En medio de la catástrofe venezolana, tanto política, económica y social, no faltará quien pregunte –con todo derecho– por qué dedicar unas líneas al centenario del nacimiento del canciller Arístides Calvani. ¿Por qué ponderar a un personaje tan aparentemente remoto, cuando lo necesario es pensar en el presente y en el futuro? Pues bien, ese tipo de preguntas implican ya la respuesta. Y es que si desconocemos lo afirmativo de la trayectoria venezolana, no encontraremos asidero para superar la tragedia que padece la nación, y tampoco lograremos que el país se encamine hacia un destino digno y humano. Así de sencillo.

Por ello, me parece necesario y justo recordar que hace 100 años, el 19 de enero de 1918, nació este valioso y singular venezolano, que murió tempranamente, junto con parte de su familia, en un accidente aéreo en Guatemala, en 1986. No sería exagerado afirmar que este educador, servidor público, luchador social, ideólogo demócratacristiano, diplomático de alto nivel, llegó a convertirse en una conciencia moral de la República civil. De allí parte de su valía. Y su singularidad tiene que ver con su reconocida austeridad, su vida sin doblez, su entrega a sus nobles ideales, comenzando por la democratización de América Latina, un objetivo capital de su quehacer como hombre de Estado.

Arístides Calvani rompía los moldes de un político tradicional. En verdad era un revolucionario de la política. No en el manoseado sentido de revolución como equivalencia de comunismo. No. Sino de revolución como servicio público, como entrega personal al bien común, como fiel seguidor de la Doctrina Social de la Iglesia, acaso la más revolucionaria de todas las doctrinas con proyección social, económica y sobre todo, humana. Su esposa, Adelita Abbo de Calvani, una gran figura por sí misma, también fue ejemplo de ese compromiso radical con la promoción social.

Venezuela recuerda a Arístides Calvani, principalmente, como canciller del primer gobierno de Rafael Caldera. Un nombramiento inesperado que, poco tiempo después, quedaría más que validado por su destacado desempeño en la Casa Amarilla. Nuestro país ha tenido ministros de Relaciones Exteriores de clase mundial. No solo durante la República civil, sino también en épocas anteriores. Sin duda que Arístides Calvani fue uno de los mejores cancilleres de Venezuela. Y en esta afirmación no hay un átomo de exageración.

La institución que fue semillero de la democracia cristiana en el continente, Ifedec, que en estos largos y difíciles tiempos viene siendo dirigida por Eduardo Fernández, ha preparado una serie de actividades para conmemorar el centenario de Arístides Calvani –uno de los fundadores y promotores principales del Ifedec–, y tratar de darlo a conocer a las nuevas generaciones, ojalá que en la amplitud de su obra. Una tarea encomiable.

Venezolanos como él son los que permiten tener esperanza en el futuro, porque si nuestra nación fue capaz de formar a gente tan meritoria, tan afirmativa, tan reconocida en el mundo por su capacidad y honradez, entonces nuestra nación no está condenada al fracaso. Los 100 años del nacimiento de Calvani son una ocasión para demostrarlo. Por eso, entre otros motivos, es que en medio de la catástrofe que sufre Venezuela, hay que insistir en rememorar a valores nacionales como Arístides Calvani.

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