Mucho se ha escrito en años recientes sobre sostenibilidad, un concepto referido en esencia a la posibilidad de armonizar el uso y explotación de los recursos naturales con la capacidad de los ecosistemas de sostenerse a partir de su potencial de reciclarse, lo cual solo ocurre cuando se respetan sus límites naturales. No obstante, cuando se trata de llevarlo al terreno de las comprobaciones empíricas para aplicarlo en una realidad particular, resulta ineludible considerar de forma conjunta las especificidades de las diversas actividades que participan en un sistema dado, lo cual puede resultar muy complicado.

En el caso de la ordenación del territorio se requerirá entonces evaluar de forma integral las múltiples actividades que compiten por el uso de un recurso específico en un espacio en particular (local, regional, nacional, internacional) a fin de encontrar la forma de minimizar los impactos negativos que se producen.

Un reciente artículo de John Timmer, editor de Ciencias de la revista Ars Technica, comenta un interesante estudio realizado por la sección australiana de la Organización de Investigación Científica e Industrial de la Comunidad Británica de Naciones (CSIRO por sus siglas en inglés), mediante el cual se intentó evaluar empíricamente la sostenibilidad del uso de la tierra en Australia. El estudio muestra, en efecto, que si bien es posible alcanzar la condición de “sostenible” en cada uno de los variados aspectos del uso de la tierra cuando se tratan de manera individual, las cosas se complican cuando se intenta hacerlo de forma simultánea.

Los investigadores de CSIRO utilizaron un modelo de simulación que proyecta escenarios futuros en respuesta a una combinación de factores económicos, ambientales y de políticas gubernamentales. Tomaron como referencia las 17 Metas de Desarrollo Sostenible definidas por Naciones Unidas y fijaron cinco prioridades asociadas al uso de la tierra: producción sostenible de alimentos, agua limpia, energía limpia, control del cambio climático y mantenimiento de la biodiversidad. Fijaron objetivos específicos para 2030 y 2050 en tres niveles, de acuerdo con el rango de obtención –débil, moderado y ambicioso–, estableciendo en cada caso una prioridad para el logro de esos objetivos. Por ejemplo, un objetivo débil sería «reducir la tasa de agotamiento de las aguas subterráneas», un objetivo moderado, «detener el agotamiento de las aguas subterráneas», mientras que el objetivo ambicioso podría ser «restaurar los niveles de agua subterránea a aquellos antes de la llegada de los europeos a Australia».

Los resultados muestran que el logro simultáneo de múltiples objetivos de sostenibilidad en el nivel de obtención más alto es muy difícil, pero si se bajan los estándares y se acepta que algunos objetivos se alcancen en menor grado, es posible incrementar la consecución conjunta. Por ejemplo, en lo que respecta a los escenarios que priorizaban el cambio climático se identificó la necesidad de formular políticas para promover la reforestación, en razón de su condición de captadora de CO2 y promotora de la biodiversidad; sin embargo, reforestar desplaza la agricultura y otros usos sostenibles en el territorio, además de que hace menos sustentable el uso del agua. Por cierto, en este aspecto resultaría interesante considerar la alternativa de la agricultura urbana con su enorme potencial alimenticio y ambiental.

La combinación más viable involucró alimentos, uso sostenible del agua y biocombustibles, lo cual se debe en gran medida a que las partes no utilizadas de las plantas alimenticias pueden utilizarse para producir biocombustibles. No obstante, los biocombustibles no son la manera más eficiente de enfrentar el cambio climático, sobre todo porque las energías limpias se hacen cada vez más baratas.

Aunque el estudio revela que alcanzar la sostenibilidad real exige resolver múltiples problemas simultáneos, al tiempo que se ajustan prioridades que compiten entre sí, ello no significa que las metas no sean alcanzables en el mediano plazo. A nuestro juicio, la localización inteligente de las nuevas actividades es fundamental, lo que implica que planificar el uso sostenible del territorio impone la necesidad de aplicar un enfoque de totalidad capaz de considerar las diferentes escalas territoriales y la armonización del logro de los objetivos en el uso de los recursos, en el tiempo.


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