Es cosa dificultosa, propia de esa necesaria búsqueda de lo incierto que apela a la filosofía, saber si la historia humana tiene una lógica y cuál es. Hay quienes gritan que tiene una racionalidad diáfana y que es una ciencia, muy complicada eso sí, que puede llegar a ser tan “dura” como las que se ocupan de la naturaleza, de las cosas sin alma. Otros han llegado a la desoladora conclusión de que realmente el transcurrir de la vida es “ruido y furor… un cuento contado por un idiota”, como se dice en Macbeth. Por supuesto, no vamos a disertar sobre tal cuestión, hoy es domingo y tengo, además de mis límites, solo unos pocos caracteres para esa descomunal tarea.

Pero en cualquier caso lo que sí me atrevo a decir es que el mostrenco sentido común suele no pocas veces acertar sobre encrucijadas muy estridentes de la historia en las comarcas de cada quien, las más inmediatas. Es lo que promueve la acción, correcta o incorrecta. Y como quiera que generalmente es mucho lo que se pone en juego, a veces la vida misma, no es prudente desecharlas por poco elaboradas conceptualmente que sean. No creo que haya político tan prepotente que no lea las encuestas, que solo pretenden poner en números los sentires del pueblo. Sí, ya sé, suelen rebuznar muchas veces los pueblos también. Pero hay que arreglárselas con lo que se tiene.

Esto para decir que a muchos entrenados analistas políticos extranjeros, y nacionales también, les cuesta creer que este gobierno, que ha literalmente destruido el país, un país petrolero, hasta en sus sustratos y conexiones más esenciales, hasta el punto de que algunos llegan a pensar que presenciamos su agonía o su disolución, no caiga. Eso en contradicción con lo que el pueblo piensa, su inmensa mayoría, su dolor y su esperanza. La verdad que es curioso.

Me da la impresión, para dar unos ejemplos clarificadores, de que pocos países han recibido tan intenso y extenso asedio de la comunidad de naciones democráticas como este. No hay día en que alguna institución, algún alto funcionario o una descollante personalidad no le dé un garrotazo al primitivo gobierno de Maduro. Que apenas balbucea una torpe respuesta, casi siempre la misma. Los migrantes nos equiparan con los países de cruentas guerras. La hiperinflación nos diezma por hambre y penurias médicas. La corrupción se revelará pronto como inigualable en el planeta. No hay sino unos cuantos dólares en las arcas del Estado. Los servicios públicos elementales no sirven. No sigamos, usted lo sabe, lo vive.

80% de los venezolanos repudian, naturalmente, esta masacre de sus vidas. Esa es la contradicción que queremos subrayar. La lógica de Sancho, y por supuesto la de Alonso Quijano, dicen que esto no puede seguir. Y si le damos el crédito que la prudencia indica al sentir de tantos, de adentro y de afuera, esto no va a seguir.

Por supuesto que no hay ninguna certeza de que esto tenga que derrumbarse pronto. La vida vivida no funciona desgraciadamente así, siempre nos puede caer un ladrillo de un piso doce cuando salimos de casa después de un baño reparador. Pero es absolutamente razonable pensar que las condiciones están dadas para que nuestra apuesta sea sensata.

Eso sí, hay que ayudar, si es que algo así como la libertad tiene lo suyo en nuestro actuar, lo que también es metafísicamente discutible. Pero oigamos aquí también la vox populi, que debe estar bastante convencida de que si empujamos en la buena dirección el lar puede enderezarse.

En cualquier caso, fechas importantes parecen acercarse y no habrá manera de enfrentarlas positivamente si no le creemos al buen sentido, que Descartes creía la cosa mejor repartida del mundo. Y este está de nuestra parte. Que ya es bastante. Atendamos más a lo que hicieron los chamos en las elecciones de la Universidad de Carabobo que a la cómica que pusieron los diputados en relación con el derrotado y desleído Zapatero. Apostemos a ganar y muy probablemente ganaremos.


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