No voy a escribir del supuesto atentado del que todos hablamos porque realmente me faltan muchas piezas para hacerme una idea más o menos completa y coherente de asunto. Y no voy a lanzar otras conjeturas ligeras al inagotable vocerío que ha desatado los drones en nuestra ya descoyuntada república.

Esperaré que las incógnitas muy fácticas que existen a estas alturas se vayan respondiendo y se pueda dar alguna explicación a un hecho que pareciera haber golpeado sobremanera las escasísimas bases y delimitaciones que permitían alguna orientación a la búsqueda de un cambio en el país.

No puedo dejar de decir, claro, que si algo se puede afirmar sin riesgo es que el gobierno ha sacado sus peores armas, sus más sucias garras, ante el acontecimiento. Deseo que la oposición  saque pronto su versión y su posición sobre lo acaecido; lo que ha salido es incompleto, disperso y por ende inconcluyente por decir lo menos. Pero al margen de ese vacío, el gobierno ante el todavía oscuro estallido de la avenida Bolívar ha abierto las espitas de su apetito represivo y su inagotable capacidad de mentir. Aunque no tengamos todavía esa versión exhaustiva opositora baste  los  ejemplares   documentos de la Asamblea y, sobre todo, el de la posición impecable de la jerarquía eclesiástica sobre la prisión del diputado Requesens y otros ciudadanos para ver cuánta basura y vileza se ha volcado sobre  los derechos ciudadanos de estos. O las disparatadas acusaciones de Maduro contra Santos, Estados Unidos, y todo aquel que le viniese a su mente enfebrecida y seguramente atemorizada, apenas unas cuantas horas después de los acontecimientos, que evidencian la pérdida de cualquier residuo de sensatez gubernamental, si es que alguna quedaba. La presurosa “investigación” del fiscal es otra muestra de ese proceder sin formas y sin una pizca de prudencia y decencia jurídicas.

Esto me sirve de punto de partida para lo que creo, que es, por los momentos, uno de los efectos más temibles de lo acontecido: ese deterioro de los pocos cimientos con que contaba la oposición para ordenar su acción. Ahora es presa no solo de una represión recrudecida y amplificada, sino que en sus ya anarquizadas o postradas filas se ha encendido una disputa sobre las razones y fines del supuesto atentado que hace olvidar el necesario destino de su acción, salir de la tiranía, para entrar en una especie de competencia detectivesca de lo más rocambolesca…y que pareciera agregar a los conflictos, reales y míticos, que la hacían mal vivir desde hace ya tiempo, una algarabía de los adictos a la posverdad, que juran por sus progenitoras asuntos sobre los cuales no tienen idea y que crean nuevas tribus que  dificultan el esfuerzo unitario. Quizás esa sea una de las ganancias claras del gobierno, que la gente se desvíe, al menos por un rato, del hambre y el acecho de la muerte por penuria médica o por el caco que acecha en la vereda del barrio.  A esa sampablera política, con acompañamiento mediático, hay que sumar desde hoy un conjunto de medidas económicas, contradictorias, mal pensadas y peor instrumentadas, todas a un tiempo, capaces de crear un caos en asuntos tan vitales como el ámbito monetario, el transporte público y privado, el sistema cambiario, la hiperinflación camino del sol. Como si fuese poco el deslave en que vivimos.

Y hay que agregar asuntos de tanta monta como el creciente y desolador problema migratorio que involucra ya directamente en el problema venezolano a media docena de  países de la región, que internacionaliza a un nivel mucho más real la crisis nacional. Lo cual no puede sino generar nuevos conflictos, a lo mejor de  incalculables consecuencias.

Todo este desbarajuste metido en la destartalada batidora que mueve la vida nacional crea un temible escenario que no sabemos dónde puede parar. Un gobierno perverso, incapaz y aterrado, pleno de desgarramientos, y una oposición llena de traumas, escisiones y trabas para la acción, semeja a  esos barcos que ya solo los conducen el vaivén de olas enfurecidas.. Hay que inventar un orden, para mañana.


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