La incertidumbre general con relación a temas fundamentales ha sido una de las características de la Venezuela de estos tiempos. Sembrada con premeditación y alevosía para generar temor y parálisis en quienes han tenido en sus manos la posibilidad de concretar el cambio. Hasta hace poco el esquema funcionaba. Ya no. La incertidumbre se transforma aceleradamente en convicción profunda sobre la necesidad de detener el proceso actual y revertir hacia lo positivo la carga negativa del presente. La inmensa mayoría del país hoy piensa que esto no puede, ni debe continuar. Más que eso, pareciera dispuesta a echar el reto para alcanzar el objetivo.

Sin embargo, no será fácil el remate. De allí la conveniencia de recordar que si queremos conservar lo mucho o poco que tenemos, la vida, la libertad, el derecho de trabajar en paz, tenemos que despertar definitivamente y rebelarnos. Además de la libertad está en juego la existencia misma. Las últimas acciones del régimen, el asesinato del concejal, el extrañamiento o expulsión de otro dirigente juvenil, las purgas civiles, militares y policiales y la creciente censura a los medios de comunicación colocan la lucha en planos insostenibles por mucho tiempo.

El ciudadano común vigila receloso, esperando los unos de los otros y todavía que otros resuelvan, pero el tiempo pasa y la necesidad de actuar se acentúa. Sabemos que no hay secretos eternos. Nada serio se puede preparar sin que se sepa. En consecuencia hay que apresurarse. Todo está infiltrado. Este es un riesgo que debe asumirse a plena conciencia de su gravedad. El país está tomado por el crimen organizado. No se trata de delincuencia común. El continente y el mundo son conscientes de la gravedad de la situación venezolana y de la amenaza que significa para los vecinos incluidos Estados Unidos, Colombia y otros países fundamentales.

Hace pocos años escribí desde esta columna que “para liquidar a este régimen no son necesarios muchos hombres ni excesos de valor”. Pero la acción debe ser encabezada por hombres justos que, por el solo hecho de estar, le den trascendencia y seriedad a la acción.

Como consecuencia de todo lo dicho y de mucho más, considero cancelada las eventuales salidas electorales que nuevamente se están planteando. La verdadera naturaleza del problema no es electoral. Es existencial, de principios y valores, lo cual obliga a plantear la lucha en los planos que corresponden. No podemos seguir viajando hacia ninguna parte, ni convertir en complicidad, abierta o encubierta ciertos sospechosos llamados a una unidad alejada de la razón de ser de esta lucha definitiva.

En el oficialismo hay mayores problemas que en la oposición. En buena parte del régimen temen a lo que puede seguir después de esta izquierda estéril e inmoral, protagonista del más terrible fracaso habido en el continente americano.

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