“Los sistemas políticos de todas las sociedades (avanzadas o atrasadas, desarrolladas o no) son vulnerables al atractivo de las fantasías y el único antídoto fiable es el baño frío del desastre económico, político o militar”. Esta es la conclusión más destacada que hace el escritor canadiense Michael Ignatieff en el epílogo de su obra Sangre y Pertenencia. Se refiere Ignatieff, concretamente en su obra a la fantasía del nacionalismo.

La conclusión es válida para todas las fantasías que se formulan en el campo de la vida política y social, y ahí debemos incluir, además de la fantasía de los llamados nacionalismos étnicos, al populismo y al militarismo.

La sociedad venezolana cayó postrada ante la fantasía populista, militarista y vengadora que le formuló Hugo Chávez al comienzo del presente siglo, como cayó la sociedad germana en el comienzo del siglo XX ante el discurso populista y nacionalista de Adolf Hitler.

Chávez, cargado con un discurso nacionalista y populista, sedujo a la mayoría de nuestra sociedad. Le hizo ver que él conduciría a la nación venezolana por la senda de la honradez, porque combatiría la corrupción; que desaparecería la pobreza porque haría llegar “la gota de petróleo” a cada venezolano desposeído y expoliado por las “oligarquías”; que eliminaría la inseguridad personal porque, como militar, estaba en capacidad de poner “orden” en un país azotado por la delincuencia; que rescataría la “riqueza nacional” entregada por los “neoliberales” al imperio. En fin, que construiría una “nueva sociedad”, forjando “un hombre nuevo”. Para lograr ese objetivo Chávez propuso una fórmula mágica: la Asamblea Nacional Constituyente.

La Constituyente de 1999 se convirtió en la gran esperanza, en la gran fantasía que se ofrece a un pueblo ávido de justicia, de bienestar y tranquilidad.

El discurso político, la propaganda en todas sus formas, lanzaron al viento esos aires de esperanza y fantasía. La nueva Constitución sería la nueva fórmula con la cual accederíamos a los bienes espirituales y materiales que todos añoramos.

Una fantasía muchas veces ofrecida a nuestro pueblo a lo largo de su historia republicana, según la cual todos nuestros males se resuelven con una nueva Constitución o con su reforma.

Sin pretender cerrarnos a cambios constitucionales, que son necesarios, el gran error es considerar que la causa de nuestros males está en la Constitución, y que ellos se van a superar con acometer esa reforma, o simplemente con dictar una nueva.

De ordinario esos cambios solo han sido la excusa con la cual los autócratas buscaron más y mayor poder, o el camino para instaurar una hegemonía personal o partidaria en el control del poder del Estado.

Esa fuem sin lugar a dudasm la verdadera motivación de Chávez y su entorno en el proceso constituyente de 1999. El tiempo ha demostrado hasta la saciedad que nuestra patria ha retrocedido hasta niveles inimaginables hace 20 años, con todo y la vigencia de la Constitución Bolivariana, cuya violación y manipulación ha sido la constante por quienes se consideran sus principales mentores.

En ese momento la población fue conquistada por el liderazgo carismático de Chávez y por su “fantasía” constituyente.

Veinte años después, los herederos políticos del comandante barinés quieren proponer una nueva fantasía para esconder su desmedida ambición de poder y su perversa ruta a la dictadura constitucional.

La irracional decisión de lanzar una nueva constituyente, violando la letra y el espíritu de la actual Constitución, quieren convertirla en una nueva fantasía, en una nueva estafa. El discurso y la propaganda que la camarilla roja están presentando para atraer a las masas, se estrella con la drástica realidad que vivimos los venezolanos. La gente no cree en sus falaces propuestas de “constitucionalizar las misiones” que ya, en la práctica, no existen, o garantizar “los derechos de la juventud” cuando la represión les quita no solo el futuro, sino hasta la vida misma cuando en las calles reclaman democracia y libertad.

La vivencia de estos años ha producido el antídoto al que se refiere Ignatieff. “El desastre económico, político o militar” termina siendo el antídoto para estas fantasías. Hoy en Venezuela nadie, ni siquiera los más fanáticos e irracionales partidarios del madurismo, pueden esconder la brutal verdad del gigantesco fracaso político y económico del llamado “Socialismo del siglo XXI”.

Quizá le falte al minúsculo segmento que aún defiende u ofrece confianza a la “Revolución Bolivariana”, el “fracaso militar” al que se refiere el politólogo canadiense. Por lo general estos personajes de esencia antidemocrática y ególatra, terminan lanzando a sus países a la guerra para tratar de justificar su vil comportamiento y es entonces donde se revela con mayor dramatismo el fracaso y, por ende, el repudio de los pueblos a esa “fantasía” disolvente y destructora. ¿Cuál es el tipo de guerra a la que nos pretende llevar la cúpula roja? ¿A la guerra entre hermanos venezolanos?

Ya el descomunal fracaso político y económico es suficiente para que se haya consolidado un sólido repudio de nuestro pueblo a la revolución bolivariana. Esperamos que en los espacios de la cúpula política y militar del régimen, aún queden mentes lúcidas que comprendan que un “fracaso militar” adicional sería catastrófico para todos los que aquí vivimos y luchamos por una nación de justicia, de paz y bienestar. El antídoto existente debería ser suficiente, para que entiendan que un cambio político es urgente para evitar males mayores. Ya no hay espacio para seguir fabricando artificialmente “fantasías revolucionarias”.


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