La imagen que ilustra la parte superior derecha de la primera página de este domingo 9 de abril del diario El Nacional es la foto de nuestro país. José Pacheco recoge en ella el espíritu venezolano en este momento. En medio del campo de batalla que fue el pasado sábado 8 la parte superior de la avenida Libertador de Caracas, lleno del miedo que siempre provoca el no saber si estás en la mira de algún funcionario o “colectivo”, y el sentimiento de responsabilidad para con sus compañeros de redacción y lectores, que sabía estaban esperando lo mejor de él, hizo su labor.

Son rostros de niños, cuerpos de hombres ya, que están en la calle con la muerte sobrevolándolos y sin embargo pelean. No hay un rostro conocido, no hay dirigentes, ni opinadores, ni ninguno de esos que suelen desmelenarse de manera estentórea ante cualquier cámara –así sea de Fisher Price­–. Los veo y allí está mi hijo y sus amigos, los hijos de mis amigos y los de mis vecinos. Una muchachada que sabe se está jugando la vida, y no tiembla.  Uno lleva la bandera, mínimo cruzar de telas, cual escudo sobre el pecho y en sus pómulos trazos de crema para protegerse del ardor de las bombas que les lanzan con vesania los agentes “del orden”. Otros se protegen de las piedras y proyectiles que llueven sobre ellos con una lámina de madera.

Es imposible ver con impasibilidad la fotografía. Una impotencia sorda se me recoge en el estómago ante la soledad que los acompaña.  Al fondo una muralla humana guarda distancia, y ellos defienden a esa mayoría que participó hasta cierto punto, el punto que esos muchachos rebasaron empinándose sobre sus propios miedos.

A los lados aparecen fotógrafos y camarógrafos, amparados con cascos y chalecos, cual si estuvieran en las calles de Tadef, en Siria. Ellos también le ganan la pelea al miedo. Tal vez las alas de Tortoza y Aguirre, Jorge se llamaron ambos, los dos murieron en el mes de abril cámaras en mano, están cuidándolos.

La foto de Pacheco es el testimonio de un país que paso a paso derrota la aprensión y demuestra cómo se ejerce la ciudadanía, cómo se le enseña a respetar sus derechos a una horda maloliente y pendenciera que dice gobernarnos. Los diputados jóvenes y desconocidos que han dado la cara y recibido sus buenas dosis de violencia roja, los ancianos que no cesan de participar, las mujeres que enardecidas partieron piedras para darles proyectiles a la muchachada, todos están en el pellejo de esos guerreros indómitos retratados por Pacheco.   También hacen callar a quienes furiosos se dan golpes de pecho, mientras afirman con tono pontifical que la comodidad venezolana es el principal aliado de la sarna roja rojita que no cesa de jodernos la vida.

© Alfredo Cedeño

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