En esta etapa de la globalización, también algunos países de América Latina han optado por apuntalar su economía a través de la innovación.

Aun en medio de la contracción económica mundial, existen países de la región que sostienen su crecimiento iniciado desde 2008. Todo pareciera bien cuando países como Panamá, Nicaragua, Bolivia, Paraguay, El Salvador, México, Colombia y Chile sostienen el crecimiento teniendo baja carga tributaria en comparación con países como Argentina, Ecuador, Brasil y Venezuela.

La innovación pareciera andar bien según el Ranking Latin Trade de las 1.000 empresas más grandes de América Latina. Allí se observa un crecimiento general en el negocio de las empresas que se hace evidente al observar el valor de los ingresos. Bastaría como ejemplo el crecimiento económico de la empresa argentina Pampa Energía, que subió 114 puntos.

Todo pareciera bien cuando el Índice de Emprendedores de América Latina señala que hay crecimiento económico y que este ha estado acompañado de una estrategia de negocios e inversiones extranjeras. Según el índice, considerando su cálculo en 18 países, existe cada vez más una mejora general en las condiciones de creación de negocios. En 2017 la región superó por 5 puntos el índice alcanzado en 2016 (80,5).

Todo pareciera caminar bien cuando en este contexto se observa el número de emprendimientos en países como Chile, Panamá, México y Colombia; y cuando estos países son utilizados como modelos para el desarrollo de una nueva economía basada en la innovación. En efecto, el caso de Colombia es significativo, sí se considera su avance en el Índice de Emprendimiento Latinoamericano (cuarto lugar). Pero, también, cuando se observa claramente el interés de los inversionistas extranjeros en duplicar el financiamiento en las empresas exportadoras colombianas para la compra de bienes y servicios en el extranjero.

Todo pareciera bien cuando los gobiernos latinoamericanos hacen esfuerzos por apoyar la productividad y la innovación desembolsando recursos para el financiamiento al sector empresarial, a través de la ampliación de créditos para la adquisición de activos fijos y capital de trabajo. El caso más reciente es Ecuador.

A toda esta lista le acompaña los actuales esfuerzos y proyectos tecnológicos de universidades y otras instituciones del Estado en América Latina que intentan hacer esfuerzos para lograr el andamiaje demada-oferta de conocimiento, estableciendo como punto de partida polos tecnológicos para desarrollar el emprendimiento.

Ahora bien ¿está América Latina realmente innovando?

Alemania está siendo un ejemplo de cómo la innovación es el resultado de capacidades de dominio de conocimiento creadas y acumuladas en el sistema de innovación. La ingeniería alemana no está solo en las universidades, está también en las empresas y opera exitosamente con la vinculación de ambas; donde cada parte es capaz de ofertar una posición para innovar frente a la competencia de países como Estados Unidos y Japón. Y es así como muchos fabricantes de automóviles alemanes frente a la presión de grandes rivales, como Tesla, GM y Ford, están fijando planes de investigación y desarrollo ambiciosos para fabricar vehículos eléctricos y tecnología autodirectiva. En esto andan también otros países europeos como Noruega y los Países Bajos.

Otro ejemplo lo es el caso de Berlín, ciudad que se está convirtiendo en el nuevo epicentro de la tecnología europea. La ciudad de Berlín cuenta con su propio capital de riesgo y se calcula que por cada 20 horas nace una start-up. La innovación que está experimentando el sector de digitalización es significativa y la caracteriza fundamentalmente la capacidad científica y tecnológica alcanzada por los centros tecnológicos nacionales y su vinculación con la demanda de proyectos tecnológicos. También la caracteriza la institucionalización del capital de riesgo y el papel de la Asociación Alemana de Start-ups fundada en 2012, que apoya a las empresas en la transformación innovativa de la vieja a la nueva economía.

Que Europa haya contado en 2016 con un capital de riesgo de más de 16,2 millones de euros; que haya existido tanto espacio para la inversión de este capital en países como Gran Bretaña (147 millones hab.; 3,28 millones de euros), Francia (67 millones hab.; 2,78 millones de euros), Alemania (82 millones hab.; 2,08 millones de euros); que un país como Israel con 9 millones de habitantes tenga un espacio para inversión valorado en 2,78 millones de euros o que un país como Estados Unidos cuadriplique la inversión que hace Europa y que sean estos 2 últimos países los que mayor ingreso per cápita posean a través de los «Joint venture» (Israel 313 euros; Estados Unidos 231 euros), ha sido solo posible por la existencia de una capacidad de conocimiento acumulada en los centros tecnológicos y universidades. En el caso europeo esto ocurre fundamentalmente en Suecia, Irlanda, España, Gran Bretaña, Francia, Dinamarca, Noruega y Alemania y muy específicamente en ciudades como Edimburgo París, Berlín y Estocolmo.

Todo indica que la capacidad innovativa sigue estando basada en la capacidad del Estado de comprender y actuar ante la complejidad económica y la complejidad de los esfuerzos que deben hacerse en investigación y desarrollo y en el marco de la inversión de capital financiero y empresarial (público y privado). Esto falta y es lo que distinguiría el crecimiento económico real latinoamericano, y no otras mediciones que simulan innovación y que claramente no atacan el rezago tecnológico y la dependencia económica.

La transformación de un Estado protector a un Estado innovador presenta un alto riesgo cuando no se cuenta al mismo tiempo con un «Estado inteligente».


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