En 1582, el 8 de octubre no existió. No al menos en España, Italia, Portugal y Polonia. Días antes, el 4, estos países se sacudieron el yugo del almanaque juliano y adoptaron el calendario gregoriano, y en sus anales nada se registró, ya que nada sucedió, hasta el 15. Hubo, pues, 11 días que se esfumaron y nadie supo dónde fueron a parar. Esta curiosidad, digna de Nuestro Insólito Universo Ripley’s Belive It or Not, daría, ¡y mucho!, para nuestra apertura. Dejémosla para el cierre e imaginemos que hoy el oficialismo derrochará encomios y panegíricos para recordar que hace 50 años el aventurero argentino Ernesto Guevara, a quien la mitología revolucionaria tiene por semidiós, fue capturado en Bolivia, donde intentó, inútilmente, que prosperara uno de los muchos Vietnam que propugnó en mensaje a la Conferencia Tricontinental de La Habana (1966) –«¡Cómo podríamos mirar el futuro de luminoso y cercano, si dos, tres, muchos Vietnam florecieran en la superficie del globo, con su cuota de muerte y sus tragedias inmensas…!»–, intento en el que perdió la vida y, después de muerto, las manos. Mientras imaginaba al Nico ofrendando claveles o rosas rojas a la imagen del médico asesino –se le atribuyen no menos de 200 ejecuciones–, debida a la cámara de Alberto Korda, pensé en el peregrino uso que el jefecillo hace del verbo capturar. De esto nos ocuparemos más adelante. Desistamos del ayer y ocupémonos de los comicios por venir, tal vez el plato fuerte del menú dominical.

En lo que a mi modesta carta concierne, serán ligero entremés, porque el tema se ha vuelto empalagoso y no estamos para empachos, de modo que me limitaré a señalar que seguir cuestionando la participación en ellas, es, de buena o mala fe, inclinar el fiel de la balanza hacia el platillo gubernamental y plegarse a la apuesta abstencionista de la dictadura. Así de simple. Quienes fundamentan esa postura en una supuesta traición de la MUD a lo aprobado en la consulta popular del 16 de julio o no entendieron de la misa la mitad y olvidan la esencia de esta plataforma política –una alianza electoral de partidos y organizaciones que suman esfuerzos para multiplicar votos– o, deliberad y maliciosamente, esgrimen falaces alegatos que refuerzan la goebbeliana campaña oficial que persigue la contención de un voto devenido en veto. Minimizar el poder de convocatoria de la oposición, a fin de que esta no convierta la jornada comicial en una demostración de fuerza, es el desiderátum de una cruzada que, apoyada en el monopolio mediático rojo –hegemonía comunicacional– y un cuerpo de eficientes agentes infiltrados, ¿reclutados?, en las filas de la disidencia, consume una jugosa tajada del erario público. No quiero avivar el fuego de la discordia y aquí momentáneamente me detengo. Si no coloco un punto y aparte es porque deseo finiquitar este excesivo preámbulo con lo que sentencia uno de lo coordinadores de la MUD, Ángel Oropeza, en su artículo “3 datos y 5 preguntas” (El Nacional, 02/10/17): «Votar contra un régimen que no quiere que votes es un acto de subversión».

Mientras prosigue el debate sobre un evento que lamenta haber integrado a su minuta, el gobierno, con inconfesables propósitos, monta la olla de un presunto complot, ¿para suspenderlo o postergarlo? Esta semana se sabrá; mas, tal lo acostumbrado a la hora de las chiquiticas, las salas situacionales del régimen forjan una conjura que involucra a quienes, haciendo uso de su legítimo derecho a la disensión, adversan la chavomaduración de la sociedad venezolana. Como en 2013, cuando alertó sobre un supuesto sabotaje a Pdvsa y, en 2015, contra el sistema eléctrico, vuelve Maduro a echar mano del trillado recurso y deja caer esta reluciente perla: «Hemos capturado un plan de un grupo de la derecha de la oposición fascista para atentar contra los servicios públicos fundamentales». Con el entrecomillado debe quedar muy claro que la frase es de cosecha presidencial y, dado los dislates en ella contenidos, nos vamos de digresión. Tomémosla a modo de trou normand, para facilitar la digestión de tanto desatino. Asegura Nico Navaja que él y sus secuaces capturaron un plan. No lo develaron ni lo descubrieron. Lo apresaron. Podría uno pensar que hay allí un error y lo que quiso decir fue que aprehendieron a un pran. ¿O es que el plan fue sorprendido, ¡manos arriba, señor Plan!, entre las sombras que, reza el lugar común, amparan el crimen?

Es factible, y sería mucho condescender, que el uso del verbo capturar en la acepción madurista no sea una anomalía sino un anacronismo ajustado a su aproximación al castellano. Lo que no es posible es que se nos hable de «un grupo de la derecha de la oposición fascista», porque eso sería rizar el rizo y el colmo de los colmos del extremismo. A la derecha del fascismo se topa uno con el comunismo. ¿Será que el enemigo va por dentro y los aplausos por fuera, pues, qué vaina es esa de servicios públicos fundamentales? ¿Acaso hay unos que son de adorno? Además, nadie podría empeorarlos más que la burocracia socialista. Pero, retomemos el rumbo trazado al inicio, celebrando que los involucionistas bolivarianos, aunque empeñados en borrar de la memoria colectiva lo que no cuadra con la cursi epopeya del comandante, no osaron, como los jacobinos, crear un calendario en que el pasado entero de la república dejase de existir. Menos aún, ¡por fortuna!, han logrado forjar el hombre nuevo tan caro al Dr. Guevara, un hombre engendrado, ¡vaya contradicción!, por amor al odio, baja pasión exaltada a menudo por el argentino que quiso ser cubano, en términos escalofriantes: «El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar». Las contradicciones, empero, son el motor de la historia, repiten como loros amaestrados los raros especímenes que ejercen el odio de clase y se autodefinen marxistas leninistas. Una historia que terminó con la disolución de la Unión Soviética, aunque de ello no se han enterado –o se hacen los yo no fui– quienes cebados en el poder hacen de sus delirios pesadilla cotidiana del venezolano. Este despertará en cualquier momento. Quizá el domingo próximo. Entonces, el menú será distinto, sin importar que el gobierno quiera que nada ocurra, como en los días perdidos de 1582.

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