Diciembre es época apropiada para balances comerciales, fiscales, políticos y –por qué no– personales. Es también propicio para formular propósitos y establecer metas que, bastantes veces, quedan frustrados a lo largo de las semanas y meses que siguen.

En los días finales de cada año es también tradicional que los jefes de Estado se dirijan a la ciudadanía explicando por qué las cosas no resultaron como habían sido planificadas y/o formulando votos y proyectos –razonables o no– que inyecten algo de optimismo a quienes los escuchan. Muy recordado es el mensaje de la reina Isabel II de Gran Bretaña a fines de 1992, en el cual confesó que para ella ese año había sido un “annus horribilis” cuyo transcurso era preferible olvidar por cuanto durante del mismo habían ocurrido los divorcios de tres de sus hijos (Carlos, Andrés y Ana), el gran incendio de su castillo de Windsor y otros eventos no aptos para cultivar su evocación.

Así pues, si de “annus horribilis” se trata, los venezolanos tenemos suficientes razones para declarar que este 2018 ofreció razones suficientes para recibir tal calificación. Y lo peor del asunto es que a juzgar por los vientos que soplan no parece sustentable –aun cuando deseable– pensar que 2019 será mejor. Solo al inefable Nicolás (rechoncho sí, pero menos santo que el personaje tradicional) se le puede ocurrir –como lo hizo en su mensaje navideño– pronosticar la Venezuela “potencia”, feliz, pacífica, alimentada y demás deseos que todos compartimos pero pocos estimamos muy factibles en el corto o mediano plazo.

Pudiera ser –no se descarta– que 2019 sea testigo de importantes cambios políticos en nuestra patria, pero con seguridad no será el año en que los temas que más urgentemente preocupan al venezolano de a pie vayan a ser resueltos. Sí puede ser el año en que se frene o disminuya la caída libre de todos los indicadores de bienestar y que eventualmente la curva descendente se estabilice y con esfuerzo mancomunado retome el rumbo ascendente.

Cuando ese momento llegue se requerirá de una gran concertación nacional en la que todos estemos claros en que ese cuento de que “Venezuela es rica” ya no es suficiente para sacarnos de abajo. El petróleo no sirve de mucho cuando se cuenta como “reservas probadas”, sino cuando está bombeado, colocado en un buque, entregado y cobrado en dólares verdecitos, nada de cuentos chinos de “petros” ni fantasías. Todas esas etapas requieren voluntad, trabajo, organización y financiamiento. Una cosa era Venezuela con producción de tres millones y medio de barriles diarios con dieciséis millones de habitantes; otra muy distinta es la de hoy con apenas un millón de barriles diarios, treinta millones de habitantes y un escenario energético mundial donde el petróleo sobra y ya ni los productores tradicionales ni la OPEP son los que dictan las pautas.

Para ello habrá que superar la mentalidad rentista y sustituirla por la del trabajo duro, que ha demostrado ser la clave de la recuperación de países sumidos en realidades muchísimo peores que la nuestra de hoy. Europa y Japón después de 1945, Rusia después del colapso de la Unión Soviética, hasta Vietnam destruido por la guerra para 1985 hoy florece con fuerza, y todos ya están reconciliados con sus enemigos de ayer.

Es evidente que quienes son hoy los menos privilegiados no podrán esperar la concreción del “milagro venezolano” porque su horizonte se reduce a la próxima merienda de hoy. Los subsidios y compensaciones serán necesarios, pero no podrán ser dispensados sin la obligación de que los beneficiarios trabajen, vayan al colegio y/o se incorporen de alguna otra manera al esfuerzo de reconstrucción.

Quienes han tenido mejor suerte en la vida deberán – deberemos– aportar en proporción a ello y convertir en obra viva el discurso de la redistribución, la solidaridad, etc.

Los países que se han sobrepuesto a las mayores desgracias han requerido y conseguido líderes que marquen el rumbo con claridad y visión de patria por encima de rivalidades subalternas. Es en ese terreno donde nuestra Venezuela de hoy adolece de visible carencias. Nadie sabe hoy quién será el líder que mañana encarne ese liderazgo, pero sí sabemos cuáles serán algunas de sus características fundamentales: claridad, honestidad, visión de patria por encima de partido, amplitud de criterio, capacidad de buscar y rodearse de los mejores, además del “carisma” que es la capacidad de generar confianza, que no es lo mismo que la habilidad de embaucar a las masas. Esos personajes existieron y existen: Adenauer, De Gaulle, De Gasperi, Churchill, Adolfo Suárez, Mandela, Oscar Arias, etc. También existieron en Venezuela en escenarios diversos: López Contreras, Medina, Betancourt, Leoni, Caldera etc.

Habrá que aceptar que el esfuerzo propio requiere de asistencia externa y que ella no se otorga sin contraprestaciones. Habrá que combinar el deseable nacionalismo con la humildad de recibir ayuda, consejo y algunas veces injerencias antipáticas. El Plan Marshall no fue un acto caritativo, pero quienes se beneficiaron de él tuvieron la habilidad de generar las condiciones que hoy los colocan a la cabeza del mundo tanto en lo material como en su desarrollo democrático.

Por último, habrá que desterrar esa frase tan socorrida del discurso político que alude al “futuro que los venezolanos merecemos”. Lo verdadero es que no nos merecemos nada sino aquello que podamos construir con nuestro esfuerzo.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!