Mis recuerdos de niño están poblados de momentos muy gratos. La época navideña, por supuesto, ocupa un lugar muy especial, y en ella destaca el sonsonete muy pegajoso de la orquesta Billo’s Caracas Boys con los versos: “Año nuevo, vida nueva”. Era una melodía que cubría todo el país literalmente. La metástasis roja parece haber cambiado también lo que era esa especie de lema que los venezolanos entonábamos y bailábamos con entusiasmo frenético. Ahora da la sensación de que ha mutado el estribillo a: “Año nuevo, misma miasma”.

Arranca el año con la deserción del “magistrado” Christian Zerpa. Entrecomillo el título ya que el mencionado individuo bien se sabe que no reunía las credenciales necesarias para ocupar dicho cargo. Lo cierto es que ahora es celebrado a tambor batiente y se anuncia como el acabose del régimen rojo. Por lo visto no se termina de entender que esa gota no hace nada en la humanidad de ese mastodonte hipertrofiado que encarna Gofiote. Podría enumerar una larga lista que viene desde Luis Velásquez Alvaray, o su tocayo Luis Aponte Aponte, además de un tropel de arrepentidos que incluye a toda una variopinta fauna de sicarios que bajo el ropaje de jueces, fiscales, alguaciles y malandros entogados ahora son ensalzados como la puntilla final de nuestra pesadilla. No quieren comprender que el daño es de tal magnitud que podría terminar hasta en la deserción de los propios Maduro y Cabello para que no pase nada.

También nos han acostumbrado los jenízaros rojitos a que el nombramiento de las autoridades legislativas se convierta en la resurrección de Moisés y el sepelio del galáctico. Es así como vemos que el nombramiento del nuevo presidente de la Asamblea ha provocado una verdadera ola de neocatecúmenos adoradores de san Guaidó virgen y mártir… vamos a ver hasta cuándo le dura el carburo. No puedo dejar de evocar al injustamente marginado poeta Andrés Eloy Blanco por aquello de: “Nada hace más ruido que un carro viejo y un diputado nuevo”.

A los ciudadanos de a pie, los venezolanos normales y corrientes, mas no sumisos, se nos critica el escepticismo, y se nos exige el mantenimiento del feudalismo político. Unos cuantos señoritingos exigen acatamiento a la vista y sin protesto de sus antojos y trapisondas. Cualquier asomo de cuestionamiento es satanizado de manera inmediata por una cada vez más corta corte de aduladores y beneficiarios. Pregonan que la desconfianza no es el camino, que la ruta está en la unidad que ellos han diseñado a su conveniencia. Una extensa perorata de lugares comunes es entonada para terminar acusándonos de un desengaño del que no saben de dónde ha salido. ¿Quién lo sembró, abonó e inculcó en todos nosotros? No pidan ahora duraznos a una mata de topocho.

© Alfredo Cedeño

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