Recuerdo de niño una gran discusión entre Oscar y su hermano Alfonso aquí en la quinta Guatemala. Mi padre para aquel entonces era capitán del ejército, asignado a un teatro de operaciones antiguerrillero; el tío Alfonso, el menor de sus hermanos, era estudiante de Psicología.

Rosa, la señora que trabajaba en la casa, le contó a mi papá, en una de sus visitas a la familia, que a veces cuando limpiaba el cuarto de Alfonso encontraba caminos de un polvo raro que llegaban hasta su cama. Cuando indagó se encontró con un arsenal que el tío guardaba nada menos que en la casa de un oficial del ejército. Estaba Ponchito, como lo llamábamos cariñosamente, en la militancia comunista, y madre problema le pudo traer a mi padre. Solo la complicidad de hermanos cerró el capítulo, se mudó de la casa y al poco tiempo terminó detenido.

En días pasados murió en Barcelona, España. Se fue de Venezuela a los 80 años; la precariedad para un anciano enfermo obligó a sus hijos a llevárselo. Nos golpeó su partida, era mi único familiar cercano que opinaba que el chavismo era algo bueno. Antes de morir les contó a unos de sus hijos que se arrepentía de haber creído que su sueño de juventud estaba en las manos de un militar, como también lo fue su hermano.

Me dio mucha alegría ver que sus compañeros de la APUCV, Dirección de la Escuela de Psicología y Red Ucevista lo recordaron con una amable esquela en la que subrayan que fue un gran profesor ucevista; “guatemalteco de origen, llegó al país a temprana edad y adquirió la nacionalidad venezolana. Siendo muy joven liceísta, participó activamente en la resistencia contra Pérez Jiménez. Fue hecho preso y torturado y estuvo encarcelado en Guasina, una de las prisiones más tenebrosas de aquel tiempo. En la década de los sesenta lo detuvieron nuevamente. A él y a su esposa, también profesora universitaria, María Rosa, les quitaron la nacionalidad venezolana y los expulsaron del país en condición de apátridas. Estuvieron en España y Francia, sin poder permanecer en ninguna de esas naciones”. Así fue.

El tío regresó después de vivir en Inglaterra, y tuvo una extraordinaria carrera académica en la docencia y la investigación. Le apasionaba viajar y tenía obsesión contra la corrupción en nuestros países. Era un hombre suave y educado, que hubiese querido estar enterrado en estas tierras al igual que su hermano. Fuimos cercanos.

En lo personal lo extrañaré; la verdad es que fue un buen hombre y que llegó a esta nación que hizo suya en los años cuarenta de la mano de su padre, quien fuera el embajador de Guatemala. Por esos soplos de la vida y de la historia, se quedaron para hacer una familia venezolana que décadas después encontró el destierro y también tuvo que buscar otra patria, toda vez estos tiempos tan convulsionados.


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