Las manifestaciones de desencuentros dentro de las filas del llamado Polo Patriótico comienzan a romper el dique de contención que las autocracias ponen para que no se sepa de  las diferencias internas graves que sacuden sus bases, pero nada de lo hecho fue suficiente  y  los desencuentros tomaron los espacios de la opinión pública  sin que haya forma de detenerlos, porque la lucha por el poder  que hay entre los distintos beneficiarios en el manejo del Estado, sus instituciones y  la cosa pública, incluido su erario, es a cuchillo limpio,  sin tregua posible,  y dirigida por cabezas muy visibles y con poder.

Todos miden sus fuerzas, aceitan sus espadas, reúnen sus razones, en ningún caso santas,  y esperan el momento de la estocada. El Ejecutivo tiene sus armas y sus defensores; la espuria constituyente tiene su nuevo jefe con sus defensores y sus propósitos muy claros; el Poder Comunal lo mismo, el sector militar que comanda, por ahora, la situación duerme con un ojo abierto y el otro también, y las fuerzas paramilitares, que  patrullan constantemente las calles con la intención de enfrentar todo lo que le sea opuesto, incluyendo los cuerpos de seguridad si fuese el caso, también están en estado de alerta, conscientes como están del poder indiscutible que tienen, todo lo cual llevaría al más distraído observador a la conclusión de que aquí está pasando algo  más de los fatídicos anuncios que,  a diario y en cadena,  suele hacer el presidente,    a sabiendas  de que nada de lo que diga, haga o proponga, surtirá más efecto que el de empeorar las cosas y hacer  más insoportable la vida de los venezolanos.

Cuando Freddy Bernal, quien ha defendido este proceso más aún que el propio Chávez,  como lo demostró en los sucesos del mes de abril del año 2002,  cuando se negó a enconcharse  y a   huir,  como sí lo hicieron casi todos los que hoy se muestran como los  indomables revolucionarios que nunca fueron, se levanta y dice que de toda esta tragedia que vivimos los venezolanos el único culpable es el propio gobierno que conduce a la nación desde hace diecinueve años y que le da vergüenza haber perdido hasta la gobernabilidad, está ejerciendo su derecho de criticar al gobierno, incluyendo sus propias ejecuciones, lo cual si bien le da más valor a su declaración, a los ojos del régimen es una  criminal posición revisionista que más temprano que tarde será castigada. Cuando Rodrigo Cabezas, quien llegó a ser ministro de Hacienda de Chávez, entra en la arena crítica acusando al gobierno de no haber atendido la grave y trágica crisis que agobia a los venezolanos con el profesionalismo necesario, está, según el régimen, en un revisionismo imperdonable. Cuando Elías Jaua,  ninguneado a menudo por quienes tienen el verdadero control del gobierno, entra al ruedo exigiendo que el proceso sea definido  mediante el voto de las bases del partido, cuestión que nunca exigió  en estos diecinueve años al frente de altísimos cargos desde donde desplegó acciones que hicieron mucho daño a las instituciones y al derecho de propiedad,  no hizo otra cosa que unirse al coro revisionista, lo que tendrá el mismo desenlace punitivo, si es  que no cambia la correlación de fuerzas a lo interno del PSUV. Cuando más  a sotto voce muchas de las figuras reconocidas como guías intelectuales dentro de la estructura de poder del actual régimen se hacen críticas a los desatinos de Maduro y su entorno,  nos vemos obligados a pensar que algo muy grave está pasando dentro del proceso y que de no ser controlado podría llegar a generar enfrentamientos mayores, sin excluir una profiláctica y liberadora implosión  del régimen.

Pero el asunto no termina allí porque ese oleaje irreverente de ejercicio crítico que está cayendo sobre una  cúpula que se siente dogmáticamente intocable,  pasó los linderos de funcionariado y fue a dar a quienes forman parte del ejército de comunicadores, desde donde se leen y se escuchan voces que hablan de frustración y descontento en las filas del Polo Patriótico y en especial del PSUV.  Me estoy refiriendo a lo que buena parte de una militancia descontenta dice en la calle sobre el presidente, su entorno y sus medidas, me estoy refiriendo a la ola de protestas que sacuden las calles contra el régimen, me estoy refiriendo a la rabia contenida de todos aquellos que creyeron en el proyecto y hoy se avergüenzan por el camino que tomó la mal llamada revolución; me estoy refiriendo a lo que escriben y comentan muchos de quienes una vez representaron el bloque de las opiniones unánimes que avalaron cualquier dislate de Chávez, por absurdo e inconveniente que este fuese,  y que ahora, a la vista de los deplorables resultados obtenidos, cuestionan, sin pelos en la lengua, a toda hora, y con sobrada razón, cuanto diga y haga Maduro, quien, en honor a la verdad,  no ha hecho otra cosa que seguir el camino que Chávez inició.

Aquí no hay que llamarse a engaños, esto que estamos viviendo hoy día es consecuencia directa de lo que Chávez hizo siguiendo los lineamientos del castrocomunismo. Haber emprendido una guerra contra el aparato productivo del país, haber expropiado bienes, servicios y empresas, haber mantenido una política de controles y considerar contrarrevolucionaria, abyecta y criminal,  cualquier asomo de crítica a sus políticas, vinieran de donde vinieran, no podía tener un  final distinto a este desastre nacional que amenaza con hundir a un barco llamado Venezuela.

Algo está pasando y no me estoy refiriendo a la cadena de exabruptos que Maduro viene disparando a diario a sabiendas  de que nada de lo dicho, hecho y propuesto, surtirá más efecto que el de empeorar las cosas y hacer  más insoportable la vida de los venezolanos. Más allá de la cadena de los cinco ceros, del inexplicable anclaje de “una ficción llamada bolívar soberano a esa otra ficción llamada petro”, como bien la definió José Toro Hardy que solo producirá la puesta en marcha del cono monetario anunciado para dentro de veinte días, que nació y será aplicado ya envejecido, la misma cadena en la que  vinculó los nuevos precios de la gasolina al carnet de la patria, la misma en la que nada dijo acerca de ponerle coto al desorden fiscal y a la emisión de billetes que han contribuido grandemente a fortalecer la hiperinflación que nos devora, cadena en la que el gobierno nos volvió a repetir que su proyecto es exclusivamente político, que lo de una sana economía no es asunto suyo, que las ventajas que le brindan sus desafueros en esa materia, son intocables, por lo que debemos concluir que todo lo dicho en las cadenas, son solo un mal maquillaje que se caerá sin remedio con la primera subida de temperatura, dejando ver un rostro ajado e impresentable.

Esta realidad  perversa en que vivimos en el día a día y que nos seguirá azotando hasta que ya no tengamos fuerzas para salir del profundo abismo en que caímos, es el resultado de un plan concebido y fríamente ejecutado por el régimen, desde hace casi veinte años, con la alevosía y el  ensañamiento de los vengadores y resentidos. Y me pregunto: ¿qué hará frente a esta decisión totalitaria, que no es otra cosa que un plan maestro para la destrucción de lo que queda como país y como ciudadanía, nuestra dividida  oposición? ¿Qué tiene que decir la  dirigencia política ante circunstancia tan nefasta? ¿Seguirán diseñando y proponiendo planes propios de una política de ficción, o,  de una vez por todas, enfrentarán una  realidad que nos muestra el hundimiento de la nación con su democracia y su libertad incluidas?


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