Llega setiembre a su fin y, tal sucede todos los días, algo –un natalicio o un fallecimiento, una victoria o una derrota, una ceremonia religiosa o una fiesta nacional– será exaltado o lamentado. Probablemente hoy, con la guía ultraterrena del glorioso e inmarcesible comandante cósmico o cómico y el apoyo de los comités locales de abastecimiento y producción (CLAP), alguna cofradía veladora de la  memoria histórica nacional, la Sociedad Glorias Patrias de San José de Toletico, por ejemplo, conmemore, en acto solemne y los ditirambos habituales, el CCV aniversario de la batalla de Bárbula y el triunfo de las tropas emancipadoras –sin mencionar, dada su nacionalidad, al coronel neogranadino Atanasio Girardot, muerto en combate con la bandera republicana en alto, según narración pictórica de Cristóbal Rojas– sobre las fuerzas realistas a las órdenes de Domingo Monteverde. No sé si aún se estile homenajear en día como hoy, con espirituosas, ¿lujuriosas?, veladas a las secretarias, esas incansables asistentes buenas para todo, sin cuya presencia las oficinas serían insufribles. Desconozco el origen de la no muy santa tradición y no creo se relacione –por aquello de a lo mejor mato– con lo acaecido la noche del 30 de septiembre de 1888 cuando Jack el Destripador (Jack the Ripper) descuartizó, en la vecindad londinense de Whitechapel, a Elizabeth Stride y Catherine Eddowes, tercera y cuarta víctimas de la mortal serie de asesinatos que aterrorizó a la capital británica, que fue comidilla de la prensa amarillista, empeñada en involucrar a la aristocracia en la comisión de los sangrientos crímenes, y ha sido tema recurrente en la literatura y el cine de misterios.

Quizás hayamos prodigado a las ayer más palabras de las debidas: el pasado es, a juicio de Guillermo Cabrera Infante, una forma de locura; y el futuro, comparto su parecer, «es amenazador o ficticio». Desde este punto de vista debemos ser cuidadoso con la actualidad y no alienarla a dulces o amargos recuerdos de pretéritas alegrías, ni contaminarlo con inquietantes presagios: nuestro ahora es un barco chino –honremos aquí con un calambur, bar cochino, al entrañable Bustrófedon de Tres Tristes Tigres–, tácito reconocimiento de las penurias y carencias ocultadas, negadas o soslayadas por Maduro, mientras sus gonfalonieros agitaban estandartes rojos saludando, ¡huānyíng!, la llegada de la «innecesaria, espontánea y solidaria» ayuda humanitaria del imperialismo amarillo.

Nuestro presente es, también, el de la siniestra reaparición, con fines inconfesables, de Rodríguez Zapatero –¡torpeza, sobra una a!, hubiese escrito Caín–; y, asimismo, el de la privación de libertad con base en falsos señalamientos y temerarias acusaciones de la señora Ángela Espósito, representante de Fundamental, organización no gubernamental que cuidaba varias mascotas pertenecientes a personas detenidas, perseguidas o desaparecidas por opinar y ejercer el disenso, entre ellas el perro de Óscar Pérez, sañosamente emboscado y ultimado –Óscar, no el can– por esbirros de la dictadura, cuya alma en pena sería responsable del presunto intento de tiranicidio escenificado con aeromodelos y tumbarranchos adquiridos por Internet. Primero, un burro bomberil provocó rebuznos a Maduro; posteriormente, un perro paracaidista puso a ladrar, ¡guau, guau!, a Jorge Rodríguez. Se explica, pues, el súbito aterrizaje de Bambi en el corral bolivariano: vino a moderar los asimétricos intercambios entre el gobierno y la fauna doméstica.

Mañana llegará octubre. En el ínterin, digámosle adiós a septiembre y festejemos el Día internacional del Derecho a la Blasfemia recordando que hace exactamente 14 años (30/09/2005), en el periódico danés Jyllands-Posten aparecieron unas caricaturas de Mahoma que indignaron al fundamentalismo islámico y, en virtud de ello, por iniciativa del Center for Inquiry, ONG norteamericana dedicada a «promover la ciencia, la razón y la libertad de investigación», se escogió la fecha aniversaria de aquella publicación para protestar, a escala planetaria, contra la intolerancia religiosa. No es bien visto denostar de los muertos, mas, si el chavismo pretende convertir el culto a la personalidad del mesías de Sabaneta en religión, es hoy oportunidad muy bien calva pintada para imprecar, maldecir y echar pestes al responsable de todas nuestras angustias y quebrantos. Quienes nos legaron la lengua castellana blasfeman a placer y es normal escucharles cagándose en Dios y su madre, en la hostia, las tres divinas personas, las once mil vírgenes, si las hubo, en los escarpines del niño Jesús, en todos los santos y paremos de contar, blasfememos en silencio y regresemos al lugar y tiempo pertenecientes a quienes no claudican ante la ofensiva carnetizada de la pandilla dictatorial y se resisten a la postración, explorando, con vivificado entusiasmo, nuevos caminos en busca de la unidad perdida.

Reunidos en el Aula Magna de la “Casa que vence las sombras”, gremios y dirigentes no eludieron la autocrítica al suscribir la Proclama del Conflicto –¡Venezuela se levanta y dice basta!– y exhortar a resistir peleando en fábricas, mercados y escuelas; en cada calle y en cada hogar. Y surge la pegunta: ¿no basta ya de decir basta a las usurpaciones, a los simulacros electorales, a los chantajes alimentarios, a la criminalización de la opinión, al destierro, a la tortura, sin pasar de la retórica a la acción? Sin una estrategia concertante de la oposición, las sanciones impuestas desde el exterior solo afectarán a los sancionados. ¿Apostaremos otra vez en la amañada ruleta electoral con la excusa de no ceder espacios al enemigo? Este no los necesita. Al contrario, los concede buscando legitimarse. Maduro demostró no saber cómo sacar al país del abismo. Exigir su renuncia es pedir peras al olmo. Debemos echarle. Por las malas. ¿Habrá violencia? Sí. O no, si oficiales con vocación libertaria se atreven a quitarle no el cascabel, sino las botas al gato o, ¡ay Bustrófedon!, la toga a la bosta.


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