Pareciera que son los chinos quienes están dispuestos a bajar la guardia en la guerra comercial en ciernes con Estados Unidos. Todavía la semana pasada la estrategia de Pekín para atender los severos reclamos norteamericanos sobre el desbalance comercial existente entre ambos era la de la agresividad. Pero se ha cumplido el adagio de que “perro que ladra no muerde” y bastaron algunas horas de conversaciones entre los responsables del comercio bilateral para que los asiáticos depusieran su actitud erosiva y se transaran a favor de un arreglo con los norteamericanos.

Es así como el fin de semana en Washington ambos países rubricaron una declaración conjunta en la que se anuncia que China “aumentaría significativamente” las compras de bienes y servicios estadounidenses para disminuir su desequilibrio comercial. Los americanos, por su lado, se comprometieron a no imponer aranceles por ahora a los chinos, una amenaza que, de ser instrumentada habría desatado medidas de retaliación del lado chino.

En síntesis, los dos lados de la ecuación comercial están dispuestos a hacer su esfuerzo por no generar más tensiones en este campo y evitar una guerra que tendría consecuencias nocivas no solo para las dos partes protagónicas de este desencuentro. Concedieron ambos lados un “cuarto de hora” a su contraparte para mostrar su buena voluntad. Es decir, Estados Unidos esperará un tiempo prudencial hasta que China incremente sus compras agrícolas y energéticas a Norteamérica de manera sustantiva. En ese período de tiempo el incremento de aranceles de Estados Unidos a los productos chinos quedará en suspenso.

El acuerdo no incluyó soluciones sobre algunos de los problemas medulares que se encuentran en el centro de esta confrontación. El desencuentro en torno a las actividades de la telefónica ZTE solo fue abordado en voz baja, ya que se les dejó a los dos presidentes la tarea de actuar para resolverlo. Hay que recordar que Trump había decidido prohibir la venta de componentes americanos para la producción de teléfonos, con lo cual la gigantesca productora china había entrado en seria crisis.

Tampoco en Washington se debatió el crucial tema que Estados Unidos ha puesto sobre la mesa sobre las violaciones de las normas de propiedad intelectual por parte de China, que habría incurrido en significativas apropiaciones indebidas de tecnologías norteamericanas.

Por lo pronto, la visible tensión entre los dos más grandes del planeta ha disminuido, pero lo que se ha hecho, en la práctica, es establecer un marco para poder avanzar en la reducción del déficit. A la hora de instrumentar los compromisos, los dos lados se toparán con diferencias difíciles de salvar. En una economía controlada, como la China, los acuerdos gubernamentales se ponen en marcha con la sola decisión del gobernante. En Estados Unidos no basta solo la voluntad de los negociadores, sino el compromiso y la capacidad de las empresas privadas responsables de proveer a China del colosal volumen de productos capaces de reducir el déficit comercial bilateral.

Es decir, el “alto el fuego” que ambas partes han convenido hacer en esta guerra comercial de la que todo el planeta habla desde hace unas semanas puede ser frágil si, sobre todo, Estados Unidos no depone la actitud bélica que ha exhibido en contra de China.


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