Venezuela se tiñe de colores lúgubres. Viste de luto. Uno, que pareciera eterno e imposible de arrancar de nuestras vidas, de nuestra cotidianidad; un luto dueño de nuestras horas; esas que algún día pasarán a ser historia. Una historia contada en primera persona por quienes, en estos tiempos, la padecieron en carne propia. Testimonios de dolientes y sobrevivientes de esta tierra que pierde su gracia y se vuelve una tumba.

El lunes, otro nombre engrosó la lista de los horrores que este régimen dictatorial escribe con exceso de sadismo y cinismo. Como con quien cree que el tiempo y el poder estarán por siempre de su lado. No conocí a Fernando Albán. No seguí su trayectoria política. Nunca lo entrevisté, pero era un venezolano. Uno que muere en extrañas circunstancias y muchas contradicciones. Un venezolano más que no le duele a este régimen, porque esta dictadura está ocupada en aclarar su muerte, solo para aparentar, mientras se burla una vez más de todos nosotros, que hace justicia y expía sus culpas.

¿Suicidio? ¿Homicidio? No lo sabremos. La única certeza que tenemos hasta el momento es que cualquier explicación que ofrezca la dictadura sobre la muerte del concejal Albán no va a ser aceptada por la sociedad opositora. Simplemente, porque los voceros de este régimen no tienen moral ni credibilidad. Están desenmascarados desde hace mucho tiempo. Han demostrado en demasiadas oportunidades el irrespeto que sienten por los venezolanos que aún no han logrado adoctrinar. La vida de quienes no comulgan con el régimen es desechable como un trasto sin alma, sin nombre, sin dolientes. Así lo dejan saber cada vez que apelan a sus prácticas enfermizas, típicas de quienes padecen delirio de grandeza y miedo, mucho miedo de ser derrocados.

Pero tampoco es verdad decir que la muerte del concejal unirá a la oposición venezolana. No es tiempo para hacer de su muerte una bandera política que sirva para capitalizar la rabia y el dolor de quienes hoy lloran a Albán, que no son pocos. Mucho menos pretender convertirlo en mártir con oscuros fines electoreros. Se equivocan quienes, desde ya, quieren hacer de él su bandera. Una víctima de este régimen, cuyo trágico final los ayudará a captar votos. No ocurrió con Oscar Pérez y sus compañeros de lucha masacrados en El Junquito. Sugerir esa tesis en la opinión pública y usar la muerte de Albán con tal fin es simplemente aberrante.

Somos de los que siempre apostamos por la vida, pese a los largos sufrimientos que pueda depararnos. Los hechos sórdidos que rodean la muerte del concejal Albán desafían sombríos pronósticos, historias de callados corajes. Sospechas con obstáculos de la vida en dictadura…, especulaciones que se convertirán en realidad. La verdad de este régimen dictatorial nunca será la nuestra. Es imposible compartir certezas bañadas de sangre y odio. No podemos acostumbrarnos a la muerte como la propaganda que promueve el temor, la sumisión y la obediencia. El régimen justifica sus exterminios como el único mecanismo que le garantiza su continuidad y permanencia.

Pero, aun cuando estemos caminando por el valle de las sombras, recordemos que Venezuela es indestructible y todavía nos queda mucho trayecto que recorrer. El desánimo y la tristeza no siempre tienen la batalla ganada, pero estamos conscientes de que en nuestro país no podrá haber paz, mucho menos consenso, mientras en el diccionario de Maduro, y su sangrienta dictadura, la palabra paz se defina como sumisión, subordinación, sometimiento, acatamiento, entrega y muerte.

Está demostrado que a quienes hoy nos malgobiernan, no les conviene tener ciudadanos libres y pensantes. El hambre y la pobreza que ellos propician –y por supuesto controlan a su antojo– ha sido parte de la clave de su éxito. A este desgobierno no le interesa promover una sociedad de hombres y mujeres con deseos de superación. No, no es ese el dogma de este régimen. No es el dogma de esta sangrienta dictadura. La prolongación de este sistema de gobierno, de esta dictadura, depende del individuo entrenado –a fuerza de hambre y dádivas– para odiar, obedecer y matar: ¡rodilla en tierra y mano estirada esperando el diezmo de su opresor!

Apostando a nuestra memoria corta, o la rapidez con la que una nueva tragedia, aparece para sepultar la anterior; no nos extrañe que dentro de unos días, como quien da por olvidado el asunto de Albán, Nicolás y su dictadura volverán con sus llamados a la paz para abonar el terreno electoral. Y recrudecerá la represión contra quienes hoy todavía protestan. Y volveremos a ser los apátridas y los fascistas. Una vez más seremos los responsables de la escasez y la violencia.

La dictadura de Maduro teje con destreza extraordinaria una cadena de errores que logra disfrazar todavía con petrodólares, narcotráfico y dádivas. Y si bien, su fórmula de éxito supera la etapa experimental y amenaza con extenderse, nos queda la esperanza de que la acumulación de esos errores, más temprano que tarde, hará explosión, porque nuestro rumbo es incierto, así como las crisis económica y moral del país, que están hundiéndonos a todos…, incluso a ellos.

@mingo_1

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