Cuando Humala asumió la Presidencia de Perú no fueron pocos los que aseguraron que el militar sería una versión de Chávez, en pleno ejercicio del poder para aquel entonces. Desde su origen golpista hasta su condición de militar e izquierdista auguraban para el país suramericano otro viraje al totalitarismo. Resultó que el peruano hizo poco de lo que se esperaba y, por el contrario, escasa simpatía le tenían desde Miraflores a su gobierno de centro y moderado. Con AMLO pasa algo similar. Muchos analistas y soldados del teclado ya auguran un terrible gobierno para México. Demasiado pesimismo, en mi opinión. Seguramente el azteca, conociendo en lo que se transformó el ensayo revolucionario “Caracas made” ya les ha pedido a sus expertos una versión de lo que sería un manual de supervivencia a izquierdismos infantiles o revoluciones inútiles.

Las alarmas tempranas las producen las 100 propuestas iniciales anunciadas en su toma de posesión. Me parecen en general estupendas; es la poesía que hace que la política tenga sentido, que genere esperanzas y que reconcilie a un país que le dio un voto de confianza. Si es demagogia, la tragedia. Su experiencia de gobierno como un relativo exitoso alcalde de Ciudad de México lo hará manejar con prudencia, esperamos, sus opciones reales de gestión pública, y que sin duda pasará por mejorar lo que está bien y concentrarse en lo que es realmente prioritario dentro de una visión coherente del ejercicio del poder. Que haya invitado a Maduro no lo hace chavista; se trata de una tradición protocolar. Calderón invitó a Chávez y Fidel Castro, nadie señaló una agenda oscura. AMLO no proviene del militarismo, ha luchado por el voto y la transparencia. Si su lenguaje suena a izquierda es porque eso es, un hombre de izquierda; a lo que aspiramos es que sea honesto con sus ideas y las transforme en buena gerencia pública. Que mencione a Hidalgo, Juárez, Bolívar y Martí le queda bien, pues allí está la fuente discursiva histórica de América Latina. Que venda el avión presidencial es quizás un gesto de austeridad; lo grave sería que dentro de seis meses compre uno más grande. Que no viva en el palacio presidencial y no cargue a cuestas tropas prusianas de guardaespaldas no es un desmerito; Pepe Mujica lo practicó, con honestidad y principios. Que les dé prioridad a los pobres es un mérito; lo importante es que las medidas económicas que tome no sean a cuenta de destruir el aparato productivo, lo que sumaría más gente a la marginalidad y a la pobreza. Que destaque la deuda histórica con las comunidades indígenas es un deber; lo terrible es que genera una lucha de clases por un discurso demagógico hacia estas comunidades. Que quiera luchar contra la corrupción y proyecte un gobierno de austeridad es un deber universal; que proponga un cambio total de la estrategia para atender el problema de la inseguridad y la violencia, y no seguir endeudando al país son políticas coherentes. Que no robe y no deje robar será su deber moral.

Aseguró incrementos salariales a maestros, enfermeras, médicos, policías, soldados y otros servidores públicos, y que la pensión a adultos mayores aumentará al doble en todo el país. Muchos sueños y objetivos a los que la realidad irá dando cauce y viabilidad. Hay que reposar y apostar por que su gestión sea exitosa. Como bien me decía el embajador Font, un excelente diplomático mexicano: “Si no existiera AMLO, habría que inventarlo. En esta etapa del país, México lo necesita”.


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