La semana anterior, concretamente el jueves 8 de noviembre, nos permitió apreciar en “vivo y directo” la XIV sesión del “Consejo Político de la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP)”. La citada reunión se celebró para repetir las mismas consignas de la desgastada izquierda radical de Latinoamérica y para recrear los mismos argumentos, con los que la dictadura venezolana sigue justificando su estruendoso fracaso y el criminal desfalco que le han hecho a las finanzas y al patrimonio de Venezuela.

Lo cierto es que esta reunión, celebrada en Managua, Nicaragua, mostró la agonía de los inventos de Fidel Castro utilizando a Hugo Chávez como peón operativo para su enfermiza pelea con Estados Unidos. Dichos inventos, además, servían para insuflar el ego hegemónico del comandante barinés, en su irrefrenable deseo de sentirse la reencarnación de Bolívar pero, sobre todo, “dueño y señor” de todo un continente.

La escuálida reunión del pasado jueves en Managua, que solo congregó a las tres dictaduras comunistas del continente: Cuba, Nicaragua y Venezuela, acompañados por dos islitas caribeñas, a las que llevan a dichos cónclaves a cambio de un poco de petróleo, muestra que el comunismo latinoamericano se ha quedado solo, y que sus esquemas de integración son solo inventos con los que se nos ha extraído petróleo y dinero para financiar el fracasado modelo socialista, diseñado por la obsoleta dirigencia cubana.

Es decir, allí no se diseñaron órganos de integración, promotores de mecanismos sanos de intercambio comercial, tecnológico o cultural; allí se creó, como suele ocurrir con todo lo que desarrollan los autoritarismos, un esquema para el control político, para la propaganda; es decir para el establecimiento y propagación de la ideología neomarxista, bautizada con el disimulado nombre de socialismo del siglo XXI.

El enfermizo empeño del marxismo latinoamericano de justificar nuestros fracasos en agentes externos, y no en nuestras propias carencias y fracasos, ya explicado de forma magistral desde el siglo pasado por Carlos Rangel en su libro Del buen salvaje al buen revolucionario, se hizo presente otra vez en la mente de Fidel Castro y Hugo Chávez usando el poder económico que nuestro petróleo les generó, para inventar no solo el ALBA, como respuesta al ALCA (Tratado de Libre Comercio de las Américas, firmado en Miami en 1994), sino también a Unasur, una especie de OEA paralela, que excluyó a Estados Unidos y Canadá del sistema de integración en nuestro continente.

Si bien es cierto que tanto la OEA, la Comunidad Andina de Naciones como Mercosur son instituciones y mecanismos de integración a los que podemos y debemos hacerles observaciones para promoverles reformas y hacerlos más eficientes, buscando mejores logros para nuestro continente, no es menos cierto que los inventos del Foro de Sao Pablo, para anularlos y sustituirlos, han resultado un absoluto y total fracaso. Y han fracasado porque han nacido con perversa intención, con deliberada voluntad de confrontación, con decidida vocación de destrucción.

A los inventos comunistas de integración solo se podía concurrir para aceptar las directrices de La Habana, tramitadas a través de la Cancillería de Caracas. Unasur y el ALBA existían para denostar de Estados Unidos. A cambio, se les regalaba, o se le entregaba, petróleo a crédito. De ahí no pasó todo ese farragoso discurso de la nueva integración socialista de América Latina. Todo un triste fracaso, y una grave pérdida de tiempo y dinero para nuestra patria venezolana.

En efecto, los inventos del Foro de Sao Pablo, implementados desde el gobierno de Venezuela, han significado para nuestro patrimonio una pérdida superior de los 100 millardos de dólares. Es la suma del petróleo regalado a Cuba, Nicaragua y a las islas del Caribe, con las cuales Chávez armó su base de influencia en el continente. Es el dinero derrochado en cumbres inútiles de esos entes; son “las compras” artificiales o a sobreprecios de bienes innecesarios, de dudosa calidad, triangulados o revendidos descaradamente para sacarnos los dólares del boom petrolero.

Todo ese derroche, entre otras razones, nos llevó a la ruina. Los pueblos de América despertaron rápido de la alucinación causada por el populismo de la izquierda borbónica, como la llamó Teodoro Petkoff. Hoy ya nadie acompaña los eventos políticos que, bajo el nombre del ALBA, Unasur u otra etiqueta, pueda organizar el quebrado gobierno socialista de Caracas. Primero porque Unasur quedó disuelto desde que expulsaron a Maduro y su camarilla de Mercosur, y desde que se concretaron cambios en los gobiernos de Colombia, Brasil, Ecuador, Argentina y Chile. Además, ya no hay dólares que venir a buscar, de las manos de los dispendiosos administradores de Miraflores. Para bien de nuestro país, el ALBA agoniza, y Unasur es “un cadáver insepulto”.

Llegará la hora del cambio. Llegará entonces la hora de trabajar en serio en la verdadera y sana integración con nuestros vecinos. Nuestra futura democracia tendrá una palabra que decir, para hacer efectiva la hoy ineficiente Carta Democrática.

También tendrá que trabajar duro en abrir caminos a la integración económica, comenzando con nuestros vecinos de Colombia. Ello pasa por revisar lo relativo al tema de la Comunidad Andina de Naciones y Mercosur.

Recuperar nuestra democracia y nuestra economía serán tareas a desarrollar en paralelo, con una reinserción seria, profesional y moderna de nuestra nación en las instituciones serias de integración continental, para así abrirle cauce a una nueva, eficiente y pujante economía, que estamos obligados a construir desde las ruinas que nos dejará la barbarie roja. He aquí un hermoso desafío para quienes soñamos una Venezuela democrática, próspera y moderna.


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