Al son del limbo y tambo, junto a todos sus camaradas, frente a la mirada cómplice de los cooperadores de este desastre, el dictador bailaba. Iba de aquí y allá y, con un mal oído musical, sonreía irónicamente. La escuálida militancia que los acompañaba gritaba de euforia y los presentes sonreían divertidamente. Una vez más el país entero debía ser sometido a observar tan vil evento.

Lo que sucedió el pasado 3 de mayo es otro episodio que no se puede olvidar. Maduro se encontraba en el CNE y previamente había dado un discurso en el que le entregaba a su camarada Lucena su último as bajo la manga: la propuesta de constituyente. Sin someterlo a referéndum, Maduro da un paso adelante y no cede en su intento de imponer un modelo político fracasado e impopular. Había dicho que era hora de la paz, momento de sacarse aquel “clavo” de la derrota pasada, que era tiempo de ir a elecciones y de reformar el Estado.

Sin respetar las formas y el proceso, aquella que para algunos fue la “mejor Constitución del mundo” le llegó la hora de derogarla. Para la dictadura ya le es incómoda, le estorba, porque fue concebida para una democracia. Imagínense si Chávez en su momento quiso cambiarla, para sus herederos ya le es insoportable convivir bajo esta carta magna ahora obsoleta.

El régimen ha llegado a un punto inflexible y contradictorio, pues ahora resulta que el problema de fondo era la propia Constitución. Ya no es el imperio, una página web o los disidentes. Para la revolución bolivariana esa premisa de buscar un culpable debe ser renovada cada día, para los tiempos de ahora la protagonista es la CRBV. Sin embargo, eso era de esperarse, Maduro sigue con su discurso violento y radical, no da señales de ceder o negociar, sigue hablando de un país que no existe y de un pueblo que ya no tiene.

La revolución ataca otra vez y en esta ocasión su víctima es la propia República que, con más de 200 años de historia, ahora buscan abolirla. Y mientras el discurso oficial concibe este abominable acto como un triunfo, mientras idean un nuevo Estado donde el “clavo” de la democracia sea sacado para siempre, mientras Maduro baila y sus camaradas aplauden y sonríen, a la ciudadanía no le queda de otra que seguir con la unión, organización y resistencia.

Sigo insistiendo en que el capítulo del pasado 3 de mayo es una pesadilla que me ha atormentado todos estos días, aquel acto en “defensa de la paz”, en el que aseguraron que era para “consolidar la República”, celebrado y bailado por el dictador junto a sus camaradas, se hizo bajo el ardor del humo, bajo las lágrimas que dejan los gases y las asfixia de una lacrimógena. Aquella felicidad que mostraban era por la represión y los golpes de una bota militar que oprimía todo un grito libertario a tan solo unos kilómetros de allí. No he podido dormir porque el baile y las risas del acto oficial tenían de fondo el silencio mortal y eterno de Armando Cañizales, otro caído en esta tortuosa lucha. Él sí merecía reír y bailar con toda una vida por delante, arrebatada por disentir.

Esto es revolución, un sistema opresor proveniente de un Estado forajido. Una dictadura impopular y cobarde que solo la sostiene la bota militar. No dejo de preocuparme al vivir bajo un régimen que me vuelve enemigo y traidor por solo pensar distinto. Un régimen tan cruel que baila sobre la sangre de todo un país, que ríe con gritos de dolor de fondo y mata para exterminar a toda disidencia.

Una vez más me uno al dolor de los familiares que perdieron a alguien que protestaba. Pero una vez más hago énfasis y me uno al dolor de cualquier otro venezolano que no consigue medicinas, ni siquiera comida y ni pensar a todo aquel que no le rinde la quincena. Una vez más a los oprimidos, a los disidentes, sencillamente a las víctimas de la dictadura nos toca unirnos y resistir. ¡Mucha fuerza Venezuela!

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