Cuando conocí Praga, una de las ciudades más hermosas de Europa, lo primero que hice fue ir al Callejón del Oro, donde se encuentra una pequeña casa, pintada de celeste, en la que vivió Franz Kafka. La obra de este maravilloso escritor, nacido en el Imperio austrohúngaro en 1883, ha sido catalogada como una de las más prestigiosas de toda la literatura universal. En ocasiones anteriores he escrito sobre alguno de sus libros.

Ante la ley, parábola de El proceso, novela inconclusa de Kafka, publicada póstumamente, es un relato en el que el escritor nos sitúa ante la actitud pasiva de alguien que cree en la ley, pero no se atreve a desafiar las trabas que puede tener cuando se quiere acudir a ella.

Un campesino llega hasta la puerta de la ley, buscando entrar, pero el custodio no le permite el acceso. El campesino le pregunta si es solo momentáneamente que no puede entrar, y el guardián le dice que por el momento no tiene permitido pasar, además dentro hay más guardias y muchos son más poderosos que él. El campesino espera por años, toda su vida y no logra pasar. Le llega la hora de su muerte y le pregunta al guardián por qué si todas las personas buscan la ley no ha aparecido nadie en todos estos años tratando de entrar, tan solo ha sido él. El guardián le responde: «Nadie podía pretenderlo, porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla».

¿Qué encierra esa última frase? Es un individuo solo, sin una comunidad que lo acompañe, lo respalde. No hay acceso a la ley, a la justicia. La metáfora es aterradora: una ciudadanía fragmentada, dividida se convierte en cera moldeable.

La ley tiene las puertas abiertas, pero hay guardianes, centinelas poderosos que impiden el acceso. Y lo más terrible de esta metáfora es que si tienes acceso a la justicia, tienes acceso a la libre expresión. Y si tienes derecho a la libre expresión tienes derecho a solicitar explicaciones, a exigir justificaciones (¡que explicar no es justificar, caramba!), a exigir transparencia en la res publica. Luego, cuando se niega el paso de la puerta que te conduce a la ley, se niegan todos estos derechos.

Ese relato de Kafka, de menos de seiscientas palabras en la traducción al español, figura entre los mejores cuentos de la literatura de todos los tiempos. Ríos de tinta han sido escritos para dar diversas interpretaciones de Ante la ley; pero, con seguridad, todos coinciden en que la alegoría es la representación de un centinela poderoso, que bien se puede encarnar en el Derecho, en sus jueces, en los juristas, en los políticos cuya misión es preservar la ley, pero, la han vuelto inaccesible al solitario individuo, sumiso y débil ante el poder. ¿Por qué sumiso, dócil, débil? ¿Qué hay detrás del campesino que no está escrito? ¿Miedo ante el poder? ¿Por qué?

Miedo a la continua derrota, sumisión ante la memoria de esa derrota. Incluso, ese miedo a ser derrotado es ya una nueva y terrible derrota. No enfrentarse lo lleva a una suerte de pacto negociado: “espero para ver si en algún momento me cuelo y logro acceder a la ley”, pensaría el campesino. No osa desafiar los distintos obstáculos que median entre él y la ley; termina por morir sin conseguir su objetivo por ser conformista.

¿Cómo se podría resolver esta situación que ineluctablemente nos lleva a la derrota? Recuperando la voz; recuperando el derecho de solicitar explicaciones, justificaciones, transparencia y, en una palabra, recuperando la Libertad.

Cada vez que hay un nuevo prisionero, un nuevo asesinado, un medio periodístico silenciado, se cierra la puerta de la ley y el campesino de nuevo siente el miedo de ser derrotado. El campesino está obligado a recuperar su inserción en un cuerpo social, de manera de no seguir enfrentando solo al centinela. Eso no quiere decir, ni por un momento, volver a la concepción comunitaria que tanto daño ha causado en nuestro depauperado país; no significa destruir al individuo como tal; es construir ciudadanía.

Ese breve relato de Kafka sintetiza la tragedia actual venezolana. Estamos sin acceso a la ley. Cuando no logras obtener un documento oficial; cuando no consigues una solvencia de impuestos; cuando no tienes acceso a las medicinas, al alimento, a la seguridad social y personal, eres el campesino que ha acudido a la puerta de la ley y el acceso te ha sido negado una y otra vez. La actitud no puede ser de la sumisión.

Hay lecciones de vida que aunque del siglo pasado siguen vigentes. Cuando se lee la Historia de los presidentes de los Estados Unidos, uno encuentra una anécdota de Franklin Delano Roosevelt, citada hasta el cansancio en la literatura sobre sindicatos y peticiones: “En el año 1934, Roosevelt se entrevistó con los líderes sindicales. Después de cuatro horas de discusiones dijo lo siguiente: “Me habéis convencido de que tenéis razón. Ahora, salid ahí fuera y obligadme a hacerlo”. A buen entendedor…


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