En Venezuela la suerte está echada. No hay fuerza capaz de contener a un pueblo cuando está decidido a alcanzar la libertad y la justicia.

Quiero hoy referirme a algunos casos que aparecen después de la II Guerra Mundial con características muy particulares: la lucha a través de manifestaciones pacíficas.

De inmediato viene a la mente el caso de Gandhi. El Mahatma («Gran Alma») –título honorífico que recibió del poeta y filósofo bengalí Rabindranath Tagore– emprendió la tarea ciclópea de liberar a su patria, la India, de uno de los más poderosos imperios que haya conocido la humanidad: el Imperio Británico.

La gesta del Mahatma se caracterizó por recurrir a métodos de lucha no violentos, aunque promovió la desobediencia civil como medio para resistir el dominio británico. Emprendió la marcha de la sal, una manifestación en contra los impuestos que se aplicaban al producto. Fue una marcha de 300 kilómetros con el objeto de recolectar sal violando leyes del gobierno de la colonia. Más de 60.000 indios siguieron su ejemplo marchando desde Karachi hasta Bombay.

Impotente ante aquellas demostraciones populares, Gran Bretaña finalmente se vio obligada a conceder la libertad a la India. Moralmente no se podía justificar la violencia contra quienes protestaban sin violencia.

Otro ejemplo del éxito de la lucha pacífica lo encontramos en Estados Unidos con Martin Luther King. Su objetivo era acabar con la segregación racial a través de métodos no violentos, reclamando derechos civiles básicos para los negros. La Marcha sobre Washington, que reunió a más de 250.000 personas y pronunció su famoso discurso «I have a dream», cautivó la imaginación del mundo. Finalmente fue asesinado en Memphis, pero sus objetivos fueron conseguidos. Cabe también citar el ejemplo de Mandela en Suráfrica, con la derrota de Apartheid.

También lo ocurrido en Europa Oriental, en el denominado Otoño de los Pueblos en 1989, que causó la caída del Muro de Berlín, erigido por Krushov y el desmoronamiento del Telón de Acero instaurado por Stalin, sin que se dispara un solo tiro. De ese fenómeno político extraordinario formaron parte los casos de Solidaridad con Lech Walesa, en Polonia, y de Václav Havel, en Checoslovaquia.

Esos casos, que dieron al traste con el comunismo, tienen un denominador común. Fueron cambios trascendentales protagonizados por pueblos que manifestaban en paz. Los militares de esos países, comunistas endurecidos, se negaron a disparar contra las concentraciones pacíficas de ciudadanos. El único caso en que un dictador de Europa del Este ordenó disparar al pueblo que protestaba fue el de Rumania. Ceausescu terminó siendo fusilado junto con su esposa.

En la Primavera Árabe las manifestaciones populares causaron cambios políticos profundos y acabaron con muchas de las viejas dictaduras árabes. La caída de Mubarak, en Egipto, fue precedida de 18 días de manifestaciones populares. En el caso de Libia, Gaddafi recurrió a la aviación para reprimir a los manifestantes y la OTAN reaccionó con un ataque aéreo para frenarlo. Derrocado, Gaddafi huyó, pero fue atrapado y ejecutado. Su destino terminó siendo el mismo que el de Ceausescu.

Hoy Venezuela está siendo testigo de otro portento histórico. El pueblo se ha volcado a las calles. Las manifestaciones que están ocurriendo son más numerosas que las que reunió Gandhi en la Marcha de la Sal; Martin Luther King, en Washington; Václav Havel, en Checoslovaquia, o Lech Walesa en Polonia. También son más numerosas que las que reunió Yeltsin en la plaza Roja, en Moscú, que desembocaron en el fin del comunismo y el desmembramiento de la Unión Soviética en 1991. Las protestas han perseverado tanto como las de la Revolución Naranja, cuando los ucranianos salieron masivamente a las calles en 2005 para exigir la salida del presidente y no retornaron hasta haber logrado su objetivo.

Hoy en día, si alguien ordenara disparar contra esas manifestaciones, sin duda terminaría en la Corte de La Haya. Recordemos que Venezuela es signataria del Tratado de Roma.

La suerte está echada. Internacionalmente el régimen está aislado y se ganó el rechazo del mundo. Ya, en franca minoría, anuncia su salida de la OEA. También es minoría en Unasur y hasta en la Celac. Confronta problemas en la ONU y la Unión Europea lo censura acerbamente.

Insisto. Ahora es indispensable promover una salida pacífica a través de un gobierno de transición que les disminuya, a unos el costo de irse y, a otros, la garantía de que el país pueda recuperar la gobernabilidad. Solo así, con el camino ya despejado y unos poderes públicos independientes, podremos ir unas elecciones cuyos resultados sean respetados.


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