Cuando figuras de nuestra cultura y del pensamiento como Arturo Uslar Pietri, Juan Liscano, Antonia Palacios, Manuel Caballero o Eugenio Montejo dejaron de estar entre nosotros no se escuchó por parte del régimen ninguna palabra de reconocimiento porque al no ser ellos militares resultaban enemigos declarados. Se impone nuestra obligación de rescatar sus nombres del olvido al que el régimen militar pretende confinarlos. Se hace imperativo devolvernos a nuestra conciencia histórica civil afligida y abrumada como está en la hora actual.

Agreguemos a los nombres de nuestros héroes civiles el del ingeniero alemán Rodolfo Gerbes, quien realizó la hazaña de llevar la estatua ecuestre de Simón Bolívar, réplica de la que está en la Plaza Bolívar de Caracas, desde Puerto Cabello a Trujillo en 1930 atravesando un país primitivo y sin recursos.

Rodolfo Gerbes nació en Wierstt, en la provincia de Hannover, en 1903. Terminada la Primera Guerra Mundial sintió la necesidad de aventurarse por el mundo y decidió junto a un grupo de jóvenes embarcarse con destino a Brasil pero el barco donde viajaba quedó varado en Paramaribo. Entonces subió a una pequeña embarcación que viajaba hacia Venezuela con destino a Colombia y Panamá. Pero ocurrió que también este barco encalló en Puerto Carenero. Allí desarmó una locomotora encallada, la armó luego sobre sus rieles y se ganó la admiración y la confianza de los jefes del lugar. 

Finalmente, cuando apareció en Caracas: alto, fuerte, de anchas espaldas y manos acostumbradas a trabajos rudos; ojos azules, cabello fino y parco en el hablar, ¡tenía 25 años de edad!

En su libro Conversaciones de memoria, José Luis Izaguirre narra la epopeya: el alemán consiguió en 1931 un contrato por demás singular: “Por disposición del Gobierno del Estado Trujillo y con la debida autorización del Benemérito General Juan Vicente Gómez, se le encomienda a usted el traslado de la estatua ecuestre del Libertador desde los muelles de Puerto Cabello hasta su colocación en la plaza Bolívar del estado”.

El peso de la estatua alcanzaba los 5.690 kilogramos pero con el embalaje (una inmensa jaula o guacal) y los accesorios para asegurar la estatua el peso llegaba a los 6.130 kilos. ¿Dónde conseguir un camión de al menos diez toneladas para transportarla?

Gerbes consiguió un camión Federal de apenas cuatro toneladas al que tuvo que hacerle modificaciones de última hora capaces de resistir el peso total de la estatua y emprender el viaje en una caravana compuesta de dos camioncitos ofrecidos por el Estado Trujillo cargados de mecates, cadenas, picos, palas, carretillas, combustibles, grasa y aceites para los vehículos, lámparas de carburo, mosquiteros, hamacas, pastillas de quinina y de Clorazene para purificar el agua de beber además de los peones, maestros de obra, mecánicos y carpinteros. Una travesía que, arrancando desde los muelles de Puerto Cabello, pasaba por Taborda desde donde arrancaba la Gran Carretera Occidental o Trasandina que llegaba hasta San Cristóbal, trazada y construida durante la presidencia de Juan Vicente Gómez. 

¡Una carretera de tierra!

La monumental estatua ecuestre tuvo que recorrer un antiguo camino para bestias y carretas: Morón, San Felipe, Barquisimeto, Carora; luego la subida desde el Trentino hasta la Cuchilla, Concepción, La Cejita y Trujillo, la capital del Estado, término del viaje y de la colosal hazaña. En Barquisimeto, Eustoquio Gómez creó un grave conflicto porque intentó apoderarse de la estatua pero tuvo que someterse a la orden amenazante de Juan Vicente, su poderoso primo.

Significaba cruzar zonas aniquiladas por el paludismo. A veces, vadear los ríos; en otras, cruzar los puentes metálicos que cerrados a los lados y en la parte superior, el alemán tenia que desmontar para que la estatua pudiera pasar y una vez cruzados volver a dejar los puentes tal como los había encontrado.

En Trujllo, Gerbes “inventó” el plano inclinado; utilizó una tecnología de su autoría a base de una viga Doble T y una serie de viguetas de tres metros. Situó el camión Federal cerca de la acera; las vigas se colocaron con ganchos en la carrocería y se levantó con palancas el extremo del guacal que protegía la estatua. Se montó sobre las viguetas que funcionaron como rodillos deslizando la carga hasta alcanzar el pedestal y con grúas, mecates, poleas y el esfuerzo de muchos hombres levantó la pesada estatua hasta colocarla en la plaza Bolívar de Trujillo donde el Libertador sigue galopando.

El alemán se encontraba en lo alto del pedestal celebrando la única gran experiencia límite y culminante de su vida; el triunfo y la coronación de una epopeya iniciada en Puerto Cabello semanas atrás, cuando alguien de la Presidencia de Estado llegó con un papelito en la mano: “¡Musiú Gerbes…! ¡Musiú Gerbes…! ¡Un telegrama para Usted!” Gerbes impartió algunas instrucciones finales a uno de sus ayudantes y bajó del andamio.

Eran las diez de la mañana y el cielo azul y la frescura del aire parecían unirse a los festejos que el general Emilio Rivas, Presidente del Estado, iniciaba para homenajear al prócer y a aquel grupo de hombres que estuvieron llevando la estatua por un país que, sin lograrlo, intentaba encontrarse y reconocerse a sí mismo; pero que aspiraban también a compartir la circunstancia favorable de que el bronce ecuestre protegería a partir de 1931 y para siempre la vida trujillana.

Rodolfo Gerbes tomó el papel, lo leyó; se demudó; levantó la vista hacia la estatua que acababa de colocar en el alto pedestal como si no fuese él o no creyese él ser el autor de semejante hazaña; miró luego desconsolado a quienes lo rodeaban y sin pronunciar una palabra se derrumbó: Liliam, mi hermana, la mujer que tanto amó acababa de morir en Los Teques, a los 19 años de edad, víctima de la tuberculosis.


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