El momento supremo puede ser este: ¡Cruzar el umbral, atrevernos a asomarnos al misterio que allí repta o se oculta! Dejar atrás el mundo conocido que creemos haber explorado y penetrar en los inciertos destinos de otro, nuevo y desconocido. Vencer la sombra y envolvernos en una nueva luz. Nada indica, frente a una situación tan ambigua e incierta, dónde está el umbral, pero los más audaces sienten que algo los invita a establecerlo, a cruzarlo y, entonces, voluntariosos, emprenden el viaje hacia lo desconocido.

Cuando, obligados por las circunstancias, algunos pueblos, en la Antigüedad, debían viajar, abandonaban sus casas y llevaban consigo las puertas. Las echaban al mar y allí donde las corrientes las depositaban, allí edificaban sus nuevas vidas. Se asegura que fue así como se fundó Reykjavik en el año 874.

El muro detiene, impide salir y aísla a quien se encuentra dentro, o bloquea la entrada a quien quiere cruzar la muralla, el espesor que mantiene aherrojado el conocimiento. Por el contrario, la puerta invita, esconde las llaves de la cerradura justo en el umbral, debajo de la alfombra, en el alféizar o dentro de la maceta de rosas que se encuentra a un lado: escondites fáciles de adivinar.

¡No se entra por la ventana! Es lo irregular, lo repudiable porque así entra el malhechor. Entrar por la puerta significa pasar de lo profano a lo sagrado, bien sea porque entremos al templo o a nuestra casa, considerados lugares sagrados, preeminentes. El hombre que vive en el Oriente del mundo se descalza antes de entrar en la casa para significar que se trata de un lugar sagrado que no puede ensuciar con las asperezas de la vida que arrastran sus sandalias, pero también para manifestar que no va a permanecer. Ese carácter sagrado e inviolable del espacio se evidencia en la presencia de los guardianes, personajes en apariencia imbatibles, que infunden temor al más valiente, al más armado y acorazado. Los guardianes son por lo general severos, rudos e insobornables. En el cine de acción, en el cine negro son los gorilas que protegen al capo mafioso hasta que tienen que vérselas con Charles Bronson, con Chuck Norris o con Jean Claude van Damme.

El guardián más célebre es Cerbero, el perro de tres cabezas y cola de serpiente que vigila la entrada del Hades. (Harry Potter y sus amigos también se enfrentan, en una de sus primeras aventuras, a un monstruo similar que custodia la piedra filosofal).

A Cerbero se le puede apaciguar ofreciéndole tortas de cebada con miel. Entonces, podría suceder que la horrible criatura permita el regreso del difunto al mundo de los vivos. Orfeo, al cantar y tocar la lira mientras desciende al Inframundo para rescatar a Eurídice (muerta por la mordida de una serpiente), descubre que Cerbero guarda hacia la música mansedumbre y sensibilidad. Igual inocencia mostró el engendro que trajo a la vida Víctor Frankenstein. ¡Los monstruos –expresó una venezolana reina de belleza, refiriéndose al general Augusto Pinochet– también tienen su corazoncito!

“Seré la puerta de tu casa”, dice Jesús Peñalver a la amada, en un poemario aún sin editar. Al decirlo, reinará la poesía en esa puerta.

¿Qué nos espera, entonces, al abrir la puerta? ¿Qué encontraremos? ¿La desdicha? ¿La alegría? ¿Nos aventuraremos? ¿Seremos capaces de cruzar la línea que nos defiende y protege de lo que ignoramos sabiendo, como se aseguraba en tiempos precolombinos que, más allá del horizonte que separa el azul del cielo de la pureza del mar, hay un abismo que acecha a los imprudentes? En una de las puertas de la ciudad, en la de Rashomon, Akira Kurosawa hizo que el mendigo confesara la verdadera verdad sobre el crimen perpetrado en el bosque después de buscarla con la ayuda de un médium en el país de los muertos.

¿Podríamos aspirar a entrar por las puertas del cielo conscientes de que, muy abiertas, nos esperan las del infierno?

Los ojos son las puertas por las que se asoma el alma, acostumbra afirmar cierta poesía ripiosa y desaliñada, pero lo expresó mejor Plotino (204-270): “El ojo no puede ver el sol porque él, a su manera, es un sol”. Y el alma, si a ver vamos, es igualmente un sol, una luz que brilla desde adentro.

“Se le cerraron todas las puertas”, decimos del desdichado que cae en desgracia y ya no encuentra trabajo ni asidero en ninguna parte; o no referimos al mandatario ineficaz y cruel que aflige a la gente con leyes y decisiones estúpidas y aberrantes, desata diásporas y genocidios, es incapaz de controlar una escandalosa inflación, eclipsa la alegría en el país y termina en total descrédito político, abandonado a su suerte no solo por su propia gente, sino por muchos países del mundo libre. Maltrecho, lo último que hará, inútilmente, antes de huir o renunciar, es buscar apoyo en otros como él y en militares igualmente desacreditados. Sin embargo, en complicidad con los corruptos que él mismo moldeó y protegió, lo más seguro es que logre abrir la puerta trasera y escapar con su mala conciencia a cuestas, pero por un puente de plata que, con tal de salir de él, tenderán seguidores y opositores y vivirá un exilio sin gloria pero marcado por la prepotencia.

Y mientras continúan los descalabros políticos, la ruina económica y la disolución de la dignidad y el honor, yo seguiré, abriendo las puertas del misterio rescatando la sacralidad de la aventura de mi propia vida por los universos de la luz y del conocimiento.


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