Escrito, dirigido y narrado por Carlos “Tuto” Rodríguez, el documental Amäy. Sabana, “mamá Sabana”, en lengua pemón, es de una delicadeza extraordinaria, de una sencillez delgadísima, lo cual es el reverso de una gran profundidad, pues lo mucho se dice en poco. Premiado como mejor edición, fotografía y video del XIII Festival de Fotos y Videos de Aventura Ascenso 2016, el corto-documental fue apreciado en nuestros cines en el ámbito nacional en marzo, gracias al programa Venezuela en Corto.

¿Por qué ir a la Sabana, tan lejos? Las respuestas son bellas, resuenan en uno con una fuerza esperanzadora. Lo pequeño es inmenso, porque allí está el origen: en lo mínimo comienza todo. Y aunque nuestro empezar tenga años andando, en el retorno a él nos renovamos y comenzamos con más impulso: nos conocemos a nosotros mismos, descubrimos el valor de la vida, de una gota de lluvia, de una ranita, de una lagartija, de nuestro paso por el mundo.

Salir de la ciudad para ir a la Gran Sabana es como “alejarse de la realidad”, dice Rodríguez. Tal vez, del enredo de los hombres, porque la Sabana es realidad, aunque distinta. Imponente, frágil y fuerte al mismo tiempo, seductora e indómita, es la naturaleza en vivo. Encontrarse solo con la grandeza, con la belleza de una cascada, con los insectos, con el silencio atronador, con la desorientación que genera la ausencia de la tecnología son todas realidades que nos interpelan.

Las imágenes, el peso de las palabras, la movilidad de los matices, del ambiente, la capacidad de integrarlo a uno como espectador, todo junto, como dice el propio productor, hace del documental una pieza hermosa.

La obra es realmente símbolo de los efectos que la Sabana ejerce en él y en nosotros, espectadores convidados a vivir su experiencia personal, ayudados por su deseo de descubrir y admirar la belleza originaria todas las veces que sean necesarias. La invitación se agradece y esperamos poder revivirla a finales de este año, cuando tendremos la oportunidad de ver el corto documental en línea, después de su participación en diversos festivales.

Venezuela es una tierra de gracia. El documental lo muestra. La música, también de Rodríguez, lo sugiere. Así como no logro yo poner por escrito todo lo que pasó por mi mente las tantas veces que he visto esta obra en la que uno sencillamente se sumerge, así manifiesta nuestro artista la necesidad de volver siempre a la Sabana para admirar lo que pasó inadvertido la vez anterior. Cada movimiento del agua, cada hoja, piedra o animal, el cielo, la exuberancia del verdor, cada pormenor dice algo nuevo, porque la grandeza está en los detalles.

Los tiempos que vivimos me parecieron estar en otro planeta cuando vi el documental. La sencillez del origen y la grandeza del don de la vida contrastan fuertemente con el ruido que generan los problemas humanos. Nos complicamos. Nos olvidamos de cómo convivir, de cómo abrirnos al otro, al don del encuentro, a la alegría, a “la humildad de una historia”, como manifiesta Rodríguez.

La sabiduría inspira escuchar y respetar la naturaleza. Esa “mamá” Sabana nos sostiene a todos: a una misma Venezuela de la que somos hijos. Todos los detalles juntos, tantos matices, rasgos y diferencias no pueden sino engendrar la riqueza propia de la diversidad.

Así como “la historia nunca se va a repetir” al regresar a la Sabana, así veremos algo distinto cada vez que tengamos la dicha de ver este documental. Todo puede parecer muy simple al principio, dice Rodríguez, pero “lo cierto es que nunca sabrás cuánto te falta por conocer”. La experiencia es la de haber llegado “al borde de la tierra”, a un lugar originario, donde todo comienza y nos da la oportunidad de renovarnos, de rehacernos, de conocernos siempre de nuevo. Nunca se termina, porque como los dos infinitos de Pascal, aquí lo pequeño es inmenso y magnífico. Y lo grande es tal vez el compendio de todo lo mínimo. Son las pequeñeces juntas.

En breve, este documental es una obra de arte exquisita.

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