A veces escucho o leo a algunas personas, supuestamente informadas, expresar que Venezuela está al borde del abismo. Cuando eso pasa, de inmediato pienso que esas personas deben morar en la Luna, porque nuestro país viene cayendo por un abismo a lo largo del siglo XXI. Para recordar un chiste de hace muchos años, el predecesor llevó a Venezuela al borde del abismo, y luego dio un paso al frente. Sin embargo, durante algún tiempo aquello no resultó ser obvio. Los caudales de petrodólares compensaban muchas cosas y creaban una “sensación de bienestar” que, ya lo sabemos, se desvaneció por completo.

Además, el conjunto de la nación fue cayendo por el abismo poco a poco. En ocasiones más rápido, en ocasiones más lentamente. En una medida similar al montaje del proyecto de dominación de la hegemonía roja, fue despeñándose la sociedad venezolana por un abismo de despotismo político, de ruina económica, de catástrofe social y de ruindad ética. Nada de lo cual aconteció de la noche a la mañana. Las bases de la tragedia se colocaron pronto, pero su extensión y profundización se llevó un buen tiempo. Y no creo que por obra de la casualidad o de la resistencia de la oposición política, sino porque la hegemonía necesitaba mantener la apariencia de una democracia; una “democracia con sabor tropical”, como la denominó un embajador de Estados Unidos, no sé si por ignorancia o por complicidad.

De manera que no estamos al borde del abismo, sino abismados en él. Un país que padece una catástrofe humanitaria en medio de una bonanza petrolera, no está al borde sino en las profundidades del abismo. Ahora bien, por si todo esto fuera poco, por si el abismo de estos años no fuera suficientemente gravoso, la hegemonía está abriendo una especie de otro abismo, de una profundidad todavía más peligrosa, diría más siniestra. Es el abismo de esta nueva mezcolanza de tortura y represión política, con locuras económicas, con ajustes salvajes o paquetazos salvajes, con segregación partisana, que no se sabe a ciencia cierta cómo se pondrá en práctica, y que tiene a los venezolanos en la más espesa incertidumbre, no con respecto a un futuro mediano o lejano, sino en relación con el día de mañana.

Ya no es solo que la gente vive –o trata de sobrevivir–, en un día a día en verdad agobiante, sino que además de eso ya no se sabe cuáles son las referencias mínimas para ese intento de supervivencia diaria. Ese es el otro abismo que se está produciendo en vivo y en directo, ante la angustia extrema de un país que se encuentra aturdido por la sinrazón y francamente intimidado por amenazas de toda índole. Impera una confusión que se enreda cada vez más, y en simultáneo Maracaibo se queda sin electricidad, Ciudad Bolívar se anega, el agua corriente escasea en todas partes, casi no hay transporte público, el abandono de las regiones es notorio, la hiperinflación se vuelve incontenible, se derrumba la producción petrolera, embargan los activos externos que todavía quedan, el hampa campea soberana, todos los servicios públicos están en el suelo y se avecina un colapso del sistema de pagos. ¿Qué más tiene que pasar? ¿Qué nos invadan unos extraterrestres?

De cierto modo eso ya se hizo realidad. Los carteles delictivos que sojuzgan a Venezuela son como esos extraterrestres despiadados de las películas de ciencia-ficción, que buscan depredar todos los recursos y destruir todo lo que consiguen a su paso. Sí, hay un abismo en el abismo. No es difícil darse cuenta de ello. Tenemos el deber de luchar para salir de esta tragedia. Y tampoco es difícil darse cuenta de ello.

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