Fue el joven Stamford, practicante en el londinense hospital San Bartolomé, quien presentó al médico John Watson a Sherlock Holmes, y al compartir ambos un apartamento en Baker Street no solo hicieron famosa esa calle londinense, sino que conocieron la celebridad gracias a sus prodigiosas aventuras detectivescas que dieron fama también a Arthur Conan Doyle, un prolífico escritor de novelas históricas. Sir Arthur fue médico y espiritista, y de manera absurda e insólita terminó odiando a Sherlock Holmes, el personaje que más nombradía le proporcionó. Son pocos los que estarían dispuestos hoy a leer las otras novelas que escribió, pero acompañarían con gusto al detective y a su inseparable compañero de pesquisas y deducciones. Le ocurrió a Conan Doyle lo que a Julio Verne, quien al final de su vida abjuró de la ciencia por considerar que había extraviado su camino prestándose para el mal.

En El signo de los cuatro, una de las memorables investigaciones de Holmes, se le escuchó decir a Watson que “el hombre es un alma escondida dentro de un animal”. ¡Una frase estremecedora!

Si a ver vamos, el alma se comporta como el gato que busca, insiste, rebusca, olfatea y descubre la manera de salir por alguna rendija de la ventana o trepando sobre muebles, estantes y espacios que permanecían cerrados hasta que, finalmente, logra vencer el obstáculo y descubrir una nueva posibilidad de existir que lo invita a permanecer y fortalecerse en una vida misteriosa por los tejados. ¡El alma también escapa del animal que la contiene! Vive fuera de él y se mantiene en constante movimiento. Para los cristianos, se vincula a la infinita bondad divina, es espíritu inmortal cuando abandona definitivamente el cuerpo animal que la abrigó e hizo posible que se animara en vida y se adorara a sí misma y a su Creador.

En la antigüedad griega, hubo filósofos que determinaron que el alma, al morir el cuerpo, viajaba hacia la Luna. Me gusta creer que la luz de la Luna proviene no del orgulloso y prepotente Sol sino de la multitud de almas que allí se remueven incesantes; una de ellas es mi hermana Liliam muerta muy joven el mismo año de mi nacimiento. Neil Armstrong, ingeniero aeroespacial, piloto militar y de pruebas, profesor universitario y el primer hombre en pisar la Luna no vio las almas congregadas que observaron su temerosa cautela cuando puso pie en la superficie lunar.

¡Porque no las vemos! Las almas son entidades invisibles. No son materia. Son espíritus. Un alma es ser, esencia, ánima, armonía; algo impalpable e inasible que nunca llegamos a conocer. Las mujeres de mi casa, siendo yo niño, susurraban como si fueran conspiradoras y afirmaban que el doctor Razetti tenía que ser masón porque había expresado su laico escepticismo al afirmar que jamás había detectado almas en las gentes que veía morir. Sin embargo, son muchos los que creen que las almas transmigran y sostienen que renacemos adoptando formas diversas en tiempos distintos y que hay alma, espíritu, en todo lo visible, en la piedra, en el árbol, en los metales y en el vino; que, a veces, el alma no logra desprenderse del animal donde vive escondida sintiendo que está atrapada en una región inhóspita, en una ciénega oscura, chapoteando en un pantano. Pero cuando logra escapar del confinamiento, en lugar de rastrear la huella que la llevaría a espacios más iluminados se desplaza por vericuetos de agobios y de maldad y muestra un rostro huraño y repelente.

De allí que existan almas sombrías. ¡No creo que los mandatarios chavistas las tengan, pero de tenerlas deben ser arteras y perversas, de esas que arrastran una sombra nefasta que contagia con sus insólitas torpezas todo lo que aspira a ser en la geografía humana de los venezolanos! Es como si llevaran el desastre arrinconado en sus propias almas atizando el sufrimiento de quienes padecen las torturas que se perpetran en la Tumba o los escarnios que son moneda corriente en el Helicoide, y los agobios y desesperanza provocados por el hambre, la diáspora y los infortunios. ¡Vender el alma al diablo no para recuperar el perdido vigor de la juventud, sino para negociar con las drogas y regocijarse en atesorar dineros mal habidos!

De los guardias nacionales bolivarianos que disparan contra los estudiantes se dice que son seres desalmados. ¡El alma merodeando por los sucios callejones del crimen!

Y están los ojos, las ventanas, los espejos, los “manantiales del alma” como los llaman los poetas ramplones que también merodean en las cercanías de la poesía sin entrar nunca en ella, pero creyendo haber invadido sus jardines.

Contrariamente, el alma es amor, y en la célebre escena del balcón, al escuchar su nombre pronunciado por Julieta, el enamorado Romeo exclama: ¡Es mi alma que me llama por mi nombre!

Cada uno de nosotros es su propia alma y su propia memoria, y en nosotros viven el águila y el rayo. Si queremos, si aceptamos y decidimos enfrentar y acabar con los desórdenes políticos y económicos que obstaculizan los caminos del país, rescataremos nuestra dignidad; pero si nos negamos a ver el aire sagrado que navega en nuestras almas, será poco lo que avanzaremos y los obstáculos permanecerán. En cambio, si lo hacemos, si lo logramos, encontraremos nuevamente la línea del horizonte que creíamos perdida.

En los fragmentos del Diario de Nijinsky traducidos por Rafael Cadenas leemos: “Muchos dirán que Nijinsky siempre está llorando. No es así. Estoy vivo y por lo tanto sufro, pero raramente derramo lágrimas, mi alma está llorando”.

Por eso, no olvido las 200.000 almas que poblaban la aldea llamada Caracas que me vio nacer. Digo almas, en lugar de los “habitantes” o “usuarios” de la hora actual. Hoy, somos 3 millones o 4 millones de habitantes y, de seguro, ¡muchos han perdido el alma!

¡La mía, en todo caso, permanece en vilo sobre el desafortunado país!


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