Son tozudos, trabajadores y empecinados mis colegas. En la mejor tradición, la universidad se hace nicho de esperanza y necesidad.

Esta vez, la tercera, convocan a los negados en rebeldías reactivas: porque no hay agua o luz o gas o pensión, o niños sin remedios, o maestros castigados a tablazos, o tristezas sin cura. 

En acto que se debate entre el ritual académico y las oraciones de protesta, se busca, aún sin lograrlo, un nuevo liderazgo y sale casi como parto una plataforma de acciones y organizaciones que, como precalentamiento, debería llevar a una huelga general: batalla final y sin retorno. Huelga con grave olor a suicidio.

Las huelgas, como justo recurso laboral, han sido útiles e importante, pero ahora como instrumento político, que expresaría todas esas rebeldías reactivas, corre el peligro de mandar para sus casas a una gente que tendría que estar en las calles insistiendo, peleando contra el gobierno y su ristra de agresiones y violaciones.

Las medidas del gobierno marcaron el inicio de una nueva etapa. Se descarna provocadoramente el tono dictatorial. Se desconocen, otra vez, derechos adquiridos y se legitima a tablazos el hambre. Medidas que no tienen que ver con lo medido y aparecen abiertamente arbitrarias, desgajadas de cualquier argumento ideológico. Se atrinchera en una fuerza de represión que ha sabido entrenar y administrarla para usarla según convenga y sin escrúpulos.

El apoyo internacional crece a un nivel que no puede sino retar nuestra propia capacidad de dirección. El éxodo se ha convertido en un arma. Como los ayunos pacifistas, la fuga de nuestra gente aparece en primer plano, innegable rechazo a la tiranía en una poderosa letanía caminante.

Todo eso parece ser indicativo de un repunte, de una apertura que supera la incertidumbre dominante hace solo unas semanas. Es la hora de montarse en ese repunte, insistir en las denuncias y tomar las calles.

Es muy difícil que el gobierno abandone los tablazos contra los salarios. Entre otras cosas, y como repiten con razón los economistas, porque no tiene fondos, no tiene con qué pagar y lo hace con papeles de juego a los que se los come el kilo de queso blanco a 400 de los soberanos sometidos y dependientes. Por eso sale a rematar al país, al menguado petróleo, a la subasta del arco minero.

Así que tenemos tareas pendientes. La búsqueda de entendimiento puede ser no solo un instrumento de transición, sino también una puerta abierta para el escape de los gobierneros temerosos.

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