Septiembre es un mes de trágica y universal recordación. Trae a nuestra memoria el ataque terrorista a las Torres Gemelas y otras edificaciones estadounidenses, como el mismísimo Pentágono. En la prensa latinoamericana, la conmemoración de ese hecho superó otra que, en su momento, desplegó grandes titulares que sirvieron para condenar la feroz dictadura de Pinochet. Un día 11, en 1973, colapsó una de las democracias más estables y respetables del continente. Y, en Venezuela, recordamos una gran cantidad de circunstancias que nos han llevado al trágico desenlace que hoy vivimos.

No podemos olvidar las lecciones dolorosas de esos años setenta. Desde la adolescencia y en una abierta y muy clara solidaridad con el pueblo chileno, aprendimos a protestar contra la dictadura sureña. Hoy, el actual régimen venezolano nos hace recordar esos difíciles tiempos cuya ferocidad, por cierto, logró ocultar el ejercicio del poder de Salvador Allende. Fueron tres años de colapso socialista, inflación, carestía y creciente violencia. A pesar de los resultados de su infeliz gestión, Allende nunca corrigió el rumbo, pero sí hizo posible el exilio de muchos de sus compatriotas, por razones económicas y sociales de una asfixia social y económica insoportable.

La manera como cayó Allende lo convirtió en un mito rentable para la izquierda marxista, experta en victimizarse y eludir toda responsabilidad como victimaria. Nunca aceptaron la directa intromisión de Cuba y la propia estadía desestabilizadora de Fidel Castro en Chile; por el contrario, se quejaron y continúan quejándose de la participación de la CIA. En Chile, a la nacionalización de todo lo que podían, se sumó la pugna por el poder entre el Partido Comunista Chileno y el Movimiento de Izquierda Revolucionario, radicalizado hasta la demencia.

Por muchos años, Allende fue el emblema de ese martirologio de la ultraizquierda que coincidía con el Che en sembrar uno, dos o más Vietnam en la región. Y hasta operó un cierto complejo, porque su gobierno pasaba ileso, sin presentar el debido examen, gracias a la citada ferocidad militar. Y como las lecciones son difíciles de aprender, en Venezuela hemos dejado al Chile socialista en pañales, pues llevamos casi veinte años bajo un régimen parecido aunque más letal.

Salvador Allende fue un reconocido dirigente más cercano a la socialdemocracia continental, relacionado con Rómulo Betancourt o Raúl Haya de La Torre, con sus matices, que con el fidelismo, del que luego se hizo devoto y partidario. Se convirtió en un mito para acomplejar a los que adversaron a la dictadura cubana. Pero ni el personaje ni las ideas socialistas que pregonó son eficaces y mucho menos eficientes: las cacerolas que precursoramente se tocaron durante su gobierno fueron las que ensordecieron a Chávez y continúan ensordeciendo a su sucesor en el único gobierno que hemos tenido en todo el siglo XXI.

La lección chilena y la repetición ad infinitum del sistema en nuestro país han dado en Latinoamérica y el mundo mucho de qué hablar y deseos de no reincidir aunque, por ahora, sigamos atascados en un modelo político trillado, gastado y sin ningún sentido. Estamos siendo manejados por los peores y menos agraciados pupilos de esa ultraizquierda, que cada día demuestra, que jamás han trabajado para el beneficio del pueblo sino para el suyo propio. Continuemos en la lucha, no perdamos la fuerza, mantengamos la esperanza. Nunca olvidemos que Venezuela libre resiste, persiste y existe.


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