Cuando en enero de 1977 François Mitterrand visitó Venezuela, entonces primer secretario del partido socialista francés, le dijo a Rómulo Betancourt, en presencia de su comitiva, de otros compañeros y del suscrito: “Vous êtes un monument historique”; es decir, “Usted es un monumento histórico”, Rómulo se ruborizó, tal vez porque no esperaba tal alabanza del personaje visitante, expresión que no tenía nada de exagerado, puesto que fundó un instrumento político, AD, para modernizar a Venezuela y realizó una acción de gobierno eficaz y útil para el desarrollo y bienestar del país; sobre todo, estableció el régimen democrático y lo sembró en la mentalidad de los venezolanos con sus prédicas, ejemplo y conducta, tanto así que el rechazo actual de más de 80% al desgobierno de Maduro se afinca en la comparación de esa democracia con el totalitarismo comunista.

La historia de AD es indisociable de lo que fue la Venezuela contemporánea, en vía de destrucción, cuya ejecución tal vez se apoye en el deseo malévolo de desconocer las obras, cuyos destellos luminosos anuncien lo que fueron las políticas públicas de AD: se eliminan instituciones, se cambian nombres de edificaciones de infraestructura, de instituciones públicas y se colocan denominaciones que revelen incultura, como desconocimiento de la mentalidad popular, así el de la policía judicial: larguísimo, tan largo que ningún venezolano corriente puede recordarlo; los resultados, los hechos, de la exitosa política petrolera se deforman y se atribuyen a presumibles acciones de los malhechores chavistas.

Cuando se fundó AD se propuso un proyecto fundamentado en una alianza de clases progresistas e imbuido de lineamientos democráticos, nacionalistas, auspiciadores de la justicia social, rescatadores de nuestras riquezas naturales que ahora entrega Maduro a China, así como elevadores mediante la política educativa de la capacidad del venezolano para organizar productivamente y transformar los recursos naturales en bienestar social, al par que se introducían relaciones y condiciones de trabajo cónsonas con la naturaleza humana. Se trataba, pues, de un nuevo humanismo, diferente del atroz comunismo en boga y del liberalismo salvaje. Fue una auténtica tercera vía, razonada, viable. Los dirigentes fundadores pensaron con bastante originalidad y presentaron al venezolano de entonces una opción política distinta para reformar la sociedad en función del ser humano.

Fue tan original, que en 1959 el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD= Social demokratische Partei Deutschland), decidió, en el congreso de Bad Godesberg, abandonar su condición de partido obrero para abrazar la idea policlasista; fue así cómo pudo acceder al poder electoralmente con el recordado Canciller federal (Bundes Kanzler) Willy Brandt.

Posteriormente, hacia 1975, surgió en Europa el eurocomunismo cuando George Marchais, entonces secretario general del Partido Comunista francés; Enrico Berlinguer, del de Italia, y Santiago Carrillo, del de España, propusieron el compromiso histórico, esto es, la construcción del socialismo de acuerdo con las particularidades de cada país, mejor dicho, desecharon el internacionalismo proletario, renegaron la dictadura del proletariado y acogieron el pluralismo en lugar del partido único, tan dañino como base del régimen político, lo cual se nota actualmente en Venezuela. Todavía me parece oír a Marchais convocando a formar un frente de empresarios grandes y pequeños, profesionales, técnicos, obreros y campesinos, mujeres, policlasismo que ya había proclamado AD desde 1941, quiero decir, este país en desarrollo por su élite dirigente culta (Betancourt, Gallegos, Prieto, Barrios, Andrés Eloy, Leoni, entre otros) fraguó una ideología de vanguardia como única manera de organizar al pueblo para derrocar dictaduras, conquistar el poder y echar a andar la revolución democrática, como se hizo, y hay ahora que rehacerla con el reemplazo en ciernes de la dictadura de Maduro.

Dictadura cada vez más totalitaria, ya que despliega el terrorismo de Estado, se vale de la violencia, pasiva y brutal, busca eliminar al contrario político, enemigo de las universidades al desestimular la educación superior, va contra los partidos políticos, control del ciudadano, eliminación de las libertades, persecución de periodistas, busca eliminar la prensa y medios  independientes, apresa dirigentes de otras toldas políticas, los inhabilita de sus derechos políticos, sin el debido proceso y juicio detiene estudiantes, desprecio por la institución parlamentaria elegida pluralmente, practica la exclusión cruelmente, organiza pandillas de criminales para perseguir ciudadanos honestos y pacíficos, piensa de la fuerza armada como una legión extranjera a la cual le pagan para mantener servilmente una claque en el poder, entrega a intereses foráneos: facilita invasión cubana, tiene personal cubano militar en las fuerzas armadas y camuflado en ministerios, institutos y empresas del Estado, y explotación irracional de nuestras riquezas mineras por China, gasto público populista para humillar con migajas de comida, “bonos”, y pensiones irrisorios. Venezuela ahora ya no es una nación soberana, es una cosa, un bien, que disfruta una camarilla a la fuerza, con una idea hedonista del poder, en contra de la voluntad general: Maduro no obtuvo ni 20% del electorado en las elecciones del pasado 20 de mayo. Esta caracterización del régimen y su funcionamiento es lo que destruye los esfuerzos que AD hizo para modernizar y desarrollar al país convocando sin sectarismos a toda la nación.

Este totalitarismo vernáculo se niega a organizar elecciones libres, pulcras, nombrando CNE imparcial, utiliza la maquinaria del Estado y sus fondos para favorecer sus candidatos, practica el fraude electoral de múltiples maneras. Entonces, ¿cuál puede ser el punto común, de acuerdo con el que se pueda llegar en un diálogo con una dictadura, tal como se ha descrito? Ninguno, máxime por las consecuencias desastrosas de sus acciones políticas, tal como se experimentan actualmente en la salud pública, educación, diferentes servicios, la desarticulación de la actividad económica con el pretendido avance hacia el “socialismo”.

En síntesis, un régimen como el determinado, que se mantiene a la fuerza, que pone a su servicio y control todas las instituciones electorales para desconocer la voluntad popular no aceptará organizar elecciones libres, podría ser un punto común de acuerdo como resultado de un verdadero diálogo, pero es un hecho político que jamás lo será, no hay influencia internacional ni nacional que le haga cambiar de parecer, pues arriesgaría el poder que disfruta a expensas de la miseria generalizada. Por eso, cuando Ramos Allup, en mala hora secretario general de AD, dijo en la reciente celebración de este aniversario, que “seguirán luchando por condiciones electorales” lo que hace es sustentar al desgobierno, como también lo hace el Grupo de Lima, cuya declaración esboza una solución inviable e irreal políticamente. Condiciones electorales nunca se obtendrán con semejante régimen totalitario. Evidente, estas declaraciones son un triunfo para Maduro y su bandada, pero aleja la esperanza de cambio.

Quizá, la ansiada renovación, derrocar la dictadura, comienza por una rebelión interna trascendental en AD para destituir a Ramos y otros, reorganizar el partido para tener el instrumento político idóneo que junto con otras fuerzas políticas luche frontalmente contra el totalitarismo, como lo hizo contra Pérez Jiménez, y comience, convoque, a reconstruir con mucha “intersubjetividad”, con inversión en la capacidad argumentativa como base de la democracia.

El país aborrece el totalitarismo fascista disfrazado de marxismo pacotillero. No son problemas teóricos. Son hechos políticos que brotan del funcionamiento social.

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