2001 Odisea del espacio cumplió 50 años de ser estrenada en salas.

Innumerables conjeturas, polémicas y teorías despertó la obra maestra desde el instante de su accidentado lanzamiento en salas.

Venezuela no fue la excepción a la hora de estimular debates encarnizados por los medios impresos. La mítica revista Cine al día la discutió en la pluma de sus mejores críticos, quienes la amaron y odiaron a partes iguales, debido a la ambigüedad de su mensaje.

Recuerdo leer virulentas acusaciones contra la película por su supuesto discurso reaccionario y alienante. Los intelectuales de la izquierda no perdieron oportunidad de traficar su moralina marxista, utilizando al largometraje como pretexto y blanco de ataque.

Al día de hoy, dichas interpretaciones son eclipsadas por el alcance científico de la ficción de Stanley Kubrick, cuya imaginación anticipó la llegada de Skype, las redes sociales, las computadoras parlantes, los teléfonos inteligentes, los viajes intergalácticos, la conquista humana de la Luna, la violencia inherente a la guerra fría, la evolución de la conciencia, los estados alterados de la mente, los viajes alucinados, las tendencias colosales del Hollywood sideral y hasta la consparanoia de los teóricos de Youtube.

No olvidemos los relatos de la ideología new age.

Los embaucadores y charlatanes aseguran ver en 2001 el resumen del presunto montaje hecho por la NASA con Neil Armstrong en la misión Apollo 11.

Alrededor del tema existen no menos de 15 documentales dudosos y apócrifos.

El espléndido Room 237 explica el asunto, de una manera más seria y estilizada, aportando una sombra de duda razonable sobre la hipótesis (jamás comprobada con datos fácticos).

Ni hablar del espléndido trabajo de falseamiento del largometraje Operación Luna, en la que el propio Henry Kissinger interviene, en modo irónico, para sostener el demencial argumento de Kubrick como el cerebro creativo detrás de la filmación del alunizaje, con el exclusivo fin de ganarle la carrera espacial a la Unión Soviética.

Por si fuera poco, 2001 inspirará al arte iconoclasta a concebir proyectos de deconstrucción de la imagen del hombre en el universo, dando pie a un subgénero de filmes experimentales y de culto.

Todos los creadores consagrados harán el ritual de paso de querer emular al genio o de intentar superarlo con títulos como SolarisGravedadEl árbol de la vida,  InterestellarApollo 13Blade RunnerAlien o la reciente Aniquilación.

Si acaso la contribución de Tarkovski merezca compartir el podio con el aporte de Stanley Kubrick. El ruso se queda con la plata y el norteamericano conserva la medalla de oro en las olimpiadas de la poesía distópica, al margen de la galaxia terrenal del sistema de estudios.

Mientras la meca se adormece con clones y copias de La guerra de las galaxias,  la originalidad expresiva de 2001 permanece tan intacta como su capacidad de producir asombro y despertar ideas en el respetable.

Agradezco a mis padres por llevarme a verla en el Cine Prensa, cuando apenas era un niño curioso. Décadas después vuelvo a ella, cada cierto tiempo, para atesorar nuevos hallazgos personales y comprender los insoldables mecanismos de la mirada audiovisual.

Entréguese sin reparos a emprender su aventura, interpretando subjetivamente sus imágenes crípticas. No se preocupe por la falta de una estructura convencional. Arme su historia en la cabeza con las fichas y señas cinceladas por la mano del escultor de la odisea en el espacio, un Homero inmortal.

Se discute si el monolito es una representación de Dios, de una inteligencia superior de los extraterrestres o un simple detonante de metáforas.

Las tonadas de Así habló Zaratustra acompañan el alumbramiento de la tecnología en el planeta de los simios. La violencia de las bestias nos resulta cercana en la lucha de poder por el control del agua, el alimento y las fuentes de supervivencia.

Luego El Danubio azul ilustra la gran elipsis de la edición, dibujando una coreografía de artefactos voladores.

Las personas se comunican con escasas palabras y tienen dificultad para exteriorizar sus emociones. Caminan como espectros, flotan como fantasmas, parecen zombies encerrados en una burbuja de cristal. La inversión en avances e implementos no nos hizo necesariamente superiores.

De forma cínica, la máquina Hal 9000 es el personaje más carismático y entrañable del cuento. Sigue órdenes, comete errores, los reconoce, pide clemencia. Es como el programa de Her, pero sin coartada hipster y conato de complacencia erótica.

Una cabeza en un casco atraviesa un puente de luces estroboscópicas. Siéntase usted en el interior de un videogame o de una discoteca virtual, generosa en visuales de sustancias psicotrópicas.

El protagonista cae en cama en un hotel de otro mundo. El último hombre es un ser decrépito y solitario, casi un heredero del fiasco y del fracaso dejado atrás. Confrontado con el monolito, soñará con una versión renacida y depurada de su triste figura.

Un feto cósmico nos conminará a romper moldes, a trascender y a mutar. Porque el cambio es motor del cine y del ejercicio del pensamiento. Lo estático muere y se pudre.

Viva Stanley Kubrick.


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