El salón Renaissance, enclavado en la populosa calle 8 del suroeste de Miami, el sábado pasado se abarrotó de exiliados cubanos, muchos de ellos portando la emblemática guayabera, que acudieron a celebrar los 97 años de Eugenio Rolando Martínez. Una leyenda viva. 

Aunque a su edad ya no tiene la musculosa complexión física por la que en su juventud se ganó el apodo de Musculito y confiesa no sentirse “con mucha fuerza”, aún es posible comprobar la energía que ha caracterizado al veterano anticastrista, que además de un símbolo es un gran conocedor de los entresijos, los secretos, los logros y las pérdidas de las luchas contra el régimen de Fidel Castro, así como de los mitos de su revolución. 

Martínez nació en la ciudad de Artemisa, en el occidente de Cuba, que hasta 1969 formó parte de la provincia de Pinar del Río, contigua a La Habana. Como no pocos de los integrantes del llamado exilio histórico, tuvo que exiliarse en la década de los cincuenta en Estados Unidos por sus actividades en contra del régimen de Fulgencio Batista. Regresó a la isla en 1959, pero también se vio obligado a escapar, esa vez del sistema comunista que permanece en el poder desde hace seis décadas. 

Musculito, respetado ex agente de la CIA, experto en operaciones de infiltración y espionaje, participó en abril de 1961 en la malograda invasión a Bahía de Cochinos y realizó más de 300 operaciones de penetración a la isla, con la intención de adquirir información de las operaciones de La Habana y derrocar a Castro. “Algo que no hemos conseguido”, dice, pero sin arrepentimiento. “Todas mis acciones y esfuerzos han perseguido la libertad de mi país. Lo más probable es que yo no la vea, pero se conseguirá”. 

El histórico luchador anticomunista es el único de los “plomeros” del caso Watergate que se mantiene con vida. Fue uno de los cinco hombres que lograron penetrar, en dos ocasiones, la sede del Comité Nacional Demócrata, en el complejo de edificios Watergate, en Washington, con la misión de compilar documentación que vinculaba a Fidel Castro con el senador demócrata George McGovern, simpatizante del dictador, quien en 1972 perdió las elecciones presidenciales ante el entonces mandatario en funciones, el republicano Richard Nixon (1969-1974).

La primera entrada a la sede demócrata fue un éxito, pero en la segunda fueron atrapados “porque fue una trampa”, alega Musculito. Junto con él, el 17 de junio de 1971 en la madrugada, fueron capturados por la policía el también cubano Virgilio González, y los estadounidenses James McCord, Frank Sturgis y Bernard Baker, uno de sus mejores amigos. 

En 1973, para no comparecer ante un tribunal y verse obligados a revelar los pormenores de la operación, los “plomeros” se declararon culpables, siendo condenados a 40 años por delitos de conspiración, hurto y violación de leyes federales sobre temas de comunicación. Poco después de la sentencia, McCord redactó una carta exponiendo detalles de la maniobra, elemento que desató lo que se considera el mayor escándalo político en Estados Unidos hasta el momento y que obligó a Nixon a renunciar. Así, el agente estadounidense conquistó su inmunidad y el cubano cumplió solo 15 meses de prisión. 

Al salir libre, Musculito jamás abandonó sus “peleas contra el castrismo” ni los trabajos para la CIA. Entre sus más valiosos premios conserva un trébol dorado de la suerte, con una inscripción en español: “Buena suerte. Richard Nixon”. Años después Ronald Reagan le otorgó el perdón presidencial, otro de sus trofeos. 

“La vida da muchas vueltas, unas salen bien y otras mal, y uno no puede predecir muchas cosas. Llegué aquí con la pretensión de derrocar a Castro, y quién me iba a decir que en los años setenta estaría involucrado, sin pretenderlo, en lo que le costó la presidencia a Nixon, que también pretendía eliminar el comunismo en nuestra isla y que nos estuvo ayudando para eso”, expresó el legendario Musculito, para quien “la libertad es una pelea eterna, tal vez la más importante de todas”. Una frase dura, comprometida, que a veces no se quiere escuchar, pero muy cierta.


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