En el país hemos tenido y tenemos, ocupando cargos de alta responsabilidad, a personas de vergonzosa mediocridad y mínima formación, pero a quienes uno ve opinando desafiantes como supuestas autoridades en sus campos, dictando normas e imponiendo reglamentos, provocando decirles “¡Pobrecitos!”, un calificativo alguna vez muy popular y no precisamente por alusivo a una falta de recursos económicos, sino más bien a la paradójica posesión en abundancia de lo lamentable y hasta bochornoso; una forma efectiva de dejarlos en evidencia, desinflándoles la arrogancia. Nos rodea una diversidad de tipos a los cuales cabe designarlos con sus respectivos títulos, ejemplos: Primer Usurpador, Primera Combatiente, Primer (a) Ignorante, Primer (a) Saqueador (a), Primer (a) Adulante.

Cada mes hay más muertes violentas en Venezuela que en alguna guerra de las que son noticia en el mundo, y el aumento diario de la cuantía de asaltos, violaciones y secuestros constituye una situación aterradora, de cifras que en un mundo civilizado llaman a preocupación por absurdas y serían motivo de vergüenza de un país ante la comunidad internacional.

El país está cada vez más lleno de “patriotas cooperantes”, con dicho título y no el verdadero de espías y delatores (o bien “sapos”); como de criminales saqueadores de los bienes de la nación, cual expresión manifiesta de la colectiva degradación ética y menosprecio de la vida humana, que estamos padeciendo en el seno de esta Venezuela escenario de toda forma de abuso del poder.

El caudillo barinés decía preocuparle la inseguridad y la paz, pero motorizaba y armaba pandilleros otorgándoles licencia para salir a matar con impunidad garantizada; llegados a tan profundo foso, podemos decir que ya nada puede ser peor en cuanto a conductas degradantes de lo humano.

Es deber ineludible del Estado garantizar la seguridad en todo momento y a partir de la valoración del ser humano en su unicidad y de la vida en su singularidad, sin esperar para actuar que las víctimas integren un doloroso plural. A su vez nuestra toma de conciencia incluye la noción de la dimensión real de los hechos, así la actitud indolente del Ejecutivo ante el aumento de la mortalidad por criminales, ha llevado a la convicción de que son pertinentes los señalamientos a dicho poder de estar incurso en delitos de lesa humanidad, pues también se puede delinquir, como en esta situación, por tolerancia o inhibición cómplices.

Son muchas las razones para que sintamos la necesidad, a nombre del país como un todo y de cada uno de quienes lo habitamos y nos duele su destino, de salir de este régimen de autoritarismo militar y desempeño delictivo; y que no haya duda del significado de participar en la gran acción colectiva de higiene nacional, para recuperar la patria que la barbarie ha degradado, envilecido y saqueado.

Seamos consecuentes con la advertencia de “No olvidar”, pues son muchas las personas asesinadas a ser recordadas y muchos los homicidas impunes a no ser olvidados.  Por un Estado realmente democrático y no policial, no más humillaciones. Que el sacudimiento producido por las recientes violaciones a los derechos humanos de las que hemos sido testigos, sea duradero y no efímero como suelen volverse las reacciones con el acostumbramiento al horror, dentro de una cultura en la que van juntas la violencia y la impunidad.

Ser reiterativo en este caso no me hace sentir como un simple repetidor, sino fiel a un compromiso de conciencia. ¿Hasta dónde vamos a tolerar a tal tropelía de asaltantes? Dejemos de ser solo reactivos. Tracemos una estrategia que nos permita salir de tanto oprobio y diseñar el digno futuro que merecemos.


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