Lidia Salazar Yndriago

El trabajo pedagógico de la formación humana nos enfrenta a tareas donde el ser se orienta tras la búsqueda de significados y aprovecha las experiencias de un vivir en colectivo. Así se apoya en la constitución de un pensamiento humano y la vida casi sin querer se convierte en vida de interpretadores hermenéuticos que van desarrollando otro discurso y otra racionalidad.

Arropados por tales principios, la educación se piensa como el umbral donde iniciamos la búsqueda del ser que guardamos, proceso que deviene en profundidad de lo humano. El nuevo pensamiento pedagógico emerge para dejar ver, como escenarios apropiados para la formación de lo humano, diferentes espacios públicos donde se organizan con el propósito de descubrir sus potencialidades individuales. De este modo los espacios públicos se convierten en campos de intersecciones en la que los seres humanos deciden develar su ser, manifestándolo como esfuerzo para lograr coherencia en el pensar, es decir, hacer y sentir.

Ante esa realidad, la educación contemporánea no puede seguir estando aislada sobre lo que ocurre a su alrededor en los órdenes político y social. Y esa realidad incluye un ser que tenga no solo un conocimiento racional sobre las adversidades sino que asocie el sujeto/objeto desde una perspectiva de los sentimientos, los cuales no pueden estar abstraídos o fuera del espacio y el quehacer educativo. Sin ellos, el ser estaría condenado a una soledad y desintegración de lo bello, del amor, de lo humano. Al respecto Morin (1999:33) expresa: “La educación del futuro deberá velar porque la idea de unidad de la especie humana no borre la de su diversidad, y que la de su diversidad no borre la de su unidad”.

De tales palabras se desprende que el paradigma de Edgar Morin ha construido una manera distinta, una nueva mirada para interpretar y reinterpretar la educación intuida desde una lectura enmarcada entre el diálogo discursivo de la antropología, la sociología, la política y la comunicación, planteando una discusión sobre las posibilidades de la comunicación alternativa, el pensamiento complejo y la subjetividad como categoría de análisis. Hay allí una puerta hacia un contexto educativo de sensibilidad.

En cuanto a la búsqueda de alternativas que contribuyan a minimizar este tipo de problemas, diversas investigaciones están basadas en la premisa de que los valores más importantes: libertad, democracia y respeto a la vida, deben estar arraigados en la sociedad, y es la educación la responsable principal de esa tarea, para vencer lo que en algunos escenarios educativos se ha denominado “analfabetismo emocional”, definido por Cortina (2000:82) como “fuente de conductas agresivas, antisociales y antipersonales que se multiplican desde la escuela y la familia, que plantea la urgencia de recuperar esa educación no solo de las habilidades técnicas, sino también de las habilidades sociales y de los sentimientos”.

En el campo educativo no se puede obviar el debate en cuanto a la modernidad y posmodernidad, ciertamente en la primera el positivismo permea los espacios escolares, es decir, se orienta la práctica pedagógica en función de la objetividad científica y, por tanto, la imaginación, los sentimientos estaban ocultos por considerarse subjetivos, imposibles de estudiar objetivamente. El aprendizaje cuantitativo de los educandos fue apartando el elemento afectivo como forma de conocimiento.

El abordaje educativo, además de racional, afectivo y fundamentalmente sensible nos acerca al desarrollo del espíritu creativo de los estudiantes, a través de nuestras prácticas pedagógicas. Es necesario apropiarnos de la pedagogía como arte, sensibilidad, razón para poder recuperar el lado afectivo en el hecho educativo. La escuela no solo requiere del conocimiento, la información, los contenidos curriculares, sino de lo afectivo, de lo subjetivo para la transformación del proceso de aprendizaje.

Lo anterior plantea que el conocimiento se relaciona con la afectividad, ya que el ser humano es biológico y fundamentalmente social en su origen, y en su función posee sentimientos, deseos, emociones y también razón. En el desarrollo de su vida están presentes esos afectos que impulsan sus acciones e intereses. Por lo tanto, el aprendizaje no puede estar aislado de la vida misma del sujeto, resulta sumamente importante que la afectividad y sensibilidad se encuentren integradas. Ya lo decía Nietzsche (1999: 89): “Si tenemos derecho de negar la consciencia, difícilmente tenemos derecho de negar el dinamismo de los afectos”.

El afecto necesita de otro con quien compartir emociones, y quiénes con mayor sentido para compartir este sentimiento que docentes y educandos, desde un puente comunicativo, lleno de matices y armonía que enfatizan la búsqueda constante y permanente de la sensibilidad inmersa en los seres humanos. Sin duda, el afecto es una necesidad pedagógica.

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