de la violencia, preferí dejarlo para otra ocasión, que espero sea cercana.

Pero la vida no se cansa de sorprendernos. Ese esplendoroso trabajo autobiográfico, que abarca sus primeros 16 años de vida (1905 a 1921), me llevó por un sendero que no me esperaba. Bien avanzado el libro, en el capítulo titulado “Angustia en Viena; el esclavo de Milán”, Canetti nos refiere su estadía vacacional, junto con su madre, Matilde, en un lujoso hotel de Kandersteg, comuna Suiza del cantón de Berna. Allí su mamá tuvo una crisis que le reveló lo siniestro de sus cavilaciones.

Una familia de Milán se hospedó en el mismo hotel: la mujer era una dama, bella y sensual, de la sociedad italiana; el marido un industrial suizo que vivía en Milán. Les acompañaba un “célebre pintor”, llamado Micheletti, que tenía la exclusiva para la familia y que siempre iba escoltado por ella. Canetti describe al artista así: “Era un hombre de corta estatura que se comportaba como si tuviera ataduras y estuviera encadenado al industrial por su dinero y a la dama por su belleza”.

El caso es que, una noche, al abandonar el comedor, el pintor le hizo un cumplido a Matilde. De esa simple cortesía, la madre del escritor infirió que quería hacerle un retrato. Poco después, cuando se dirigían a su recámara, la sensible mujer empezó a exclamar: “¡Quiere hacerme un retrato! ¡Seré inmortal!”. Aquello lo repetía una y otra vez, con gran excitación, y su emoción aumentaba todavía más cuando su hijo le replicaba: “Pero él no ha dicho que quiere pintarte”. Fuera de sí, Matilde le respondía: “¡Lo ha dicho con los ojos, con los ojos, con los ojos! (…) ¡Es un pintor, una gran autoridad, yo le he inspirado y tiene que pintarme!”. Al final, Canetti logró tranquilizarla y al día siguiente todo volvió a su lugar cuando el hotelero se acercó a la mesa que compartía con su progenitora y les dijo que los ricos huéspedes no eran de su agrado; el pintor no era tan famoso y, además, había averiguado que la pareja estaba a la busca de comisiones para él. Cerró su comentario resaltando que su hotel era un establecimiento serio y no un lugar de aventureros.

La representación viviente de la escena anterior, me trajo a la mente el video de Nicolás y Cilia, grabado con ocasión del Día de las Madres, el domingo 13 de mayo, y que El Nacional Web mantuvo colgada en su página hasta el lunes pasado. La verdad es que el video en cuestión había llamado poco mi atención y solo lo vi con cuidado y lo active después de leer el texto de Canetti relativo al pintor italiano. Al hacerlo con ese trasfondo surgieron dos revelaciones imprevistas asociadas a los tórtolos presidenciales. La primera es que me dio por pensar que ellos aspiran a la inmortalidad pero no en buena lid. Conscientes de lo desastrosa que ha sido la gestión de gobierno que ambos llevan a cabo, buscan a la calladita el reconocimiento a través del retrato de ambos que se aprecia detrás de ellos en la mencionada grabación. En esa obra ven, al igual que Matilde, la realización de una autoridad. Es triste entonces que en su entorno más íntimo no haya nadie que conozca del tema y que esté en condiciones de decirles que el retrato en cuestión fue hecho por un artista menor. La cruda verdad es que nada en la tela pone de manifiesto las excelsas cualidades que exhibieron Martín Tovar y Tovar, Arturo Michelena, Cristóbal Rojas, Antonio Herrera Toro y Marcos Castillo, nuestras luminarias del retrato y la figura. Eso hace de la “pintoresca pintura” de marras una obra sin ninguna significación plástica.

La otra revelación surge de la lectura que hizo el conductor de Miraflores de los mensajes que ese día recibió por Internet. Él se confía en lo halagadores que son los primeros correos y, en la tónica que trae, inicia la lectura del que le manda la internauta Mary Plaza. El bombazo le estalla en la cara cuando lee: “No jodas más…”. Se detiene a tiempo porque lo que le venía era una referencia de escatología mayor. Casi balbuceante exclama: “Tremenda palabrota… Mary, te queda muy fea en tu boca”. Busca desesperado el equilibrio perdido y se lanza con un discurso de amor y comprensión que claramente desentona con su naturaleza más profunda. Entonces concluye así: “Soy un guerrero, un combatiente, un luchador pero no odio a nadie. Mary, no seas grosera, mija”. No puedo dejar de imaginarme a Mary Plaza sonriente, leyendo este versículo del Eclesiástico: “El enemigo tiene la miel en sus labios; mas en su corazón está tramando cómo dar contigo en la fosa”.

Mi descanso tuvo entonces estos giros extraños pero créanme que lo disfruté.


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