Venezuela fue una de las sociedades más exitosas de la historia. Con la aparición del petróleo el país inicia un proceso de transformaciones impresionante, logrando en pocas décadas lo que otras naciones lograron siglos o incluso milenios en alcanzar. De ser una de los países más pobres de Latinoamérica, pasamos a ser el más rico. 

Entre 1920 y 1980 fuimos la economía de más rápido crecimiento en el mundo. Gracias al petróleo sembramos al país de liceos, escuelas y universidades. Acabamos con el analfabetismo y fuimos ejemplo mundial frente paludismo e infinidad de enfermedades endémicas y epidémicas. De tener una de las tasas de mortalidad más altas del planeta en pocos años igualamos a las naciones desarrolladas. 

No había inflación. El bolívar venezolano, junto con el franco suizo, eran las dos monedas más sólidas del planeta. Para 1947 éramos el cuarto país con mayor renta media per cápita, superados solamente por Estados Unidos, el Reino Unido y Francia. 

Caminos vecinales, grandes sistemas de riego, fertilizantes e insecticida y apoyo financiero del Estado contribuyeron a la expansión extraordinaria del sector agrícola. 

Carreteras y autopistas cruzaron nuestra geografía.  Electrificamos a Venezuela y construimos puertos, aeropuertos y la segunda mayor represa del mundo. También cloacas y acueductos en todas las ciudades y pueblos. Levantamos hospitales, liceos, escuelas y universidades que preparaban extraordinarios profesionales. Desarrollamos uno de los sistemas de salud más avanzados de la América Latina y la educación era gratuita y obligatoria. 

Se urbanizó el país  y se adelantó un rápido proceso de industrialización con créditos blandos de la CVF y el Banco Industrial.  El sector financiero creció de forma extraordinaria poniéndose a la cabeza de la América Latina. Se construyeron millones de viviendas a través del Banco Obrero y a través de la banca hipotecaria privada. 

Fuimos considerados ejemplo de convivencia porque todos esos logros se alcanzaron en paz con una asombrosa permeabilidad social que atenuaba las inevitables diferencias que surgen en cualquier sociedad en rápido crecimiento.

Lamentablemente, ya alcanzando la década de los ochenta comenzaron a surgir dificultades. Cometimos algunos errores. El crecimiento económico se desaceleró. No fuimos capaces de mantener la misma energía de las décadas anteriores y enfrentamos devaluaciones y controles de cambio. La industria petrolera nacionalizada incrementó su vitalidad, pero el enorme peso relativo del Estado, ahora dueño del petróleo, comenzó a asfixiar progresivamente al sector privado. Venezuela, que durante 60 años había experimentado un prodigioso y vibrante crecimiento, comenzó a estancarse.

Pero nada nos había preparado para la tragedia que llegaría comenzando el siglo XXI.

Un grupo político que a lo largo de las décadas anteriores había quedado marginado en las preferencias de los electores por representar posiciones extremas que el país rechazaba, por haber fomentado guerrillas y golpes de Estado sangrientos, súbita e inesperadamente llega al poder. 

Lo hizo de la mano de dos protagonistas: uno de ellos fue uno de los mayores demagogos que ha conocido la historia de este continente y el otro fue el jefe de una nación caribeña que por décadas había intentado invadir a Venezuela. En esta oportunidad conquistó a un solo hombre y se apoderó del país. 

Circunstancias excepcionales los favorecieron porque en los años siguientes se produjo un incremento nunca antes soñado en los precios de los hidrocarburos. Populismo y precios altos del petróleo nos llevaron al desastre. Bien aprovechados esos ingresos han debido transformar a Venezuela en una nación desarrollada. Pero solo sirvieron para alimentar un absurdo proceso político, un carnaval de expropiaciones y de inseguridad jurídica que destruyó en apenas 20 años buena parte de lo que se había logrado en las nueve décadas anteriores, incluyendo a Pdvsa que había llegado a ser la segunda mayor empresa petrolera del mundo. El Estado ya no es capaz de cumplir con ninguna de sus funciones esenciales: la educación, la salud, la seguridad, la justicia, la defensa y ni siquiera atender los servicios públicos esenciales.  El resultado fue una hecatombe, una destrucción masiva, un colapso brutal alimentado por dogmatismos e incompetencias y una ausencia total de valores.

Así como deslumbrante fue el crecimiento que experimentó Venezuela durante 60 años, asombrosa fue también la destrucción del país en solo 20 años transcurridos entre 1999 y 2019. 

Ahora que el colapso se ha consumado y que la revolución está implosionando, el cambio resulta incontenible. Venezuela debe prepararse para emprender una vibrante etapa de reconstrucción. Retomando el rumbo de la racionalidad, Venezuela podría transformarse en el mayor boom de Latinoamérica en las próximo cinco años. Las condiciones están dadas.

@josetorohardy


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