El actual escenario temporal y espacial se presta para toda clase de conjeturas. El sentido de incertidumbre hoy late con pulsaciones aceleradas y provocadoras. Situaciones colmadas de desequilibrios críticos y de agudas crisis. Por razones etarias nos toca y nos duele perder amigos. Me referiré al médico Jesús Alberto González Vegas, recientemente fallecido, quien fue un digno representante de lo que debe ser un profesor universitario.

Al cumplirse medio siglo del regreso de la autonomía universitaria a su plena vigencia, el Consejo Universitario y las autoridades rectorales de la UCV acordaron declarar el Año Jubilar de la Autonomía Universitaria 2008-2009, en merecida celebración de un hecho de profunda significación académica, humana, social, cultural y política. En Venezuela dicha condición es una tradición muy sentida por los universitarios y amplios sectores del pueblo. Nuestra Universidad nació autónoma y pasado el período colonial siguió siéndolo, apoyada en los Estatutos Republicanos redactados por la propia Universidad y promulgados por el Libertador, acompañado por el Dr. José María Vargas a quien él designó rector. En su evolución la universidad desarrolló una interrelación dinámica entre las funciones docentes y de investigación, y valorizando esta última como generadora que es de una actitud antidogmática y de una amplia apertura mental y espiritual.

González Vegas fue un fiel defensor de la autonomía universitaria y un universitario integral participando en la docencia, investigación y labores administrativas. Fue profesor de pregrado en la Facultad de Medicina contribuyendo a la creación de la Escuela de Bioanálisis en la cual fue profesor de Fisiología, jefe de cátedra y de departamento: y en el posgrado de Ciencias Fisiológica, tutor de tesis, asesor y miembro del Comité Académico del mismo. Después de regresar de sus estudios de posgrado en la Universidad de Birmingham, Inglaterra, donde obtuvo el PhD, introdujo técnicas novedosas y ayudó a fundar un laboratorio de electrofisiología cumpliendo una productiva labor como investigador y formador de nuevos investigadores. Desde estudiante fue representante en los concejos de escuela y de facultad y luego fue coordinador de la Facultad de Medicina. Fue de siempre una concepción fundamental suya que la comunicación es parte inseparable, y así la definía, del proceso de investigación y en consecuencia trabajó arduamente por las publicaciones científicas del país, en la Asociación Venezolana para el Avance de las Ciencias, siendo miembro de la Comisión de publicaciones del Conicit, coordinador de la Comisión de publicaciones del Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico y editor de Vitae, la primera revista electrónica de la Facultad de Medicina, en la cual trabajó hasta el día de su muerte.

Como reconocimientos le fueron otorgadas la Orden José María Vargas en primera clase y la Orden Francisco De Venanzi.

Yo lo conocí desde la infancia (dos años mayor que él) dado que vivíamos en el mismo barrio (San Juan), y su mamá (la señorita Susana) fue mi maestra de tercer grado en la Escuela 19 de Abril (plaza de Capuchinos). Compartimos las aulas del Liceo de Aplicación y las de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela.

Siempre compartimos el gusto por la lectura, el cine, la música y las artes plásticas, además de la inquietud política. Era usual verlo cargar algún libro en sus manos y no descansar en su fascinación de lector. Por años, en la tarde de cada viernes, al terminar el trabajo de la semana, nos reuníamos un grupo que formamos y llamábamos “La tertulia”; allí Alberto nos reveló muchas joyas literarias.

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