El régimen se ha focalizado en preparar el asalto final contra lo que aún perdura del sistema democrático venezolano. A tal efecto, pretende con obsceno ventajismo imponer a como dé lugar y utilizando procedimientos írritos y con la consecuente complicidad de CNE y el TSJ, una asamblea nacional constituyente para utilizarla como el instrumento del cual se valdrá para concretar tan aviesas intenciones. Eminentes estudiosos del derecho y el propio Ministerio Público han analizado exhaustivamente la legalidad de la acción promovida por el régimen y todos han concluido que tanto la iniciativa a convocarla, su convocatoria propiamente dicha y sus bases comiciales es fraudulenta, ilegal e ilegítima y constituye una flagrante violación del orden constitucional existente, por tanto, convocan “a todos los venezolanos a rechazar su elección” y los invocan a cumplir con el deber que, según el artículo 333 de la carta magna, tienen todos los ciudadanos de “colaborar en el restablecimiento de su efectiva vigencia”.

Asimismo, connotados líderes de la sociedad civil venezolana, incluyendo un número creciente de disidentes del «madurismo» también han expresado su profundo desacuerdo y rechazo a las intenciones del régimen para perpetuarse en el poder e introducir, para ello, unas calamitosas e inconvenientes modificaciones a la institucionalidad de la República que han sido concebidas para, entre otros objetivos, cercenar la libertad individual, el derecho equitativo y universal del voto, la propiedad privada, el derecho a la participación ciudadana y la libertad de expresión; es decir, han impugnado con mucha fuerza que el régimen esté decidido a establecer, mediante una cuestionable legalidad, variadas reformas políticas que, indefectiblemente, producirán perversos resultados colaterales que afectarán negativamente a toda la población e impedirán consolidar la paz y la gobernabilidad del país.

Por otra parte, para tomar la iniciativa de convocar a una asamblea nacional constituyente se requiere que el proponente tenga la «auctoriĉtas» necesaria para conducir y liderar un proceso constituyente como el que nos ocupa. Se necesita de un liderazgo del que Maduro carece y un apoyo popular que tampoco tiene, tal como lo reflejan las más recientes encuestas de opinión (Datanálisis) cuyos mediciones indican lo siguiente: 85,2% de los entrevistados considera mala la situación del país; 72,7% rechaza la gestión de Maduro; 85% cree que no es necesario reformar la Constitución; 86,1% considera que es necesario convocar un referéndum consultivo previo tal y como lo establece la carta magna y que el régimen pretende ignorar. Esos reveladores resultados de los sondeos de opinión constituyen un poderoso mentís a las angustiadas elucubraciones de Maduro que, en el fondo, no son otra cosa que pretender asestar arteramente un golpe de Estado para mantenerse en el poder y profundizar lo antidemocrático que es su gobierno.

Por otra parte, a nuestro juicio, Maduro no tiene capacidad ni posibilidad de coronar con éxito tan descabellada y aberrante aventura porque hace rato que perdió, ante el país y sus correligionarios, la credibilidad que se supone dimana del cargo que detenta y porque la mayoría del país tiene la férrea determinación de no aceptarla y está dispuesta a enfrentarla y derrotarla en todas las instancias que sean necesarias; ergo, el que mal gobierna no tiene el cómo ni con qué, realizar tan desacertados propósitos. Muy pocos, por no decir nadie, lo acompañarán; ni al interior del PSUV y sus seguidores, ni en la FNB y, mucho menos, en el sufrido pueblo venezolano encontrará aliados dispuestos a secundar tan disparatadas intenciones.

El descrédito político del que disfruta Maduro y que se ha ganado con creces a lo largo de su errática, corrupta, ineficiente y escandalosa administración, las sandeces que constituyen el contenido fundamental de su visión política, sus vacías, inútiles, largas y fastidiosas peroratas y las demagógicas promesas que no cumple, han sido y serán los factores que lo inhabilitan, por siempre, para ser un líder de fuste, determinante para que, bajo su influjo y dirección, se puedan concretar sus inalcanzables pesadillas. Seguramente, la historia contemporánea de Venezuela lo registrará como el más fracasado e inepto ocupante que ha tenido la silla de Miraflores.


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