El tumor crece y con él los riesgos y las preocupaciones. Han pasado ocho meses desde que se lo detectaron y ya ha aumentado 50%. Le presiona con fuerza todos los órganos del área abdominal. Pierde mucha sangre, por lo que deben someterla a transfusiones con frecuencia. Lo que más anhela es vivir y para ello se aferra a sus esperanzas, aunque la realidad le recuerde todos los días lo cuesta arriba que se le hace a los venezolanos sobrevivir a una enfermedad.

Su vida depende de las quimioterapias. Cada una cuesta 179.000 bolívares soberanos, o lo que es lo mismo 500 dólares cada 21 días, por 4 meses como mínimo, sin incluir los exámenes de control y la dieta específica para su cuadro clínico. Pero no los tiene, al igual que miles de venezolanos que hoy se enfrentan a situaciones similares. Se aferra a Dios, una y otra vez, para que la mantenga con vida.

Les hablo de mi amiga Carla, tiene 50 años de edad y es un palo de mujer. No se cansa de trabajar ni de ayudar a quien lo necesite.

Le tocó vivir la enfermedad en el peor momento de la historia de nuestro país. La corrupción desmedida acabó con los hospitales, se devoró los programas de medicinas de alto costo y ha convertido los servicios de salud en el mayor de los lujos para una clase media brutalmente golpeada. Cualquier tratamiento, por muy elemental que sea, se ha hecho inaccesible para la población que apenas puede comer.

¡Y a esto llaman revolución! Los personeros del gobierno y sus aliados se llenan la boca hablando de socialismo, proclamando la defensa de la patria y la dignidad del ser humano, mientras le sacan las vísceras a un país que desde hace rato muere de mengua. Colaboradores directos e indirectos del gobierno han exprimido las arcas nacionales sin que haya una mínima reprimenda. Nadie se ha preocupado siquiera por mantener las formas, por el contrario, todos mantienen un silencio cómplice y ensordecedor como burla constante a las penurias diarias que padecemos.

Como dicen por ahí: la confianza da asco. Mientras el pueblo más creyó en ellos, más lo aplastaron; mientras la gente más defendía su ideología, más la traicionaron. Llegaron al poder blandiendo la bandera de la justicia social y exigían la cabeza de los corruptos, adecos y copeyanos, que entonces formaban lo que denominaron la cuarta república. Se autoproclamaron como los albaceas de la dignidad de un pueblo que hoy está revolcándose en la peor de las miserias, con la cara abofeteada por la mayor corrupción de nuestra historia, esa que quizás ya no se mide en millones de dólares, sino en hombres, mujeres, niños y ancianos muertos por hambre, falta de medicinas y desidia gubernamental.

Venezuela no da para más. Llegó la hora de la transparencia. Quienes quieran presidir este país, liderar partidos políticos u organizaciones no gubernamentales que reciban financiamiento, así como ocupar cargos oficiales, ser contratistas del Estado o desempeñarse en cualquier otro espacio que sea susceptible de sobornos y cobro de comisiones, deben presentar su declaración jurada de patrimonio y especificar su fuente de financiamiento. Tienen que aclarar cómo se mantienen dentro y fuera de Venezuela. No podemos tolerar más corrupción, venga de donde venga, porque entonces, ¿de qué dignidad hablamos? ¿Quién es peor que quién?, ¿quién le pone el cascabel al gato?

Pero a Dios gracias, no todo está perdido. En los momentos más difíciles es cuando los venezolanos demostramos de qué estamos hechos. Estemos cerca o lejos geográficamente, siempre cerramos fila para ayudarnos entre nosotros. Somos así, esa es nuestra esencia. Casos como el de mi amiga Carla me lo corroboran. Nosotros seguimos en la lucha por cubrirle su tratamiento. Nos falta, pero hemos avanzado. Estoy segura de que en cada hogar conviven de cerca con una Carla, que en medio de la adversidad nos enseña que en todos los aspectos de la vida, la pelea es peleando, jamás quedarnos de brazos cruzados, aunque eso sea lo que pretenden quienes se empeñan en chuparnos hasta las esperanzas.

Blog: gsocorro.wordpress.com


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